La
vida amplificada
En
esta primera novela firmada por su hermana
de tinta, Fernanda Kubbs, Cristina Fernández Cubas vuelve a recuperar los extraños
mundos de doble fondo que ya le conocíamos de sus cuentos, plagados de espejos,
distorsiones, y lupas de aumento, pero también de hermanas gemelas –como lo es,
de hecho, esta Fernanda que ahora la representa– y distintas clases de seres
desdoblados, dispuestos a cruzar cuantas puertas
entreabiertas les salgan al paso, a veces sin ser conscientes de ello.
Novela
de aventuras y misterio, más que propiamente fantástica, Isa es una joven con
el cometido de realizar un reportaje para el periódico en el que trabaja a partir
de la visita a una vidente; pero todo se tuerce de pronto cuando, tras un
conjuro inadvertido, se despierta absorbida y empequeñecida en el interior de la
bola de cristal de la falsa adivina, Krauza-Pepita, pues, como enseguida
veremos, las cosas no son lo que parecen. Aquí empieza, por tanto, su particular
odisea –entre mágica y fantástica– por desandar el camino recorrido y tratar de
volver a su otra realidad, aquella de
la que procede, si bien a lo largo de sus páginas iremos viendo cómo establece
contacto y estrecha vínculos con los habitantes que pueblan este mundo
especular en el que ha desembocado por accidente; cambiando una vez más las
prioridades que tuviera al despertar convertida en una especie de Pulgarcita o
de Alicia; no en vano, el envés del mundo y de las cosas es capaz de revelarse
tan o más auténtico que su haz.
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Múltiples
son las relaciones asombrosas que se nos revelan a lo largo de su lectura: no
solo la evidente entre CFC (de iniciales palindrómicas, por cierto), Fernanda
Kubbs y su reportera protagonista, en su papel de narradora de La puerta entreabierta; sino también las
que conservan algunos personajes, como sucede con la pareja Baltus-Miroslav, quienes
desempeñan un papel complementario el uno del otro en sus respectivos mundos, conectados
por una especie de hilo invisible; sin olvidar las frecuentes remisiones que,
como lectores, iremos trazando entre puertas
entreabiertas, escondrijos, cortinas corridas –o de agua–, umbrales y fronteras varias, también entre las que separan la vigilia del
sueño, o la presunta realidad objetiva del relato fabulado. No en balde, la
novela está trufada de cuentecillos que son relatos
orales narrados por los mismos personajes, como de hecho ocurre ya –si nos
remontamos a los orígenes de nuestra tradición narrativa– en El Quijote, y cuyo poder de sugestión consiste
en ilustrar o profundizar en los sucesos de la trama principal.
Así
pues, y a diferencia de lo que acontece en el mundo objetivo, donde el discurso
de lo real tiene preponderancia, en ese otro mundo que la pequeña Isa vislumbra
desde la lupa de aumento en que se ha convertido la bola, los sucesos son
interrumpidos, amplificados o alimentados constantemente por infinidad de
historias secundarias a modo de fábulas morales, con un pie –eso sí– en la
realidad, pues como ha declarado la autora, parte de esas historias presuntamente
secundarias se dejan rastrear fácilmente a través de Internet. Una vez más, nos
topamos entonces con la ambigüedad o dificultad a la hora de deslindar entre la
sustancia del discurso perteneciente al plano de lo real y el mucho más
fascinante de la ficción. Tanto es así que cuando Isa despierte al mundo real, por llamarlo de algún
modo, tendrá que recurrir al sueño para bucear en sus recuerdos y convencerse
de que su vida en la bola de cristal, en fin, llegó a suceder de veras. El
epílogo funciona, en este sentido, como una vuelta a la normalidad cotidiana, a
la recuperación de su identidad primera, pero también como un empeño por tratar
de encontrar ese hilo que la conecte de nuevo con esas gentes del otro mundo.
Una puerta entreabierta más que el lector no dudará en traspasar gustoso.
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* El pasado mes de mayo publiqué la siguiente reseña en la revista de literatura Quimera. Con ella inicio en el blog una sección de crítica donde iré colgando, al terminar cada mes, las distintas reseñas que vayan saliendo.
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