Cuando el pececillo volvió a asomar su cabeza atunada a la superficie, no pudo evitar sentirse una vez más escamado: en su imaginación, aquel zumbido terrible (*) había cobrado de pronto las hechuras de una evaporación masiva de agua. De nada sirvió convencerlo de que se trataba de un simple efecto de sonido, ni mucho menos de que -por increíble que pudiera parecerle- fuera de aquellas aguas gélidas y ondulantes, no iba a encontrar más que una realidad hecha de papel maché. Sin atender a razones de nadie, ahora vuela insolente por los aires, no menos altivo que los demás pájaros.
(*)
(**) La imagen procede de El vuelo mágico.
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