....
.....
Siempre que el señor
de zapatillas a cuadros y recortado bigote se sienta en el butacón verde de
orejas puntiagudas que hay en la esquina, comprueba cómo una ausencia muy
grande lo abraza primero hasta que termina por embargarlo, momento en que una
pena de igual tamaño le encoge el ánimo. Entonces suele llorar a moco tendido
un rato, aunque al final se duerma acunado en sus propios hipidos. De igual
modo, siempre que su esposa cruza el umbral para sentarse en su butacón verde querido,
experimenta, ineludiblemente, cómo una alegría enorme va abriéndose paso a la
inversa: esto es, de adentro afuera, aunque también de afuera adentro, y le
hinche el pecho luego, que, colmado de gozo, tiembla, pues nada la consuela
tanto como ver llorar a ese señor de las zapatillas a cuadros, ese hombre
descompuesto de bigote recortado, con
las orejas en punta y el alma verde de un diablo, ese con sentimientos
esquinados de puro falsos. Su asesino amado.
....