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Yo estaba abrazado a su pecho cálido cuando dos enfermeros han irrumpido de forma violenta en la sala. Mamá me acunaba e intentaba calmarme, aunque mi desconsuelo era tan grande que no parecían bastarme todos los arrumacos de la tierra. Cuando han venido esos hombres y me han arrancado de sus brazos, me he sentido morir. Al parecer de nada ha servido que me desgañitara y revolviera contra ellos. "En todo viejo que llora hay un niño que ronca", he oído a no sé quién pronunciar desde no sé dónde. Yo no pienso roncar nunca, me he dicho por toda respuesta antes de quedarme profundamente dormido. Mamá seguía a mi lado.
Hay una mezcla de sentimientos diversos que se despiertan al leer este texto. La desazón del llanto, el consuelo del abrazo, el desasosiego de la aparición violenta de los enfermeros. Y, compartido con la entrada anterior, el ver acercarse esa vejez en la que quizá se disuelva lo poco que creímos haber llegado a conocer de nosotros mismos y lloremos desconsolados y perdidos. Menos mal que la madre vuelve a estar a su lado.
ResponderEliminarun abrazo fuerte.
Bellísimo relato con ese giro final que pone el broche de oro.
ResponderEliminarAbrazos dobles.
Hay algo en su relato, tan hondo, que uno se siente, por un momento, transportado a otro momento. Y siente de manera profunda la desazón del desgarro por la separación, la calidez del seno materno y la oscurísima prefiguración de la vejez.
ResponderEliminarY esa imagen, tan conocida, tan familiar, con una luz tan especial que la asemeja a una pintura...
Es un privilegio ser seguidor de este blog, mi querida Gemma. Que lo sepa.
Un fuerte abrazo.
Te hago un comentario "2 en 1" porque no había leído el texto anterior. Y casi mejor, porque éste resulta perfectamente comprensible ignorando el primero, es autónomo aunque lo complementa a la perfección. El lenguaje del narrador del 2 deja intuir que es un anciano más que un niño, aunque el personaje se mantiene en la ambigüedad, y creo que en un equilibrio tan bien conseguido que casi me gusta más que el 1 por eso; aunque el "témpano" de aquel es una campanada mortuoria de un gran efecto final. Me han parecido dos textos espléndidos.
ResponderEliminarSincera enhorabuena, abrazos.
María, en situaciones límite como la que intentaba presentar aquí, sospecho que ese agolpamiento de sentimientos resulta inevitable. Básicamente somos fragilidad, yo también lo creo.
ResponderEliminarUn abrazo y gracias
Lola, celebro de veras que te agrade. Abrazos triples
Freia, y para mí es un privilegio tenerte entre mis lectores (no lo dudes). ¿Verdad que parece una pintura? Los cielos de Berlín son así de maravillosos... Muchos besos
Susana, el micro 2 se sustenta en el 1, que como bien dices pone todas sus cartas al descubierto. Este juego de espejos basado en la reelaboración de un tema a partir del enfoque de diversos puntos de vista me gusta practicarlo de vez en cuando. Es una búsqueda por lo general iluminadora. Como lo son siempre vuestros comentarios. Gracias y un beso
Estás terrible. Dicho en los dos sentidos de la palabra. Nunca precedido de un "eres".
ResponderEliminarCierto Gemma, el juego de espejos y perspectivas se revela aquí más trágico aún, aunque el camino inverso podría significar a priori lo contrario. Y como siempre, punto en común de muchos de tus textos, ese tiempo que todo lo disuelve y en todo se disuelve.
ResponderEliminarAbrazos.
Nano, jaja, tu comentario ha logrado arrancarme una sonrisa terrible (y con todas las letras además). Tú siempre tan perspicaz. Besones
ResponderEliminarAgus, podría ser un puer senex esta vez, sí. De hecho, yo creo que lo es, aunque sea metafóricamente. Abrazos
Gemma, me gusta la imagen de la sábana como límite de estados: el de los vivos y el de difuntos.
ResponderEliminarEl paso de las edades es morir un poco y el tiempo su alcahuete.
El desamparo es el mas maternal de los terrores.
Un abrazo ensabanado.
Sergio Astorga
Gemma, perdona se me olvido el acento en más. No hay viernes sin fallas.
ResponderEliminarNo sabemos que oye un bebé porque aún no sabe hablar, pero yo estoy segura de que ha oído al viejo que no es otro que el niño que fue al que ha regresado.
ResponderEliminarAdemás, no solemos oírnos cuando roncamos.
Me gusta mucho lo que has conseguido, yo lo veo como un ir y volver constante.
Besos.
Sergio, el desamparo es la madre de los terrores, añadiría, parafraseándote. Un beso
ResponderEliminarIsabel, vamos y venimos de la vigilia al sueño con la misma inconsciencia que de la juventud a la vejez. Besos