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Un hombre sueña todas
las noches y todos los días sin interrupción durante un mes entero, como si le hubiera
picado la mosca tse-tse. De modo que sólo le quedan unas pocas horas de
vigilia, durante las cuales permanece con la mirada ausente, absorbido por una
especie de duermevela perpetua, tal como si lo hubiesen condenado al sueño más
dulce, el de la asepsia.
Al otro lado del
tabique, una mujer permanece despierta día y noche sin descanso ni sosiego ni
nada que se le parezca. Lleva así los mismos días que el hombre durmiente, pero
nadie diría que su falta de sueño se ha cebado en su rostro, que conserva una
extraña belleza, ni que vaya a morir de puro desvelada, como en efecto ocurrirá
si no encuentra pronto una fórmula que le permita descansar de sí misma y de su
empecinamiento monstruoso.
Sucede que ese bello
durmiente y ese desvelo de mujer, siempre alerta, se cruzaron un día como hoy
hace un mes, de camino al hotel en donde ambos, al parecer, siguen pernoctando
todavía, esperemos que por mucho tiempo... Ojalá puedan comerse juntos unas perdices
siquiera.
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