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La realidad se impone siempre y con ella, el sinsentido.
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La realidad que fosiliza espanta.
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Cada vez que el deseo busca sobreponerse a la realidad, esta se revuelve inapetente.
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miércoles, 31 de julio de 2013
martes, 30 de julio de 2013
domingo, 28 de julio de 2013
En la orilla, de Rafael Chirbes
Encenagados
Esta
nueva novela de Rafael Chirbes trata sobre la podredumbre cenagosa de la España
actual, con el pantano y su atmósfera tóxica en el papel de personaje principal
de la historia, en su doble vertiente de espacio físico y simbólico. No en
balde, la pequeña población de Olba a orillas del embalse funciona como
representación de la actual sociedad española, mientras el pantano putrefacto
se erige en correlato moral de sus gentes.
Por
ese entorno desfilará una galería de personajes de distintos estamentos y
condición, cuyas vidas nos ofrecen un fresco del presente a la manera de la comedia humana, y que cabría entender
como la otra cara de los sucesos relatados en Crematorio, su anterior novela. Galardonada con el Premio de la
Crítica en el 2007, en ella mostraba Chirbes un país enriquecido por el
ladrillo y la falta de escrúpulos de esa misma sociedad triunfante; esta vez empobrecida
sin remisión.
En
el arranque de la trama, Esteban, hombre sin atributos, cuida de su anciano padre
en la casa paterna, situada sobre la carpintería que ha perdido a sus 70 años, tras
entablar negocios fraudulentos con el especulador Pedrós, un tiburón que, en
cuanto ve la oportunidad, se da a la fuga con el botín.
Así,
mientras espera a que lo desposean de la casa y del negocio, apenas le queda un
mes, Esteban, narrador protagonista de este fresco coral, se dispone a repasar
su vida. Lo hace a partir de una serie de monólogos interiores descarnados que
se alternan con el diálogo mantenido con los amigos del bar y con los relatos
en primera persona de otros seres, entre los que destaca Liliana, la cuidadora colombiana
a la que Esteban ha tenido que despedir, junto al resto de sus empleados. No en
vano, estos monólogos encadenados persiguen rememorar por última vez, antes de
quitarse la vida y segar las del padre y el perro, su infancia y querencias. En
especial, la del tío Ramón, quien sin las brusquedades del padre le enseñó a
pescar y el oficio de carpintero. Pero también nos da cuenta de las privaciones
y sacrificios de su progenitor tras la guerra, una vez perdidos los ideales heroicos
en pos de construir una sociedad mejor. De hecho, mudará para siempre de
carácter y se amargará, sustituyendo los anhelos de futuro por el imperativo de
tener que alimentar a mujer e hijos, a quienes apenas querrá a lo largo de su existencia
de carpintero encanallado, hasta el punto de llegar a aborrecerlos.
La
novela se estructura en tres partes de distinta extensión. En la primera (“El
hallazgo”) un narrador omnisciente nos anticipa el desenlace de los hechos,
cuando un moro que merodea por el pantano descubre los cadáveres semienterrados
de Esteban y su padre. La segunda (“Localización de exteriores”) se centra en
esa pequeña población que habita alrededor del pantano de Olba y cuya acción discurre
entre la casa de Esteban, la carpintería y el bar básicamente, a partir del
relato caleidoscópico de distintas voces –Liliana, los escritos escondidos del
padre, Justino y Francisco, los amigotes de Esteban–, sin olvidar la del propio
narrador. Así, éste va orquestando la entrada en escena de los diferentes
personajes con la pulcritud de un maestro de ceremonias. Su estructura me ha
recordado a La colmena de Cela, tal
vez debido a esa atmósfera asfixiante que lo envuelve todo. La última parte (“Éxodo”)
está formada por el monólogo de Pedrós, en sus orígenes un peón de obra de
escaso talento y mucha ambición, que será quien arruine a Esteban y a los que
buscaron enriquecerse.
Novela
coral, En la orilla está escrita en
una prosa afilada, poco complaciente con el lector; de un realismo de tintes
expresionistas y simbólicos, de estilo resonante y lapidario. Con infinidad de
pensamientos memorables a lo largo de sus páginas. Vean un ejemplo: “La
esperanza de viudedad ha sido el gran lenitivo de la mujer” (p. 406), “Si para
algo sirve el dinero es para comprarles inocencia a tus descendientes (p. 79),
“Ningún rico medianamente inteligente practica el asesinato. Ellos no son
psicópatas. No tienen por qué serlo. Para eso, para matar y sufrir psicopatías,
tienen a sus empleados” (p. 82), “Soy aquello de lo que carezco, soy mis
carencias, lo que no soy” (p. 379). Gran, gran Chirbes.
* La reseña ha aparecido en el número de julio-agosto de la revista de literatura Quimera.
viernes, 26 de julio de 2013
Mansa corriente
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Otro día fuimos con los amigos del pueblo de excursión al río. Íbamos todos juntos porque se trataba de una actividad organizada de antemano, con momentos de riesgo y descanso, de ejercicio y diversión entremezclados, y la previsión era seguir el cauce del río en busca de su origen; bordeando el cauce y los márgenes resbaladizos y húmedos; un paseo conocido para los de allí, no así para las dos únicas niñas de ciudad que íbamos confundidas con ellos. Por aquel entonces, yo ya tenía las rodillas repeladas y llenas de costras, y cargaba mi condición vergonzante de niña de ciudad, de modo que andaba pisando las piedras con verdadero tiento y cuidado, dispuesta a no caerme más de lo aceptable; resbaladizas y traidoras como eran todas para mí, en especial las de cantos rodados, cubiertas indefectiblemente por un musgo suave y engañoso.
Otro día fuimos con los amigos del pueblo de excursión al río. Íbamos todos juntos porque se trataba de una actividad organizada de antemano, con momentos de riesgo y descanso, de ejercicio y diversión entremezclados, y la previsión era seguir el cauce del río en busca de su origen; bordeando el cauce y los márgenes resbaladizos y húmedos; un paseo conocido para los de allí, no así para las dos únicas niñas de ciudad que íbamos confundidas con ellos. Por aquel entonces, yo ya tenía las rodillas repeladas y llenas de costras, y cargaba mi condición vergonzante de niña de ciudad, de modo que andaba pisando las piedras con verdadero tiento y cuidado, dispuesta a no caerme más de lo aceptable; resbaladizas y traidoras como eran todas para mí, en especial las de cantos rodados, cubiertas indefectiblemente por un musgo suave y engañoso.
Mis
padres nos habían inscrito en esas salidas con la gente del pueblo para que nos
relacionáramos. Más allá de la amistad algo
tirante que manteníamos con los vecinos, este tipo de actividades nos permitió
recibir un trato más cordial, pues no eran pocas las veces en que me mandaban a
por el periódico, una Xibeca e incluso a por tabaco en el bar que había a las
afueras. A partir de entonces empezamos a notar, de hecho, su amabilidad,
cierta atención contenida. En cualquier caso, yo seguí disfrutando de los ratos
en que los mayores se echaban la siesta y permitían que jugara a mis anchas.
Durante las tardes en que el sol alcanzaba el punto más alto, me escabullía
como si nada tras los muros de árboles frutales, hierba y matojos que
circundaban el patio. Si no sabía qué hacer, me dedicaba a pasar revista a
bichos y plantas.
El
día de la excursión tal vez luciera un sol de julio con algunos cirros
aislados. Seguramente no se tratara de la primera ni de la segunda salida; acaso
fuera sólo la cuarta. Yo me sentía a gusto e incómoda a un tiempo, como siempre
que existen razones para albergar esperanzas. Y, sin embargo, al final habíamos
alcanzado sin agobios el manantial de agua y fue un verdadero goce poder refrescarnos.
El bosque emitía destellos verdes y filosos la tarde en que nos bañamos
mientras el astro declinaba. De regreso al pueblo, las niñas de ciudad que éramos tropezamos varias veces.
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Mansa corriente (y 2)
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Mis padres nos habían inscrito en esas salidas con la gente del pueblo para que nos relacionáramos. Más allá de la amistad algo tirante que manteníamos con los vecinos, este tipo de actividades nos permitió recibir un trato más cordial, pues no eran pocas las veces en que me mandaban a por el periódico, una Xibeca e incluso a por tabaco en el bar que había a las afueras. A partir de entonces, empezamos a notar, de hecho, su amabilidad, cierta atención contenida. En cualquier caso, yo seguí disfrutando de los ratos en que los mayores se echaban la siesta y permitían que jugara a mis anchas. Durante las tardes en que el sol alcanzaba el punto más alto, me escabullía como si nada tras los muros de árboles frutales, hierba y matojos que circundaban el patio. Si no sabía qué hacer, me dedicaba a pasar revista a bichos y plantas.
El día de la excursión tal vez luciera un sol de julio con algunos cirros aislados. Seguramente no se tratara de la primera ni de la segunda salida; acaso fuera sólo la cuarta. Yo me sentía a gusto e incómoda a un tiempo, como siempre que existen razones para albergar esperanzas. Y, sin embargo, al final habíamos alcanzado sin agobios el manantial de agua y fue un verdadero goce poder refrescarnos. El bosque emitía destellos verdes y filosos la tarde en que nos bañamos mientras el astro declinaba. Las niñas de ciudad que éramos tropezamos varias veces de regreso al pueblo.
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Mis padres nos habían inscrito en esas salidas con la gente del pueblo para que nos relacionáramos. Más allá de la amistad algo tirante que manteníamos con los vecinos, este tipo de actividades nos permitió recibir un trato más cordial, pues no eran pocas las veces en que me mandaban a por el periódico, una Xibeca e incluso a por tabaco en el bar que había a las afueras. A partir de entonces, empezamos a notar, de hecho, su amabilidad, cierta atención contenida. En cualquier caso, yo seguí disfrutando de los ratos en que los mayores se echaban la siesta y permitían que jugara a mis anchas. Durante las tardes en que el sol alcanzaba el punto más alto, me escabullía como si nada tras los muros de árboles frutales, hierba y matojos que circundaban el patio. Si no sabía qué hacer, me dedicaba a pasar revista a bichos y plantas.
El día de la excursión tal vez luciera un sol de julio con algunos cirros aislados. Seguramente no se tratara de la primera ni de la segunda salida; acaso fuera sólo la cuarta. Yo me sentía a gusto e incómoda a un tiempo, como siempre que existen razones para albergar esperanzas. Y, sin embargo, al final habíamos alcanzado sin agobios el manantial de agua y fue un verdadero goce poder refrescarnos. El bosque emitía destellos verdes y filosos la tarde en que nos bañamos mientras el astro declinaba. Las niñas de ciudad que éramos tropezamos varias veces de regreso al pueblo.
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lunes, 22 de julio de 2013
Mansa corriente (1)
Otro día
fuimos con los amigos del pueblo de excursión al río. Íbamos todos juntos
porque se trataba de una actividad organizada de antemano, con momentos de
riesgo y descanso, de ejercicio y diversión entremezclados, y la previsión era
seguir la senda del río en busca de su origen; bordeando el cauce y los márgenes resbaladizos y húmedos; un paseo conocido para los de allí, no así
para las dos únicas niñas de ciudad que íbamos confundidas con ellos. Por aquel
entonces, yo ya tenía las rodillas repeladas y llenas de costras, y cargaba mi
condición vergonzante de niña de ciudad, de
modo que andaba pisando las piedras con verdadero tiento y cuidado, dispuesta a
no caerme más de lo aceptable; resbaladizas y traidoras como eran todas para
mí, en especial las de cantos rodados, cubiertas indefectiblemente por un musgo suave y engañoso.
(continuará)
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domingo, 21 de julio de 2013
jueves, 18 de julio de 2013
Un cucharón de alpaca
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Estos días la
nevera ha empezado a sudar por los codos. Es algo vieja pero sólo se pone así
con la llegada del calor extremo, y aunque yo se lo consienta, ahora me paso el
día de acá para allá limpiando con la bayeta y recogiendo el agua
sobrante. Por la noche, antes de acostarme, he comprobado que la casa entera no
dejaba de exudar. El pasillo y, con él, las estanterías cargadas de libros
parecían de golpe una cascada de agua que buscase con urgencia sortear
volúmenes y hendiduras, riscos y valles salvajes. Y aunque he nadado varias
horas en todas direcciones para salvar la biblioteca, consciente de que a las
brechas de agua les gusta sobre todo manar, al cabo me he refugiado en la cocina,
agarrada a un cucharón gigante de alpaca. Ahí sigo, sumergida; a salvo —quiero pensar— de cualquier amenaza
exterior.
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viernes, 12 de julio de 2013
Ochenta y dos
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Lo demasiado oído se torna inaudible.
Ángel de Frutos Salvador
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De igual modo
lo demasiado visto a menudo se vuelve invisible;
lo demasiado sentido, insensible;
lo demasiado admitido, inadmisible;
lo demasiado dividido, indivisible;
e incluso lo demasiado favorecido puede llegar a resultar
palmariamente desfavorecido
o directamente desmejorado;
sin apenas lustre.
Sin embargo, acaso convenga no olvidar que lo anterior sucede siempre en un contexto en donde lo excesivo -lo considerado en demasía- es percibido, en todo momento y bajo cualquier circunstancia humana, como algo insuficiente.
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jueves, 11 de julio de 2013
Negra, roja y pálida
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Esta vez me han roto la nariz, de modo que voy por ahí buscando que los demás se compadezcan, me abracen, se sorprendan. Con la nariz aplastada como si fuera la de un negro blanco. Sin derramar por las esquinas demasiada sangre. Sin expresar tampoco excesiva rabia. Parezco un perro humano mendigando cariño, con mi pobre nariz rota y chafada de payaso. Tan negra, roja y pálida. Tan sumamente destrozada. Desfigurando pasos y tentativas hasta el sonrojo.
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Esta vez me han roto la nariz, de modo que voy por ahí buscando que los demás se compadezcan, me abracen, se sorprendan. Con la nariz aplastada como si fuera la de un negro blanco. Sin derramar por las esquinas demasiada sangre. Sin expresar tampoco excesiva rabia. Parezco un perro humano mendigando cariño, con mi pobre nariz rota y chafada de payaso. Tan negra, roja y pálida. Tan sumamente destrozada. Desfigurando pasos y tentativas hasta el sonrojo.
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miércoles, 10 de julio de 2013
Ochenta y uno
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El espacio contiene el tiempo por los siglos de los siglos. De ahí el misterio que encierran ciertos lugares.
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El espacio contiene el tiempo por los siglos de los siglos. De ahí el misterio que encierran ciertos lugares.
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jueves, 4 de julio de 2013
El sumidero de cada día
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Ante mí, un plato de sopa disminuía rápidamente sin llegar a calmar mi hambre, sin colmarme tampoco por dentro. Al sumidero aéreo y voraz de mi boca había que añadirle el sumidero del fondo del plato, que de pronto ha quedado al descubierto mientras yo lo contemplaba con aprensión. Unos fideos hiperactivos avanzaban por él como gusanos. Menos mal que luego, por fin, le ha tocado el turno a la bendita normalidad: levantarse, vestirse y desayunar tan pancha.
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Ante mí, un plato de sopa disminuía rápidamente sin llegar a calmar mi hambre, sin colmarme tampoco por dentro. Al sumidero aéreo y voraz de mi boca había que añadirle el sumidero del fondo del plato, que de pronto ha quedado al descubierto mientras yo lo contemplaba con aprensión. Unos fideos hiperactivos avanzaban por él como gusanos. Menos mal que luego, por fin, le ha tocado el turno a la bendita normalidad: levantarse, vestirse y desayunar tan pancha.
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domingo, 30 de junio de 2013
Ochenta
Para Olga Bernad.........................
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Las palabras pueden herir y echar a perder una vida
porque son acciones invisibles.
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sábado, 29 de junio de 2013
Un exceso de realidad
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Estoy en el metro, sentada en uno de esos vagones arruinados que hacen chirriar sus ejes cada vez que toman la curva de entrada al andén. Miro por la ventanilla. Un hombre extremadamente envejecido avanza con gran esfuerzo en dirección a la puerta del convoy. Varios de nosotros, la mayoría de mediana edad, seguimos el avance esforzado del intrépido escalador; salvo una chica muy joven que ha descubierto con desagrado que se halla justo delante de él. Ni siquiera se inmuta cuando lo ve agarrarse a los quicios metálicos para salvar el vacío. Le bastaría alargar el brazo, pero ha decidido ignorarlo. Para disimular mejor su desdén, le da la espalda mientras se dedica, muy concentrada, a buscar esos archivos tan urgentes de pronto, convencida de que sólo ellos podrán salvarla de semejante exceso de realidad.
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viernes, 28 de junio de 2013
Polvo en el neón, de Carlos Castán
Novela de náufragos
Poético y sugerente, elíptico y sustancial,
el estilo literario de Carlos Castán vuelve a adquirir forma en Polvo en el neón, su primera novela corta: un
relato de carretera de apenas 42 páginas de texto que transcurre a lo largo de
la mítica Ruta 66, traspasando los Estados Unidos de este a oeste a través de Albuquerque,
la ciudad natal del fotógrafo Dominique Leyva, quien ilustra y narra esta historia
sucinta de abandonos y traiciones hasta convertirla en un libro de 96 páginas
con imágenes en color. Un tándem, Leyva y Castán, que parece compenetrarse muy
bien pese a la dificultad del envite: relatar unos amores contrariados hasta la
desolación.
Quinn quiere a Sally, pero la engaña
desde hace tiempo con Jessica. Jessica está empeñada en que renuncie a su mujer
y se larguen juntos de una vez, ahora que él ha descubierto que también Sally tiene
a alguien, pero Quinn no se decide; Quinn vacila. Y, sobre todo, sufre. No en
balde toda la novela es una huida hacia delante del protagonista por esa ruta
de ensueño que constituye la carretera americana, casi onírica tal como muestran
las fotos, hechas al sesgo y atendiendo a meros detalles que de pronto cobran especial
relevancia; repleta de luces, sombras, letreros luminosos y moteles destartalados.
Lugares marginales y esquivos como el personaje. “Conducir por cualquier
carretera sin excesivas ganas de llegar a puerto puede ser en sí todo un
destino”, empieza el texto de Castán. Un arranque enigmático que nos introduce
de lleno en la experiencia de una huida que todo lo revuelve, arrollando a su
paso no solo a Jessica, sino también las falsas esperanzas de este pobre náufrago
dispuesto a reconducir su vida junto a Sally, la esposa despechada que ha ido a
refugiarse en los brazos de otro hombre.
Quinn quiere a Sally aunque se
acuesta con Jessica, puro ardor frente al hogar apacible y conocido que
representaba vivir junto a su mujer; con la previsión del futuro resuelto y la
sensación de una vida detenida, sin horizontes en apariencia, de una seguridad
no menos engañosa. Así que Quinn coge el coche, como solía hacer de joven cuando
necesitaba largarse para pensar, y pone ruta a la ciudad de Flagstaff, casi al
otro extremo de los Estados Unidos, donde su tía Hanna les ha dejado en
herencia, a él y su hermano, un motel que en realidad es una ruina, un problema
añadido con el que bregar.
A partir de la voz omnisciente de un
narrador en tercera persona que a menudo se funde con los pensamientos de
Quinn, asistimos al carácter huraño de su protagonista, y a su visión
desesperada de cuanto le acontece; al recorrido feroz que emprende movido por
la necesidad, un deambular errabundo por un conjunto de situaciones absurdas amplificadas
por ese halo de irrealidad que las envuelve y convierte en excepcionales, como
un trasunto de su propia confusión; tal es el caso de la visita improvisada de
Michelle, la hermana pequeña de Sally, otra desahuciada más a quien se propone
seducir pero a la que, de pronto, descubre en la fragilidad más absoluta; una
Michelle que de repente ha dejado de ser la muchacha vitalista que él conoció,
perdiendo toda su luz. Nada subsiste, como si dijéramos. Ni la pasión, ni tampoco
siquiera la belleza de los ángeles.
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Castán parece haber escrito esta
historia para mostrarnos el particular descenso a los infiernos de Quinn a
través de un recorrido repleto de señales y desvíos engañosos, pues al cabo el
trazado y el sentido se revelan curiosamente únicos: con la sempiterna desilusión
de fondo, y el más crudo desengaño. Los diferentes espacios por los que
transita, plasmados con suma delicadeza y cercanía por Leyva, expresan todo el
cúmulo de carencias y ausencias vividas, con imágenes turbias y borrosas tan parecidas
a sus sentimientos, a través de las cuales el autor edifica esa atmósfera de
soledad y nostalgia que resulta crucial en el comportamiento de esta novela de
náufragos. Una vez más, Castán se erige en retratista de la desolación y el quebranto.
De ese perderse de pura soledad.
* Esta reseña ha aparecido publicada en el número de junio de la revista de literatura Quimera.
martes, 25 de junio de 2013
Setenta y nueve
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A menudo la vanidad se mira en el espejo de la envidia, cara y envés de un rostro que se muestra de perfil.
...lunes, 24 de junio de 2013
Setenta y siete, setenta y ocho...
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La literatura es incierta por naturaleza; cuando no lo es, el tiempo, tan astuto, se encarga de despojar al autor de sus certezas.
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jueves, 20 de junio de 2013
Nuevas reseñas de La Danza
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Esta última semana la casualidad ha hecho que aparecieran casi a la vez dos críticas sobre La danza de las horas (Eclipsados, Zaragoza, 2012):
Muchas gracias a las dos.
Esta última semana la casualidad ha hecho que aparecieran casi a la vez dos críticas sobre La danza de las horas (Eclipsados, Zaragoza, 2012):
- En Letras de Chile, a cargo de Denise Fresard.
- Y en el suplemento de cultura "Artes y Letras", del Heraldo de Aragón, firmada por Olga Bernad.
Muchas gracias a las dos.
miércoles, 19 de junio de 2013
Desolación de la nada
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Salimos a almorzar. Pedimos. Nos sirven una pizza enorme, inextinguible, perpetua. Comemos con voracidad pese a que, por entonces, nos ha ido invadiendo la sensación creciente de haber sido engañados. Pagamos con disgusto aunque la pizza estuviera muy rica, malhumorados. De camino a casa, un viejo de pelo blanquísimo yace con sus dos perros bien avenidos junto a la boca del metro. Los devora un sol fiero mientras se acompañan. Tras tenderle la bolsa con los restos de pizza humeante, no puedo evitarlo: le doy las gracias.
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Salimos a almorzar. Pedimos. Nos sirven una pizza enorme, inextinguible, perpetua. Comemos con voracidad pese a que, por entonces, nos ha ido invadiendo la sensación creciente de haber sido engañados. Pagamos con disgusto aunque la pizza estuviera muy rica, malhumorados. De camino a casa, un viejo de pelo blanquísimo yace con sus dos perros bien avenidos junto a la boca del metro. Los devora un sol fiero mientras se acompañan. Tras tenderle la bolsa con los restos de pizza humeante, no puedo evitarlo: le doy las gracias.
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domingo, 16 de junio de 2013
Setenta y seis
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Lo que se escribe es nuestro. Pero no somos nosotros.
Carlos Pujol
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Un día fue nuestro cuanto escribimos. Tal vez mañana también lo sea.
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domingo, 9 de junio de 2013
Estela lívida
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Hay muertes
que no
terminan
nunca,
que se enquistan
a cada rato,
acostumbradas
como están
a consumirnos
de a poco
y a encostrarse,
crispándonos
sueños y letras
mientras una estela
lívida proyecta
ansias
de memoria
dignas de un porvenir
mucho más dulce.
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Hay muertes que no terminan nunca, que se enquistan a cada rato, acostumbradas como están a consumirnos de a poco y a encostrarse, crispándonos sueños y letras mientras una estela lívida proyecta ansias de memoria dignas de un porvenir mucho más dulce.
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Hay muertes
que no
terminan
nunca,
que se enquistan
a cada rato,
acostumbradas
como están
a consumirnos
de a poco
y a encostrarse,
crispándonos
sueños y letras
mientras una estela
lívida proyecta
ansias
de memoria
dignas de un porvenir
mucho más dulce.
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Hay muertes que no terminan nunca, que se enquistan a cada rato, acostumbradas como están a consumirnos de a poco y a encostrarse, crispándonos sueños y letras mientras una estela lívida proyecta ansias de memoria dignas de un porvenir mucho más dulce.
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viernes, 7 de junio de 2013
Entresueño
Esta madrugada ha amanecido de improviso, como si a la noche la hubieran abandonado sus invitados. Serían las 3 o las 4 cuando los pájaros han estallado en un piar desconcertante de trinos orquestales, alborotándome la duermevela. El parto del día ha dado a luz un perfecto simulacro, pero no he podido conciliar el sueño de nuevo. ¿Por qué celebrarán así, cada vez, la misma jornada? ¿O es que acaso son siempre otros los pájaros?
miércoles, 5 de junio de 2013
Setenta y cinco
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Lo que me desagrada de facebook no es tanto que nos empuje a estar en medio a sol y sombra, venga o no a cuento; sino esa especie de celebración extemporánea que fomenta de la más simple de nuestras ocurrencias, como si su objetivo fuera la mera inserción de contenidos sin editar.
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Lo que me desagrada de facebook no es tanto que nos empuje a estar en medio a sol y sombra, venga o no a cuento; sino esa especie de celebración extemporánea que fomenta de la más simple de nuestras ocurrencias, como si su objetivo fuera la mera inserción de contenidos sin editar.
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domingo, 2 de junio de 2013
La puerta entreabierta, de Fernanda Kubbs
La
vida amplificada
En
esta primera novela firmada por su hermana
de tinta, Fernanda Kubbs, Cristina Fernández Cubas vuelve a recuperar los extraños
mundos de doble fondo que ya le conocíamos de sus cuentos, plagados de espejos,
distorsiones, y lupas de aumento, pero también de hermanas gemelas –como lo es,
de hecho, esta Fernanda que ahora la representa– y distintas clases de seres
desdoblados, dispuestos a cruzar cuantas puertas
entreabiertas les salgan al paso, a veces sin ser conscientes de ello.
Novela
de aventuras y misterio, más que propiamente fantástica, Isa es una joven con
el cometido de realizar un reportaje para el periódico en el que trabaja a partir
de la visita a una vidente; pero todo se tuerce de pronto cuando, tras un
conjuro inadvertido, se despierta absorbida y empequeñecida en el interior de la
bola de cristal de la falsa adivina, Krauza-Pepita, pues, como enseguida
veremos, las cosas no son lo que parecen. Aquí empieza, por tanto, su particular
odisea –entre mágica y fantástica– por desandar el camino recorrido y tratar de
volver a su otra realidad, aquella de
la que procede, si bien a lo largo de sus páginas iremos viendo cómo establece
contacto y estrecha vínculos con los habitantes que pueblan este mundo
especular en el que ha desembocado por accidente; cambiando una vez más las
prioridades que tuviera al despertar convertida en una especie de Pulgarcita o
de Alicia; no en vano, el envés del mundo y de las cosas es capaz de revelarse
tan o más auténtico que su haz.
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Múltiples
son las relaciones asombrosas que se nos revelan a lo largo de su lectura: no
solo la evidente entre CFC (de iniciales palindrómicas, por cierto), Fernanda
Kubbs y su reportera protagonista, en su papel de narradora de La puerta entreabierta; sino también las
que conservan algunos personajes, como sucede con la pareja Baltus-Miroslav, quienes
desempeñan un papel complementario el uno del otro en sus respectivos mundos, conectados
por una especie de hilo invisible; sin olvidar las frecuentes remisiones que,
como lectores, iremos trazando entre puertas
entreabiertas, escondrijos, cortinas corridas –o de agua–, umbrales y fronteras varias, también entre las que separan la vigilia del
sueño, o la presunta realidad objetiva del relato fabulado. No en balde, la
novela está trufada de cuentecillos que son relatos
orales narrados por los mismos personajes, como de hecho ocurre ya –si nos
remontamos a los orígenes de nuestra tradición narrativa– en El Quijote, y cuyo poder de sugestión consiste
en ilustrar o profundizar en los sucesos de la trama principal.
Así
pues, y a diferencia de lo que acontece en el mundo objetivo, donde el discurso
de lo real tiene preponderancia, en ese otro mundo que la pequeña Isa vislumbra
desde la lupa de aumento en que se ha convertido la bola, los sucesos son
interrumpidos, amplificados o alimentados constantemente por infinidad de
historias secundarias a modo de fábulas morales, con un pie –eso sí– en la
realidad, pues como ha declarado la autora, parte de esas historias presuntamente
secundarias se dejan rastrear fácilmente a través de Internet. Una vez más, nos
topamos entonces con la ambigüedad o dificultad a la hora de deslindar entre la
sustancia del discurso perteneciente al plano de lo real y el mucho más
fascinante de la ficción. Tanto es así que cuando Isa despierte al mundo real, por llamarlo de algún
modo, tendrá que recurrir al sueño para bucear en sus recuerdos y convencerse
de que su vida en la bola de cristal, en fin, llegó a suceder de veras. El
epílogo funciona, en este sentido, como una vuelta a la normalidad cotidiana, a
la recuperación de su identidad primera, pero también como un empeño por tratar
de encontrar ese hilo que la conecte de nuevo con esas gentes del otro mundo.
Una puerta entreabierta más que el lector no dudará en traspasar gustoso.
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* El pasado mes de mayo publiqué la siguiente reseña en la revista de literatura Quimera. Con ella inicio en el blog una sección de crítica donde iré colgando, al terminar cada mes, las distintas reseñas que vayan saliendo.
...jueves, 30 de mayo de 2013
lunes, 27 de mayo de 2013
Setenta y tres
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La naturaleza del texto resulta cambiante en la misma medida en que el lector muda de hoja.
.
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La naturaleza del texto resulta cambiante en la misma medida en que el lector muda de hoja.
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domingo, 26 de mayo de 2013
jueves, 23 de mayo de 2013
miércoles, 22 de mayo de 2013
El nacimiento de Venus
...
...El paisaje giraba y rugía como un remolino. Yo soñaba despierta, mientras contemplaba por la ventanilla el dibujo que trazaba a brochazos la velocidad. El conductor avanzaba impasible, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo. Un rato antes, el crucifijo del retrovisor había empezado a bailar algo parecido a una danza macabra. Cuando el autobús volcó, el disparador de la cámara alcanzó a captar la imagen de una Venus fugitiva. No hubo supervivientes.
...
domingo, 19 de mayo de 2013
J'ai trois pièces traduites en français!
...
El ojo de cristal
Aquel ojo de
cristal tenía la transparencia y el brillo de una mirada límpida y sin dobleces,
diáfana de puro fulgor. Tanto era así que él la seguía amando, única y
exclusivamente, en virtud de aquel ojo falso de perlas nacarado, y no del otro
sano y verdadero que le quedaba, auténtico, sí, pero absolutamente vulgar.
Verdadera naturaleza
Cuando era niña
le gustaba morderse los labios hasta provocarse llagas; las uñas hasta el
límite mismo de rompérselas; los dedos hasta hacerlos sangrar.
Ahora que ya es mayor le gusta pintarse los labios para
redefinirlos; las uñas para aumentarlas; los dedos, de negro tiznado, para
devolverlos a su verdadera naturaleza de bruja piruja.
Juegos de niños
Aquel personaje
salió de la página para tomar un poco de aire fresco. Al principio, nadie lo
echó de menos, tan secundario era el pobre, pero a partir del tercer día la
niña de ojos vivaces empezó a buscarlo con insistencia.
Transcurrida la primera semana, la pequeña iba levantando con
sus dedines todas las alfombras, no fuera que se le hubiera caído como por
descuido, el rostro bañado en lágrimas.
-¿Pero qué buscas, tesoro? -le preguntaba su madre.
-Un tete. Falta un tete -respondía, compungida, mientras el
dedito señalaba el cuento de tapas duras.
Al personaje, que por entonces se hallaba extasiado ante el
descubrimiento de una realidad tan fuera de lo común, fantástica a decir
verdad, aquel súbito desvelo de la niña le había conmovido de tal modo, que
tras vacilar unos instantes decidió regresar a su antiguo libro en calidad de
huésped. Sin duda quería complacerla.
A la niña, le bastó verificar que, de un salto, se había
metido en el cuento, para arrancar de cuajo aquella página, temblorosa aún tras
sumergirse en ella el visitante. Con sus manitas rechonchas, estrujó la hoja
sin contemplaciones, arrojándola poco después a la basura, hecha una pelota.
* Hasta la fecha, han traducido, entre otros, a Susana Camps Perarnau, Rosana Alonso, Jesus Esnaola, Ana Vidal, Manu Espada o Lola Sanabria García. ¡Felicidades a todos! Y gracias, en particular, a Félix Terrones por su mediación. La traducción es obra de Caroline Lepage. Los tres microrrelatos aparecen recogidos en La danza de las horas, Eclipsados, Zaragoza, 2012.
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sábado, 18 de mayo de 2013
Ese otro rostro
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Yo soy lo que mi rostro
esconde
lo que mi rostro
ignora
lo que mi rostro
no recuerda haber visto
y sin embargo vio y ve y seguirá
ignorando;
ese otro rostro que los demás
-en ocasiones-
reconocen en mí;
justamente,
ese
otro
rostro.
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* La escultura es de Igor Mitoraj. La foto, de una servidora.
Yo soy lo que mi rostro
esconde
lo que mi rostro
ignora
lo que mi rostro
no recuerda haber visto
y sin embargo vio y ve y seguirá
ignorando;
ese otro rostro que los demás
-en ocasiones-
reconocen en mí;
justamente,
ese
otro
rostro.
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* La escultura es de Igor Mitoraj. La foto, de una servidora.
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jueves, 16 de mayo de 2013
miércoles, 15 de mayo de 2013
Sesenta y ocho, sesenta y nueve, y setenta
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Nuestras carencias engordan.
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Carecía de sentido del humor y de empatía; es decir, del menor atisbo de humanidad.
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«Tener o no tener». Esa es la sinrazón.
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Nuestras carencias engordan.
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Carecía de sentido del humor y de empatía; es decir, del menor atisbo de humanidad.
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«Tener o no tener». Esa es la sinrazón.
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lunes, 13 de mayo de 2013
Carecrezco
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Otros, más bien, decrezco por lo mucho que carezco.
Al final, bajo cualquiera de ambas circunstancias, carecrezco cariacontecido.
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"Soy aquello de lo que carezco, soy mis carencias, lo que no soy".
Rafael Chirbes, En la orilla, Anagrama, Barcelona, p. 379.
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Hay días en que de cuanto carezco, apenas crezco. Otros, más bien, decrezco por lo mucho que carezco.
Al final, bajo cualquiera de ambas circunstancias, carecrezco cariacontecido.
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jueves, 9 de mayo de 2013
miércoles, 8 de mayo de 2013
martes, 7 de mayo de 2013
Sesenta y seis
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El protagonista es aquel tipo que, precisamente por serlo, no necesita interpretar ningún papel.
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El protagonista es aquel tipo que, precisamente por serlo, no necesita interpretar ningún papel.
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martes, 30 de abril de 2013
Relación sumamente equilibrada
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...Me parece el colmo de la casualidad que cada vez que yo llame, tú no estés; por lo mismo, debería empezar a acostumbrarme a que cada vez que tú no llames, sí esté.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"