Estos días la
nevera ha empezado a sudar por los codos. Es algo vieja pero sólo se pone así
con la llegada del calor extremo, y aunque yo se lo consienta, ahora me paso el
día de acá para allá limpiando con la bayeta y recogiendo el agua
sobrante. Por la noche, antes de acostarme, he comprobado que la casa entera no
dejaba de exudar. El pasillo y, con él, las estanterías cargadas de libros
parecían de golpe una cascada de agua que buscase con urgencia sortear
volúmenes y hendiduras, riscos y valles salvajes. Y aunque he nadado varias
horas en todas direcciones para salvar la biblioteca, consciente de que a las
brechas de agua les gusta sobre todo manar, al cabo me he refugiado en la cocina,
agarrada a un cucharón gigante de alpaca. Ahí sigo, sumergida; a salvo —quiero pensar— de cualquier amenaza
exterior.
....
De toda amenaza exterior sí, sin embargo, estará a salvo de sí misma?
ResponderEliminarUn abrazo, Gemma
Un cucharon de alpaca como espada puede proteger de todos los domésticos terrores.
ResponderEliminar¿Cómo proteger una biblioteca que se torna marinera? No lo sé.
Abrazos, aferrado al cucharón de peltre.
Dado que ha llegado el diluvio final interior, en el que todas las moléculas de agua brotan de los objetos secos, se divorcian de la materia, y no hay salvación, yo, estúpido de mí, creo me sentiría más feliz teniendo, para casos como este, un cucharón de plata.
ResponderEliminarAbrazos y gracias, Patricia, Sergio y Nano.
ResponderEliminar