Si todos los senderos condujeran a un destino cierto, me decantaría por éste, se dijo. Llevaba recorriendo la misma ruta desde hacía semanas, aunque la sola posibilidad de transitarla a diario lo ponía de buen humor. Aquel día, de hecho, tampoco le había importado que el sol se mostrase más huraño que de costumbre.
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Hasta que no hubo recorrido varios kilómetros de tierra firme por entre barrancos del bosque, rodeado de árboles esbeltos y cantos extraños, sus ropas no empezaron a ceder sobre el cuerpo engrandecido/acrecentado, mientras un hermoso pelaje le cubría lomo y patas. Ahora ya sólo se acuerda de su destino de hombre cada vez que reconoce, en ese niño que juega entre arbustos, sus mismos ojos de almendra.
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II.
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Si todos los senderos condujeran a un destino cierto, me decantaría por éste, se dijo convencido. Llevaba recorriendo la misma ruta desde hacía escasas semanas, aunque la sola posibilidad de transitarla a diario lo ponía de buen humor. Aquel día, de hecho, tampoco le había importado que el sol se mostrase más huraño que de costumbre.
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Hasta que no hubo recorrido varios kilómetros de tierra firme por entre barrancos y estepas, rodeado de árboles esbeltos y sonidos extraños, no la vio. Andaba recogiendo fresas mientras canturreaba melodías para sus adentros. En su mirada amarga de almendra reconoció, al instante, su dulce destino...