Sobre las tablas, tres grandes hombres en fila india dan vueltas
en círculo sin demasiado entusiasmo. Ignoran quién los ha convocado y por qué
ese alguien caprichoso ha querido reunirlos. Los tres se hallan igual de
incómodos y malhumorados. En apariencia, no hay público que los observe.
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De pronto, El pasado remoto, el mayor de los congregados aunque
también el más niño, se ha puesto a pelar una naranja de espaldas a sus
compañeros, como si no quisiera compartirla. El presente implacable ha
preferido no inmutarse, sabedor de que El futuro incierto tarde o temprano
termina cobrándose nuestras mezquindades.
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Pero tras terminar El pasado remoto de comer su naranja, El
presente ha estallado sin remedio. Enojadísimo, ha decidido salirse del círculo
que formaban los tres; acaso un golpe de efecto para recuperar el protagonismo
perdido. Le ha bastado dar un paso al frente para ello.
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EL PRESENTE IMPLACABLE: Señores, sigan ustedes sin
mí. No tiene sentido que les acompañe por más tiempo...
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El futuro incierto, conocedor de su naturaleza resentida, de su comportamiento quejica e irresponsable, ha girado la cabeza para cerciorarse de
que, en efecto, el tipo acababa de cumplir su amenaza.
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EL FUTURO INCIERTO: Y entonces, ¿cómo pretendes que nos las
apañemos?
EL PRESENTE IMPLACABLE: Como siempre hacéis, ¡vaya pregunta!:
repartiéndoos el protagonismo.
EL PASADO REMOTO: ¿Qué diablos le pasa a éste? ¿Está tonto?
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El futuro incierto le ha hecho un gesto con la mano, como
diciéndole «Allá tú». Pero El presente ya no escucha, ni piensa moverse un
milímetro de su posición.
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Pasan las horas y la situación sigue igual. En realidad, sin la
consabida mediación de El presente implacable, resulta harto difícil dilucidar
si El pasado remoto persigue sin tregua a El futuro incierto o sucede, más
bien, al contrario. En cualquier caso, parece como si El presente de ambos se
hubiera vuelto perpetuo. Implacable, sonríe satisfecho mientras hace mutis por
el foro...