Y, al fin, se desprende la última hoja del árbol desde una altura nada desdeñable, sin previo aviso, como de puntillas. Aunque se trate de una caída previsible, de nuevo su vuelo incierto ha ido creando figuras de una belleza lacerante, círculos concéntricos y elípticos de perfecta evolución y armonía. Pero, una vez más, el ojo humano no estaba preparado para verlo, ocupado en escrutar esto y aquello, aquí y allá, sin tiento ni tino.
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¡Si al menos un hombre solo pudiera percibir la entereza de un desprendimiento tan ligero, de trazo tan limpio!
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En breve el baile tocará a su fin, y la hoja descansará de su primer y único vuelo. Tal vez en otro tiempo ese hombre que cruza la calle, distraído, hubiera podido reconocer, en esa danza minúscula, toda la intensidad y riqueza de una vida majestuosa. Su posible fulgor.
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En breve el baile tocará a su fin, y la hoja descansará de su primer y único vuelo. Tal vez en otro tiempo ese hombre que cruza la calle, distraído, hubiera podido reconocer, en esa danza minúscula, toda la intensidad y riqueza de una vida majestuosa. Su posible fulgor.
Como un prodigioso clic en el engranaje del universo. Hermoso, Mega.
ResponderEliminarSi no somos capaces de apreciar el valor de las pequeñas cosas, la sutileza con que la vida a veces se desenvulve a nuestro alrededor, nos estamos perdiendo una parte importantísima de la existencia: el detalle, el gesto, una mirada, una sonrisa...
ResponderEliminarAntonio, hay tantos clics que nos pasan por alto... Una pena.
ResponderEliminarManuel, muy cierto. O el canto de los pájaros (¿pero qué pájaros, si ya no los hay en Barcelona, o en Madrid?)...
Abrazos
...Y seguramente porque este baile se realizó en el mayor de los silencios... o acompañado por el trino de algún pájaro...
ResponderEliminarMientras leía me imaginaba esta caída armoniosa y tan bien expresada...
Una abraçada Mega
Hermoso relato...Volveré a este blog, es poesía pura. Abrazos.
ResponderEliminarSelma, si la naturaleza desaparece de las ciudades, nos volvemos un poco más inhumanos, creo yo... De hecho, en Madrid o en Barcelona ya resulta difícil apreciar, fuera de los cuatro parques aún hermosos que se conservan, el paso de las estaciones.
ResponderEliminarUna abraçada
Miguel Ángel, gracias por tus palabras amables. Celebro que te haya gustado el microrrelato, porque de un relato se trataba, en efecto. Quise narrar poéticamente, hacer un micro con prosa poética... Vuelve cuando quieras.
¡Qué despilfarro de belleza y ritmo para que nadie lo aprecie! Y pasa a diario y nos mantenemos de espaldas a ello.
ResponderEliminarFreia, justamente, y de ahí el título... La falta de coordinación, la desavenencia entre nosotros y la naturaleza, se ha vuelto una brecha enorme. Volver aquí, a Berlín, donde la naturaleza tiene tanto protagonismo, me lo ha recordado.
ResponderEliminarUn abrazo
A mí en verdad lo que me ha desconcertado es la "belleza lacerante". Me vienen a la cabeza muchas formas de calificar lo bello, pero relacionarlo con dolor o sufrimiento está fuera de mi mente. La belleza por definición ha de ser algo agradable. Solo puede ser hiriente dependiendo del uso que se haga de ella.
ResponderEliminarPor ejemplo, un jamón (jajaja) es algo bello, pero el no uso de él puede ser lacerante.
Besos.
Estimado Adanero, en efecto, la belleza sólo cabe considerarla "lacerante" si resulta inútil, vana, desaprovechada, ignorada; como le ocurre a esta pobre hoja caduca, que no tiene quién la (ad)mire.
ResponderEliminarUn abrazo
profundamente oriental, el relato marca que la belleza, lo sublime y lo monstruoso de la desaparición se está produciendo simultánea y continuamente en todas partes.
ResponderEliminarNo podemos ver la caída de la última hoja de cada uno de los caducifolios del mundo. Pero sí podríamos si de verdad fuéramos seres libres, inducidos por esta historia tuya, detenernos frente a un árbol con una sola hoja y esperar que cayera, sin sentir la sed ni el sueño.
Pero da igual, la belleza y la monstruosidad están en todas partes: solo que hemos olvidado cómo apreciarla. (más o menos esta es mi defensa, casi nunca aceptada, a mi falta de deseo de viajar).
Llevas razón, Nán, la belleza y su reverso, la monstruosidad, se dejan ver por todos lados. Por otra parte, si bien es cierto que tampoco somos libres, seguramente el hecho de no serlo nos empuja a cada rato a desearlo. Por último, me ha hecho gracia tu pereza a viajar, pues a mí siempre me ha producido cierta aversión el viaje como tal (¿por timidez?), aunque ahora me halle en Berlín (Dios da pan a quien no tiene dientes, jaja) y tenga que admitir que viajar no es tan malo. ;-P
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