domingo, 27 de enero de 2008

El desmemoriado, 1

Para José María Merino

Aquel hombre andaba por la calle con las manos en los bolsillos; el gesto contrariado y algo pesaroso, la tarde entera por delante sin tener nada que hacer. Pensó que, tal vez, si iba al bar de la plaza, se toparía con su buen amigo de la infancia, que acaso podrían charlar un rato juntos. Pero de pronto cayó en la cuenta de que no recordaba el nombre de aquel amigo tan leal. A decir verdad, tampoco lograba acordarse de cómo se llamaba el bar. A punto estaba de sufrir un ataque de ansiedad cuando se percató de que ni siquiera recordaba su propio nombre. Lo libró del síncope el hecho de olvidar enseguida el comportamiento natural de quienes padecen un acceso agudo de angustia. Antes bien, era la viva estampa de la felicidad. Tranquilo al fin por sentir un peso tan ligero sobre los hombros, en realidad no sabría decir qué clase de carga sobrellevaba, se dirigió, el paso decidido, hacia el lugar donde creía que estaba su casa.

Despido inminente

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Tras ser expulsado de la empresa, el chico deambulaba de aquí para allá sin ánimo de hacer nada; malhumorado e irritable; sin entender todavía el enfado del director. Que Eva le gustara no lo creía razón suficiente para recibir un castigo tan desmedido, tan sin contemplaciones. En realidad, le parecía injusto y cruel, propio de un alma despiadada, se decía para sí. No lograba comprender por qué su vida había cambiado de forma tan radical por el solo hecho de haber saboreado aquella fruta madura, si al fin y al cabo lo hizo a escondidas, con total discreción. Cierto que en horario de oficina estaba terminantemente prohibido acercarse a las chicas, charlar con ellas y reír, pero él había demostrado hasta la fecha una capacidad de trabajo, una fidelidad y obediencia, un respeto, en suma, que de pronto veía despreciados y pisoteados sin la menor consideración. No tenía sentido... A menos que, ahora caía en la cuenta, al jefe le gustara Eva tanto como a él.
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Resignado, cogió la chaqueta y, sin más preámbulos, se encaminó hacia la puerta de atrás de los grandes almacenes, abandonando para siempre El Paraíso.
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miércoles, 23 de enero de 2008

El escritor novel

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El afanoso escritor se afanaba por evitar las repeticiones sin lograr evitarlas. Con el paso de los años y el aumento de sus desvelos, creyó que podría mejorar su estilo si conseguía pulirlo. En adelante, escribiría con la sobriedad, sencillez y precisión de la lengua clásica, pensó, con su misma propiedad. Quería llegar a un público amplio. Años después, y viendo que los lectores seguían sin acercarse a su obra, decidió cambiar de estrategia. A lo mejor, se dijo, bastaba guiarse por la excelencia, emparentar sus escritos con el mejor estilo áureo español, con su bella y preciada retórica. Hizo dedos componiendo sonetos a la manera de Quevedo y de Góngora, aunque pronto tuvo que abandonar ese estilo alambicado, impropio de un talento mudable como el suyo.

Rondaría los cuarenta el día en que renunció al delicado arte de la poesía para dedicarse a la prosa poética. Tampoco resultó extraño que al cumplir los sesenta abandonara, por falta de fuerzas, el cultivo del teatro y del ensayo, tan estimados en otros tiempos, cuando seguía siendo un joven prometedor. A los ochenta se limitaba a esbozar algún que otro aforismo. Cinco años antes había desechado, por demasiado extensa y digresiva, la novela.

En la actualidad sólo escribe de vez en cuando breves párrafos, seducido por esa distancia media que supone garabatear unas pocas líneas. La duda y la incertidumbre rigen por entero su vida de escritor. Algunos aseguran que ha empezado a conquistar el difícil arte del microrrelato.
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sábado, 19 de enero de 2008

De una tienda antigua en Shöneberg...

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Un maniquí blanco viste de blanco, los brazos desnudos y lechosos, en un escaparate de la ciudad. Junto a él, otro maniquí negro, piel, zapatos y bolso a juego, muestra su impaciencia por salir. Como si quisieran aprovechar el letargo de las calles nocturnas para estirar un poco las piernas. Es crudo invierno.

Me paro un momento a observarlas y todavía consigo cazar al vuelo algunos retazos de su conversación.
-Ten cuidado, no te resbales... -comenta la primera mujer frente a la puerta.
-Espera un segundo, enseguida estoy lista -le responde su amiga.
Me ha sorprendido que compartan un mismo modelo de bolso. La escena me parece misteriosa y natural. Les saco una foto que me sirva de prueba y recuerdo.

En Berlín, las noches son frías y oscuras como en pocas ciudades. También son muy hermosas. Ellas lo saben, así que -tras sentirse descubiertas- se han lanzado a la calle, camino de Eldorado. Ambas comparten esa belleza trasnochada de las cosas envejecidas desde siempre. Es ya de madrugada cuando estas mujeres de fibra de vidrio se alejan de la mano, calle abajo. Persiguen sueños de músicas antiguas que sólo hallarán en aquel viejo local situado en la Motzstraße, envuelto, a estas horas, en sinuosas volutas de humo.
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jueves, 17 de enero de 2008

Todo lo demás

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Él conservaba de sus años jóvenes una barba desaliñada; ella vestía con exquisito gusto, llegando al extremo de cuidar su imagen de forma obsesiva.
Aquel hombre prefería atender, en cambio, la terraza de su casa, un verdadero jardín poblado de flores de todas las especies y procedencias. Los rosales que trepaban por la rugosa pared eran su mayor orgullo. Por otro lado, la mujer era capaz de cocinar las mejores recetas de su abuela paterna, no le gustaba en absoluto la soledad, y vivía desde hacía tres años con un gato. ..Fue casualidad que ambos frecuentaran aquella casa de comidas. Tras coincidir a menudo los viernes a la misma hora, pasaron a saludarse y, ya con el tiempo, a sonreírse con timidez. Los comensales del lugar no se extrañaron lo más mínimo el día en que ambos decidieron compartir mesa y manteles. Entonces, eran jóvenes y ante sí el futuro se desplegaba incierto y dichoso.
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En el momento presente en que escribo, él conserva su misma barba y desaliño; ella su preocupación por la apariencia y sus dotes culinarias. Siguen juntos. Claro que lo único que ha cambiado es todo lo demás.
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domingo, 13 de enero de 2008

Cruce de caminos

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No le basta, para empezar, que el semáforo esté en verde. Debería poder cruzar la calle pero no encuentra el modo. Que el viento sople tan a favor podría desorientarla. Por otro lado, también es cierto que apenas nadie notaría el cambio a estas horas desacostumbradas de la noche, cuando las gentes yacen en sus casas, felices por lo general, inconscientes al cabo en el calor de sus refugios. Aun cuando sepa que basta un leve movimiento, no consigue dar ese primer paso heroico, capaz de conducirla a un segundo, responsable de un tercero, que termine por depositarla con cuidado al otro lado. Hoy tampoco puede.

Tras ajustarse los guantes y recomponerse la falda, gira sobre sus talones y se dirige a casa, el paso decidido, dispuesta a refugiarse en el sofocante abrigo que da la inconsciencia. Tal vez mañana amanezca un nuevo día.

martes, 8 de enero de 2008

Luminosa oscuridad

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La tarde declina. Cree que si se queda un rato más, empezará a sentir frío, de tanto silencio como se escucha. Al fin se decide y extrae del bolso, medio a tientas, una cámara de fotos diminuta. El sol se va perdiendo por los surcos de la noche hasta que los árboles detienen su sombra. A estas horas, sólo pasean ya algunos turistas. Quisiera enfocar la cámara para perseguir la luz en movimiento. Saca varias fotos; se abriga. Cuando recoja sus pasos, será noche oscura.

lunes, 7 de enero de 2008

La edad provecta

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Permanece a oscuras en la habitación. Hace pocos meses que se ha quedado viudo pero él no se hace a la idea ni piensa hacérsela. Afuera, todavía es verano. Con la mirada perdida y la persiana baja, descubre de pronto que sus brazos desnudos tantean la oscuridad como si fueran los de un pobre viejo.

sábado, 29 de diciembre de 2007

Poética

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Aquella mañana Microrrelato se sentía deprimido. Tras despertar, comprobó ante el espejo con disgusto que su nombre era demasiado largo para una naturaleza tan concentrada y compacta como la suya. Sin duda le habría ido mucho mejor si sus padres le hubieran llamado Micro desde el principio. Estaba convencido de que, con ello, se habría evitado buena parte de los malentendidos que seguían dándose de forma recurrente en su fantasiosa y libresca vida, tan literaria por lo demás.

Microrrelato se sentía, desde hacía ya algún tiempo, desconcertado y confuso. ¿De dónde sacaba el común esa manía de querer confundirlo, cada vez que hacía su aparición en público, con un chiste dudoso y vulgar? Otras veces, en cambio, preferían tomarlo por cualquier ocurrencia que la gente tuviera a bien referir; sin detenerse a pensar un minuto si con ello ofendían su sensibilidad extrema.

Microrrelato se sentía, según era previsible que ocurriera, profundamente dolido. Estaba cansado de gritarle al mundo que él no era en absoluto ni un cuento ni mucho menos un poema en prosa, aunque por supuesto guardaba ciertas características comunes con aquéllos, tales como la revelación del primero y la intensidad del segundo. Le ponía furioso que lo trataran como si fuera un género menor. Tampoco le gustaba que lo considerasen un maldito haikú.

Micro se sentía, en fin, tan pesaroso ese día, que se convenció de que acaso lo más sensato fuera esperar la llegada de la primavera antes de volver a salir a la calle. Así, y con el objetivo secreto de proteger su integridad, aquella misma tarde decidió emboscarse entre las páginas de un libro todavía en proceso de elaboración.

Horas después, mientras la joven que escribía a diario exhibía sobre el papel, sin el más mínimo pudor, su naturaleza desnuda, hecha de hibrideces y mixturas de todo tipo, Micro no pudo menos que reconocer la solemne tontería de haber querido mantenerse sano y salvo a toda costa. Como si la vida no terminara por colarse siempre.

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domingo, 16 de diciembre de 2007

Sísifo

Llega a casa, se descalza deprisa y empieza a desvestirse con la impaciencia de quien hace rato que desea apearse del trajín de un día complicado en la oficina. Las prendas de su traje de ejecutiva van quedando esparcidas sin orden ni concierto por las diversas habitaciones del piso. Luego, se desmaquilla frente al espejo -el rostro desencajado, el cuerpo tenso todavía-, con la misma profesionalidad con que lo haría un payaso tras la función. Cuando por fin se ha desnudado, se encamina hacia el baño y se da una ducha.

Inmediatamente después, y con el ánimo algo más recompuesto, se dirige aprisa a su cuarto para emprender de nuevo la difícil tarea de levantar, de apuntalar incluso, el desbaratado edificio de su identidad: primero se calza las zapatillas de dormir y, a continuación, se pone el pijama. Antes de acostarse, se prepara una cena frugal.

A medianoche, cuando el silencio se vea interrumpido tan sólo por los latidos de su corazón, soñará una vez más que vuela alto y lejos, como un maldito pájaro, igual de pertinaz.

martes, 11 de diciembre de 2007

La depuradora

Sabe que mientras se mantenga consciente, no tiene nada que temer. De eso está seguro. Además, basta probar de qué somos capaces para ver hasta qué punto un hombre, una mujer, pueden resistir bajo condiciones adversas. Luego, intuye, ya sólo queda esperar, descubrir en qué momento, de existir ese momento, empieza la deshumanización, el desmayo. Hoy mismo le han asegurado que iban a quitarle el alma. Será cuestión de segundos, le han dicho. La máquina se encarga de todo. Ella sola aspira en un santiamén toda la porquería que haya podido almacenar durante los últimos decenios, con la confianza de devolvérsela, tras los reajustes necesarios, limpia y reluciente. Así pues, en cuanto acaben, se la devuelven; sólo necesita, en realidad, unos pequeños retoques. Unos segundos de nada, le han dicho.

Ya empieza a sentir los primeros síntomas. El cable al que permanece conectado lleva chupándole la sangre varios minutos, o eso diría, con la precisión implacable de que sólo es capaz una sanguijuela mecánica. También diría que empieza a nublársele la vista y a sentir mucha sed; a nublársele también el entendimiento y la memoria. A lo mejor le falla la memoria. Siente hambre, miedo y sueño, y de nuevo hambre. Tal vez más hambre de la que pueda sentir jamás. Lo más probable es que no pueda soportarlo, o eso habría dicho si pudiera. En realidad, el proceso está a punto de completarse; no ha ido del todo mal, pero ¿qué pasará cuando dejen de administrarle el suero? ¿Cómo creen que soportará el dolor, la vida, un alma pura? Él no se atrevería a jurarlo, pero lo cierto es que lo han engañado. Sin memoria, me moriría, habría dicho si pudiera.

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(sE LO EnDOso a fREia. Puedes ver las instrucciones de este meme en casa de Leg, Maripuchi, Frilanser o Scout.)

sábado, 8 de diciembre de 2007

Al abrigo de las letras

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El escritor esforzado se escondía tras la retórica hueca de las palabras. Así, en lugar de decir "ese día el sol brillaba como nunca", optaba por "los rayos esplendorosos bañaban el ínclito día como si fuera la primera vez". Estaba convencido de embellecer con ello la realidad. De igual modo, creía que cuanto más adornados aparecieran sus escritos, mayores éxitos literarios obtendrían.
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Por su parte, el lector cursi era un gran admirador del escritor mencionado. En esencia, no sólo se refugiaba en los textos de su autor preferido como una forma de hallar consuelo, sino que además los creía capaces de mejorar el mundo circundante, de perfeccionar al mismo ser humano. Acaso no sea preciso decir que amaba la oratoria, la dialéctica y los versos esdrújulos.
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Un buen día el azar quiso que los pasos del animoso escritor se encontraran con los del lector trasnochado. No lograron reconocerse sin embargo. La coincidencia de pasear por la misma calle, a la misma hora, les pareció un dato demasiado vulgar para ser tenido en cuenta. Por otro lado, que pudiera existir una correspondencia perfecta como la que les unía iba a servirles de bien poco. Cuando tuvo lugar el tropiezo, y antes de seguir su camino como si tal cosa, ambos intercambiaron unas breves palabras:
-Imbécil, le dijo el poeta.
-Desgraciado, le contestó su lector más fiel.
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sábado, 1 de diciembre de 2007

La disolución

Aquella mujer todavía hermosa permanecía a su lado con la esperanza de que la vida se enderezara de una puñetera vez, deseando, temiendo, que el presente en que se les había embarrancado la existencia tuviera, no pudiera tener, los días contados.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Meme del escritorio

Leg arguye, en su defensa, que lo de endosar este meme en concreto, y que consiste nada menos que en mostrar-la-imagen-propia-de-nuestro-escritorio-privado-de-trabajo-del-ordenador-personal, "no es [en absoluto] curiosidad, lo prometo, es sólo un juego"...

Una servidora, como es muy confiada, se lo cree todo de pe a pa, esto es, a pie juntillas, de ahí que haya colgado la imagen al desnudo, sin aderezos ni otros adornos que pudieran distraer la inestimable atención del voyeaur de turno (¡ups!, quise decir del lector).

Sin iconos ni otras zarandajas (en la acepción nicaragüense de "vestido estrafalario", que documenta nuestro sapientísimo DRAE), así viste y calza mi escritorio:

Lo cierto es que me hubiera encantado trasladar este meme juguetón a nuestro resistente fustigador, pero para mi asombro, esta vez nos ha hecho los deberes (sin que sirva de precedente), así que se lo endoso al escurridizo Nán, a ver cómo se las arregla para sortearlo, que yo no he sabido...

PS: A lo mejor me cambio la imagen del escritorio por esta otra. ¿Os gusta? ;-)

domingo, 25 de noviembre de 2007

En-sueños

(I)
Cuando despertó, la vida era sueño.

(II)
Soñó que soñaba una vida de ensueño, de tan maravillosa y dulce como se le representaba. Tras despertar de ese primer viaje profundo y misterioso que le había dejado tan entusiasmado, le deprimió descubrir que la cruda realidad se agazapaba a la vuelta de la esquina, dispuesta a abalanzarse sobre él y arrabatarle todas sus ilusiones. Al despertar por completo de sus sucesivos sueños, descubrió con horror que...

(III)
Su mayor pesadilla fue no despertar nunca más.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Determinismos

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Si hubiera estudiado Arte en vez de Filosofía, Pedro habría terminado trabajando como restaurador de obras artísticas para el museo de El Prado. Si en lugar de haber cambiado de ciudad, se hubiera quedado en Madrid, un día a la salida del trabajo, de camino a un conocido restaurante del centro, habría tropezado con María, lo que le habría dado pie a disculparse y, claro, entablar conversación, además de ofrecerle el taxi que estaba a punto de coger. Si, como decimos, cambiar su ciudad natal por Valencia le impidió tropezarse con quien seguro habría terminado convirtiéndose en su esposa; tras la decisión de mudarse tropezó de igual modo–en fin, era consustancial en él dicho accidente- pero lo hizo con Sonia, a la salida del teatro, una mujer muy guapa, cierto, aunque sin el encanto de María.
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De acuerdo con esta caprichosa ruleta que es la vida, Sonia, con quien en efecto llegaría a casarse, no sólo aprendería a cocinar, andando el tiempo, unas paellas deliciosas, de chuparse los dedos, sino que además le daría tres hijos estupendos: Miguelito, María (pura coincidencia) y Mónica. Así las cosas, cada vez que este esforzado profesor de Filosofía en un instituto de las afueras de Valencia, invitara a comer en su casa a los colegas, todos ellos sin excepción se refugiarían de la falta generalizada de disciplina en las aulas en los efluvios deliciosos de la paella que su mujer iba a prepararles, por lo común, cada primer domingo de mes.
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Hoy en día, tras estudiar Filosofía, haberse casado con Sonia y comer a menudo, junto a su familia y allegados, una paella de rechupete, no puede evitar sentir de vez en cuando una punzada de nostalgia por un futuro inexistente que jamás llegará a conocer.
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lunes, 5 de noviembre de 2007

Un absurdo perfecto

Juan y Lucas son hermanos gemelos. Cuando llegue el momento, el primero se decantará por el estudio de las Ciencias Naturales, mientras el segundo es probable que manifieste una clara inclinación por la Filosofía en general y las Letras en particular.

Más tarde, cuando la Naturaleza se lo dicte, Juan se enamorará perdidamente de María, una joven rubia, alta y delgada, pianista de vocación aún en ciernes, pero de enorme talento en un futuro próximo, es decir, dentro de unos diez o doce años, que es el tiempo que la chica precisa para obtener el aplauso y el reconocimiento debidos. Lucas, por su parte, amará y será correspondido por Manuel, compañero suyo de trabajo en un periódico de prestigio, en donde todavía no sabe que entrará a trabajar como jefe de la sección de Cultura. Manuel lo hará poco después en calidad de responsable de las páginas de Economía.

Cuando ambos alcancen los 40 años, Juan y Lucas sentirán un vacío interior que les empujará sin remedio a separarse el uno y a divorciarse el otro, aun siendo idéntico el resultado. Que ambos lo hagan al mismo tiempo será sólo una maldita casualidad. Con hijos a su cargo y hartos de vivir solos, terminarán sus días juntos, como si alguna vez hubieran sido buenos hermanos, y lo harán por un sentido práctico de la existencia, esto es, para compartir gastos. Diez años después, tras darse cuenta de que no pueden vivir con un desconocido, por muy hermano gemelo que sea, lamentarán en un rapto de lucidez haber abandonado a sus respectivas parejas. También en esto, por desgracia, estarán odiosamente de acuerdo.

Y dejo aquí esta historia. Confío en que el paciente lector comprenda mi decisión. Si os soy del todo sincera, debería confesar que antes de interrumpir el relato de forma tan abrupta, llegué a la conclusión de que sus destinos empezaban a resultar demasiado vulgares, por conocidos... A lo mejor incluso consideráis que he sido un tanto cruel con sus vidas. Tal vez estéis en lo cierto y me haya excedido, no lo niego. En cualquier caso, sirva como disculpa que la presentación verosímil del mundo se me hizo de pronto cuesta arriba. Se trataba de describir la vulgar realidad sin tapujos, el absurdo perfecto que nos define y, de golpe, perdí el interés.

jueves, 25 de octubre de 2007

La vida según el alfabeto: la J

José Jiménez justificaba a Juan Giménez porque, aunque le jodiera, ambos eran jerezanos, justamente de Jerez de la Frontera. Aparte de ser buenos jinetes, a menudo se jactaban de saber cortar el jamón como genios; generalmente a rodajas. Luego se lo jalaban con los brazos en jarras. (Justo es decir, a modo de ejemplo, que la filología del DRAE fija y recoge que "en Jerez, [una jarra es, por semejanza, un] recipiente de hojalata, de doce litros y medio de capacidad, que sirve para el trasiego de los vinos en la bodega."). Ambos eran, además, juiciosos jueces de genealogía jesuítica.

Si bien Juanillo se había juntado con una japonesa siendo muy joven, a José jamás le había parecido justo que se hubiera agenciado un ejemplar del otro género tan original, ni tampoco que su generosidad hacia una mujer con jambas de junco, gesto de jirafa y ojos de jaspe terminara generándole una jaqueca tan enojosa. El origen: Mijo, la gentil japonesa, tomaba jarabe en dosis ingentes con el objetivo de que dicho agente le dejase bailar una jota con la misma energía con que lo haría una pareja de jíbaros.

Para más inri (jolgorio o regocijo ajeno, como si dijéramos), Mijo usaba gel de baño a base de gelatina, esto es, de colágeno de tejido conjuntivo, y aunque sin duda amaba la jardinería (en su jardín de naranjos germinaban todos los junios y julios unos geranios ejemplares), no era, ni de lejos, de la jet...

(Por si el lector nostálgico anda escaso de juicio, dejo sentado que este micro es un homenaje a La cantante calva, de Eugène Ionesco...)

martes, 16 de octubre de 2007

La vida según el alfabeto: la I

Incluso siendo inexperta, indagaba en los historiales incansable, intrigada por el inaudito giro que habían adquirido de improviso sus investigaciones. Inés intentaba historiar un hito inconmensurable: la irradiación del intelecto iluminado en los hindús más impuros e infelices. Desde el mismo instante de su ingreso en la India, había sido incapaz de ignorar esa irradiación incesante; incontenible, como digo, en los individuos más indigentes.

¿Y si Dios existía al fin?, se había interrogado a sí misma, inquieta hasta lo indecible. Sus indagaciones iban a significar un inconveniente insoslayable para la Iglesia. Indirectamente, para salir airosa de la lidia, insistía, inquisitiva, en inventariar los intelectos más ignotos, las irradiaciones más interesantes.

Si bien sus inferencias la inclinaban a dilucidar sus inquietudes hacia el sí, finalmente la Iglesia se había interpuesto indiferente, sin impedimento ninguno a su ingente influencia. Tras el litigio, sus ideas serían ignoradas, a juicio de la Diócesis, por irracionales e irrespetuosas, en principio con el fin de insuflar ingratitud en los espíritus más impertinentes. Implacable en su impunidad, la Iglesia se había limitado a identificar las tesis de Inés con ideologías infernales de siglos invictos. En el íncipit del impreso se decía que el obispo del distrito filipino iba a ser investido in partibus infidelium.

miércoles, 10 de octubre de 2007

La vida según el alfabeto: la H

Era Hilario un historiador heterodoxo, harto holgazán y huésped habitual de "La Hacienda". Hace apenas unas horas ha sido ahorcado en La Habana tras husmear sus habitantes en la habitación del hombre, y hallarle un hobby horrible: el susodicho hechizaba al resto de los huéspedes del hostal a base de hierro, hierbabuena y algún hierbajo, además de hipnotizar y hacer hibernar con híbridos de su cosecha al hipocondríaco de la habitación OCHO, un hombre de hechuras hercúleas, en absoluto hosco, de gran humanidad.

Han sido los hombres más humildes quienes, al verlo huir sin huella de honradez, tan deshonestamente, lo han humillado ahorcándolo. Ahora es el hazmerreír de los habaneros.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"