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Una mañana de
viento su cabeza se desgajó del cuerpo que la sostenía. Bajo su nuevo estado de
conciencia exenta creyó poder superarlo. Al principio su condición desorbitada
la complacía. Durante un tiempo absolutamente inconcreto aquella cabeza deambuló de aquí para allá con brío, poblando las
calles de asombro y admiración. Los niños rogaban a sus padres que les
regalaran globos como aquéllos. Verla danzar
en
su burbuja de escafandra era convencerse de su inmunidad. Pero los chicos
crecieron y su existencia desligada les parece ahora una pesadilla. En sus
viajes sólo se granjea, desde entonces, gélidas compasiones bañadas en sudor. La extraña protección que un día retuvo ya no maravilla.
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