Y a cada nuevo paso, ibas haciéndote más y más pequeña, hasta adquirir el tamaño exacto de un diminuto banco avistado al final del camino, aunque cuando lo alcanzabas, enseguida te dabas cuenta de que, más bien, se trataba de un madero de proporciones descomunales, y de que si pretendías sentarte en él, debías entablar primero una lucha contra una plaga de moscas que te zumbaban y enloquecían con su sonsonete estentóreo, como de aviones a reacción.
¿Cuántas veces se precisa pensarlo, escribirlo, sentirlo? ¿Bastarán 110, 99?, ¿sólo 6? ¿Podré algún día recitarlo completo, alterarlo en parte, ignorar fragmentos?; ¿o acaso habré de padecerlo, memorizarlo entero, creerlo después? ¿Cuántas veces tendré que gritar, pelear, pelar, helarme? ¿Cuántas vidas se necesitan, al cabo, para eso?
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* La imagen procede de la bitácora plástico-literaria Antojos, del amigo Sergio Astorga.
Aquella tarde de interminable solana y aburrimiento, Pelayo Osorio corrió la pesada lápida dispuesto a visitar por última vez a quienes habían sido sus seres queridos. Nada más entrar en la casa, tía Engracia soltó un grito mayúsculo que él dejó sin réplica por no tener entonces medios humanos ni fantasmales de hablar con los vivos, sin que esta situación le provocara -la verdad sea dicha- ningún pesar, persuadido como estaba de que intercambiar palabras con algunos no llevaba a ninguna parte; así que pasando de largo frente a ella, se encaminó hacia el salón comedor en busca de tío Eusebio, quien en tiempos le había propinado un porrazo de órdago y, sobre todo, de muerte; y ahora se dedicaba a mojar, apacible e insolente como siempre, bollos de azúcar en el que fuera su respetable y enorme tazón de café con leche, como si las cosas pudieran tomar el rumbo deseado sin que la verdad importara a nadie un ardite. Y ya no digamos un ápice. Contrariamente a lo que espera el lector, de nada sirvieron sus proezas por hacer que se le atragantara el bollo. Tío Eusebio, además de asesino, se había vuelto ciego y sordo, y ya sólo mostraba interés por lo firme y palpable; además de por lo material. Perra vida, en efecto.
Cuando me paseabacon ella,las cabezas de los paseantes se transformaban en gigantescos ojos que la miraban.
Cuando entrabaen el metro con ella,los cuerpos de los quela rodeaban se transformaban en gigantescas manosque la tocaban.
Y cuando me besaba,su cabeza se convertíaen dos labios que lentamente me devoraban.
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Fernando Arrabal, “[Cuando me paseaba con ella]”, La piedra de la locura,
introducción y notas al texto por Francisco Torres Monreal,
Destino, Barcelona, 1963, p. 63.
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I.
Cuando ella me besaba, me convertíaen dos labios con cabezaque se transformaban;en metros de cuerpo conpaseantes cabezas;en gigantescos ojos que se devoraban,en manos gigantescas, que lentamente la rodeaban. Cuando me miraba, entraba transformado y la tocaba.
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Cuandoella me paseaba...
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el ,los los la que
,su . los de
II. CuandoLola me paseaba...
Cuando ella, lentamente, me besaba, me convertíaen su cabezacon dos labiosque se transformaban en metros de cuerpo conpaseantes degigantescos ojos y cabezagigantesca, los cuales se devoraban las manos que la rodeaban,transformandolo que tocaban.
Oh, tú, criatura alada, vuela alto si puedes, que sólo así podrá mi sueño voraz rondarte sin consuelo.
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* La imagen, titulada "Entre dos mundos", la he tomado prestada de la bitácora de Abel Murcia,Al trasluz. No deja de ser curioso que ambos títulos (el de la foto y el del blog) compartan la idea de umbral... En su bitácora, además de traducir a importantes poetas polacos contemporáneos, publica fotos enigmáticas y reveladoras como ésta.
Nada más despertar de la siesta, descubrió que bastaba
estirar los dedos, extender brazos y piernas, para congraciarse con el aire de
la tarde. Tras recomponer su vestido de lino echó a andar por caminos
pedregosos y senderos, recabando memorias vegetales. A esa hora los rayos de
sol volvían dóciles zarzales y rosas. Pudo conocer todo tipo de flores y
plantas. Varias veces trató la noche de sorprenderla, derramando
oscuridades. Pero Flor no se amedrentó. En absoluto quería volver a un
redil hecho de parterres; antes bien, prefería reimplantarse en cualquier parte
ventilada, entre semejantes. Y fue así que no regresó. Ha descubierto que adora
las tormentas de verano.
Aquel hombre bebiópara olvidar a la mujerque amaba,y la mujer amó para olvidar al hombreque bebía.
Mario Goloboff, “El tango”, en VVAA, El límite de la palabra. Antología del microrrelato argentino contemporáneo, edición de Laura Pollastri, Menoscuarto, Palencia, 2007, p. 134.
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.. La olvidadiza Para olvidar el tango, y al hombre que amaba, la mujerolvidaba ala mujer bebedorapara que aquel hombre bebiera amando.
La tornadiza Para olvidar a aquel hombre (y al tango), la mujer bebedora amaba el hombre quebebíapara que la mujerle olvidaseamando.
A la de tres caerás en un profundosueño que te trasladará a tus años más
silvestres, allá cuando vivías sin memoria, con la ligera congoja deapenasun par de deseos vagos, y te dejabas
mecer por el viento y el cricrí ensordecedor de tus semejantes, o te
arrastrabas por entre tallos y hojas en busca de alimento, a resguardo de los
saltamontes más fieros, siempre dispuestos a atacarte por el flanco, o te
emboscabas noches enteras para hundirte -si había suerte- en aguas cenagosas...
A la de cinco despertarás entumecido y mareado, sin que logres
comprender lo que te sigo contando.
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* La foto, de Luis Matilla, aparece como emblema de su bitácoraLa realidad inventada;a mí me gusta sobre todo la serie que le dedica a la gente de Almería, en la que aparecen, certeramente retratados, amigos, conocidos y familiares.
.. Y entre tanto, la luz abriéndose paso una vez más, empeñada -tozuda como es- en alimentar y fermentar cualquier atisbo de vida que sea capaz de arraigar [de enraizar, brotar yerguirse, de prosperar en suma] entre rastrojos y hojarasca.
Llamada al orden. Cuando terminesde besarme no te olvides de poner, otra vez,todas las cosas en su sitio:el mar,las nubes, las caracolas ─siempre tan inoportunas─,el aire,ese arco iris que no sé de dónde ha salido,las flores del jarrón y el azul añil del cielo, por favor. Juan Yanes
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La caracolas, siempre tan inoportunas
Por favor,del jarrónhan salidotodas las cosas: llamaal mar otra vez, que no sé delas floressu sitio.Pondondelas nubesalaire,yen orden el azul añilde ese arco iris.Cuando termines el cielo, no te olvidesde besarme.
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ANCH'IL MAR PAR CHE SOMMERGA
(Bajazet (Il Tamerliano) II, 2-Idaspe)
Anch'il mar par che sommerga Quella nave, che tu vedi Dissipata da procelle. Poi la vedi, e par che s'erga Presso all'altra in fra le stelle.
Aunque parezca que el mar esté hundiendo aquel barco que tú ves destruido por la tempestad; más tarde lo verás resurgir de las aguas junto a los demás en mitad de las estrellas.
. . Hermosa vida que pasó y parece ya no pasar… Desde este instante, ahondo sueños en la memoria: se estremece la eternidad del tiempo allá en el fondo. Y de repente un remolino crece que me arrastra sorbido hacia un trasfondo de sima, donde va, precipitado, para siempre sumiéndose el pasado.