Encenagados
Esta
nueva novela de Rafael Chirbes trata sobre la podredumbre cenagosa de la España
actual, con el pantano y su atmósfera tóxica en el papel de personaje principal
de la historia, en su doble vertiente de espacio físico y simbólico. No en
balde, la pequeña población de Olba a orillas del embalse funciona como
representación de la actual sociedad española, mientras el pantano putrefacto
se erige en correlato moral de sus gentes.
Por
ese entorno desfilará una galería de personajes de distintos estamentos y
condición, cuyas vidas nos ofrecen un fresco del presente a la manera de la comedia humana, y que cabría entender
como la otra cara de los sucesos relatados en Crematorio, su anterior novela. Galardonada con el Premio de la
Crítica en el 2007, en ella mostraba Chirbes un país enriquecido por el
ladrillo y la falta de escrúpulos de esa misma sociedad triunfante; esta vez empobrecida
sin remisión.
En
el arranque de la trama, Esteban, hombre sin atributos, cuida de su anciano padre
en la casa paterna, situada sobre la carpintería que ha perdido a sus 70 años, tras
entablar negocios fraudulentos con el especulador Pedrós, un tiburón que, en
cuanto ve la oportunidad, se da a la fuga con el botín.
Así,
mientras espera a que lo desposean de la casa y del negocio, apenas le queda un
mes, Esteban, narrador protagonista de este fresco coral, se dispone a repasar
su vida. Lo hace a partir de una serie de monólogos interiores descarnados que
se alternan con el diálogo mantenido con los amigos del bar y con los relatos
en primera persona de otros seres, entre los que destaca Liliana, la cuidadora colombiana
a la que Esteban ha tenido que despedir, junto al resto de sus empleados. No en
vano, estos monólogos encadenados persiguen rememorar por última vez, antes de
quitarse la vida y segar las del padre y el perro, su infancia y querencias. En
especial, la del tío Ramón, quien sin las brusquedades del padre le enseñó a
pescar y el oficio de carpintero. Pero también nos da cuenta de las privaciones
y sacrificios de su progenitor tras la guerra, una vez perdidos los ideales heroicos
en pos de construir una sociedad mejor. De hecho, mudará para siempre de
carácter y se amargará, sustituyendo los anhelos de futuro por el imperativo de
tener que alimentar a mujer e hijos, a quienes apenas querrá a lo largo de su existencia
de carpintero encanallado, hasta el punto de llegar a aborrecerlos.
La
novela se estructura en tres partes de distinta extensión. En la primera (“El
hallazgo”) un narrador omnisciente nos anticipa el desenlace de los hechos,
cuando un moro que merodea por el pantano descubre los cadáveres semienterrados
de Esteban y su padre. La segunda (“Localización de exteriores”) se centra en
esa pequeña población que habita alrededor del pantano de Olba y cuya acción discurre
entre la casa de Esteban, la carpintería y el bar básicamente, a partir del
relato caleidoscópico de distintas voces –Liliana, los escritos escondidos del
padre, Justino y Francisco, los amigotes de Esteban–, sin olvidar la del propio
narrador. Así, éste va orquestando la entrada en escena de los diferentes
personajes con la pulcritud de un maestro de ceremonias. Su estructura me ha
recordado a La colmena de Cela, tal
vez debido a esa atmósfera asfixiante que lo envuelve todo. La última parte (“Éxodo”)
está formada por el monólogo de Pedrós, en sus orígenes un peón de obra de
escaso talento y mucha ambición, que será quien arruine a Esteban y a los que
buscaron enriquecerse.
Novela
coral, En la orilla está escrita en
una prosa afilada, poco complaciente con el lector; de un realismo de tintes
expresionistas y simbólicos, de estilo resonante y lapidario. Con infinidad de
pensamientos memorables a lo largo de sus páginas. Vean un ejemplo: “La
esperanza de viudedad ha sido el gran lenitivo de la mujer” (p. 406), “Si para
algo sirve el dinero es para comprarles inocencia a tus descendientes (p. 79),
“Ningún rico medianamente inteligente practica el asesinato. Ellos no son
psicópatas. No tienen por qué serlo. Para eso, para matar y sufrir psicopatías,
tienen a sus empleados” (p. 82), “Soy aquello de lo que carezco, soy mis
carencias, lo que no soy” (p. 379). Gran, gran Chirbes.
* La reseña ha aparecido en el número de julio-agosto de la revista de literatura Quimera.