lunes, 30 de marzo de 2009

El vigilante

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I.
Aquel hombre de perfil lleva más de una hora vigilando mis pasos, el más mínimo de mis movimientos. No se fía ni de su sombra, de ahí que mire a izquierda y derecha con recelo y verdadera desconfianza, como si estuviera dispuesto a descubrirme al menor descuido, a fastidiar mi plácida existencia secreta. Y es que no puede uno fiarse de nadie. Dar un paso en falso. Desfallecer. Atreverse siquiera. Ser.
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II.
Aquel hombre que asoma de perfil recorre, sin descanso, la sala B de exposiciones. Cada día es igual. Desde que le asignaran la vigilancia de la sala, apenas se adentra en los habitáculos laterales, como si no quisiera alejarse demasiado del retrato amarillo que preside su centro.
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III.
Aquel hombre que no asoma por ningún sitio su perfil, o sea yo, no sabe cómo escabullirse de este laberinto de sombras. Huir sin ser visto ni ser echado de menos siquiera. Lograr la fórmula para dejar de ser de una vez por todas. Poder esfumarse, desaparecer.
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sábado, 28 de marzo de 2009

El descenso

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-¿A qué estás esperando? ¿No piensas subir?
-¿Para qué, si puede saberse? ¿Lo crees de veras necesario?
-En realidad, no; pero me hubiera gustado que subieras. Simplemente, no entiendo por qué te cuesta tanto...
-En realidad, no me cuesta nada. Espera, que ya subo.
-Déjalo, ¿quieres? Ya bajo yo.
-Así resulta imposible...
-Yo también acabo de darme cuenta.
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miércoles, 25 de marzo de 2009

Doña Primavera

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Esa flor lleva la mañana entera abriéndose sin poder evitarlo, inconsciente de su cometido, de su función vital, de sí. Como si el sol, de natural perezoso, se hubiera decidido al fin a inundar la estancia con su luz cegadora, apabullándola. Ahora mismo, resulta de hecho dificilísimo ignorar su majestad, empeñarse en que no existe ni resplandece, oponerse a la evidencia de su esplendor; del todo imposible abstraerse por entero al estallido de color y aroma que sucede ahora mismo, que seguirá sucediendo con suerte.
Desde primeras horas de la mañana no puedo dejar de advertir que la primavera ha ocurrido. Si pudiéramos analizar a cámara rápida el lento avance de ese capullo hacia su floración primera y posterior deshojamiento, no habría lugar a dudas. Tal vez gracias únicamente a esas hojas inconscientes, generadoras pertinaces de clorofila, sea posible enfrentar con otro ánimo la mañana escondida. Tal vez logre ese gesto espontáneo y ajeno acompasar nuestros pasos a un ritmo -aunque extraño- verdadero, imponer su belleza inalcanzable, tan gratuita y rotunda.
Cuando esos capullos abiertos empiecen a desprender su aroma embriagador, podremos entonces considerarnos otros.
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lunes, 23 de marzo de 2009

La niña requetegorda

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La chiquilla del tercero segunda sigue empeñada en adelgazar más y más, en una especie de obcecación tozuda y suicida. De nada ha servido intentar convencerla de que esos brazos sumamente finos y descarnados, que asoman por debajo de su camiseta de talla infantil, no se parecen, ni de lejos, a los de cualquier modelo esbelta de metro ochenta y pecho firme; ni mucho menos persuadirla de que sus piernas de palillo, de alfeñique escuchimizado en realidad, hace siglos que dejaron de ser las de aquella niña graciosa y hasta un poco regordeta. La obstinación de la chica es tal, que cualquier intento por convencerla o disuadirla ha resultado
inútil. Y es que no parecen querer enterarse: por mucho que se engañe o esfuerce, nadie nunca jamás dejará de reírse una y mil veces de sus mofletes sonrosados, de ese culo enorme que tiene, tan requetegordo e hinchado. Jamás nunca nadie. Ni siquiera ella misma. A ver si se enteran de una puñetera vez: "Nadie, nunca más".
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martes, 17 de marzo de 2009

La Ondina que baila

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La Ondina que baila
tiene un nido de remate,
para mejor hundir
raíces de hierro
en cintura de talle.
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Dadivoso,
levanta
el viento
tenues ondas
de agua moldava
moldeando,
a un tiempo,
pasos de baile
en dama tan alada.
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lunes, 16 de marzo de 2009

¿Te apetece un té?

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El GRUPO FRIDA,
responsable de la revista electrónica
DELIRIO, ha incluido, en el núm. 2 dedicado
por entero a la letra T, uno de mis textos: "¿Te apetece un té?". También podéis
acceder
al primer
número
delirante
a través
de la
de la propia
revista,
que
aparece
entre mis
enlaces
recomendados.
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sábado, 14 de marzo de 2009

Frases malabares para Manuel

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Para mi querido Manuel
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I.
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Quienes buscan la verdad merecen el castigo de encontrarla.
Santiago RUSIÑOL

La belleza es una carta de recomendación que nos gana de antemano los corazones.
Arthur SCHOPENHAUER

La memoria se acrecienta usando y aprovechándose de ella.
Juan Luis VIVES

Procura no emplear el tesoro de tu vida en odiar ni en temer.
Henri Beyle STENDHAL

La voluntad es la piedra filosofal buscada por la alquimia.
Constancio C. VIGIL

En cuanto a la adversidad, dificilmente la soportarías si no tuvieras un amigo que sufriese por ti más que tú mismo.
Marco Tulio CICERÓN
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II. Y un poema malabar...
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La verdad
-----la voluntad
-----------la belleza
es buscada por la adversidad

Aprovechándose de ella, usándola,
los corazones procuran
una carta de recomendación,
no emplear la alquimia
en odiar ni en temer.
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En cuanto a ti,
la memoria se nos acrecienta,
-busca el castigo de la piedra filosofal-
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difícilmente la soportarías
si no tuvieras un amigo
que sufriese más que
tú mismo

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y es que gana
encontrarla
por
quienes merecen
de antemano
el tesoro de tu vida.
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jueves, 12 de marzo de 2009

Mascarada

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Iba a empezar a afeitarse cuando, de repente, le ha dado un mareo. A punto ha estado de golpearse la cabeza contra el espejo, pero se ha incorporado a tiempo -siempre tuvo buenos reflejos-, aunque ahora sospecha que ese señor con cara de muerto se parece demasiado a él. 
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Si por azar alguien se detuviera frente a su máscara y observara con ojos de forense el estado de ese hombre, llegaría a la conclusión feliz, valga la paradoja, de que no fue feliz en absoluto, valga la redundancia. Es más: podría sospechar con fundamento, a salvo de que la Susodicha protestara incluso con una mueca de espanto, que él solo fue el responsable único de sus desaciertos. Fíjense bien, si no. ¿Podría decirme alguien a qué viene esa caída de ojos, ese mirar vago, de náufrago perdido? Y esa rigidez, ¿acaso no define la actitud propia de un hombre desdeñoso, altivo incluso? La expresión misma de su cara, ¿no creen ustedes que está gritándole al mundo su desacuerdo, su profundo fastidio por tener que decir, de repetir sin ninguna gana, que llevaba muerto la vida entera? Obsérvenle, vamos, no sean tímidos.
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Sean honestos y convendrán conmigo en que ya estaba acabado desde hacía meses, acaso desde hacía más tiempo: probablemente, desde antes del nacimiento de sus hijos, o quizá mucho antes de obtener aquel empleo, o por qué no decirlo de una vez, desde el mismo principio, de cuando no había modo humano de saber -o intuir siquiera- que terminaría muerto frente a un espejo cuyo reflejo discrepa incluso de su máscara mortuoria.
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lunes, 9 de marzo de 2009

Con los ojos vendados

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Entonces, la joven señora se dirigió con estas palabras al caballero más muchacho:
-Si aspiráis de veras a conseguir mi beneplácito, deberéis primero ascender a lo más alto de la torre con los ojos vendados, y una vez arriba permanecer encerrado un lustro entero, sin que a ninguna de las damas de mi séquito le llegue un lamento vuestro ni una queja siquiera, comiendo con la frugalidad de los pájaros, y alimentando vuestro espíritu de hombre cabal a fuerza de penalidades. Sólo entonces me hallaréis en condiciones de aceptaros.
-¿Por qué, mi señora, resulta tan difícil ser digno de vuestro favor?
-Allí, en lo alto de la torre, no sólo tendréis tiempo de aprender cuán engañoso es el amor, por tanta dulzura como atesora, sino que también descubriréis la luenga aridez de la vida y sus tropiezos, cuyos embates, siempre molestos, únicamente los espíritus más nobles son capaces de sortear.
-Como vuecencia gustéis.
Y mientras se alejaba dándole apenas su bendición, oyó el muchacho que la princesa le decía a su doncella de confianza:
-Si no tuviera todavía un pie en la infancia y el corazón lleno de miel, os aseguro que no habría podido mostrarme tan severa.
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viernes, 6 de marzo de 2009

Sombras chinescas

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Ante todo, soy una mujer paradójica, llena de contrasentidos. Dice de mí la gente que quiero y que me quiere, que soy caótica, impaciente hasta el paroxismo y bastante fantasiosa. Será verdad si lo dicen. Yo añado que también puedo ser divertida, entusiasta y hasta un punto misteriosa. Aunque quizá sea conveniente matizar que esto último, sólo en contadas ocasiones. En general, me considero apasionada y vehemente. Y tozuda. En particular, una despistada de remate, retraída, sí, y algo presumida.
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Para andar por la vida aprecio la sabiduría de compañeros de viaje tan poco valorados como el orden y la tranquilidad. El caos -ya lo dije- lo pongo yo. Por lo demás, me gusta el otoño y la sandía, la caída de la hoja casi tanto como los rayos de sol. Puedo confesaros -pasemos, pues, a los defectillos- que soy sumamente nerviosa y dubitativa, probablemente, debido a un temor insalvable a la vida, y al dolor. Para compensar semejante carencia, o villanía, me gusta pensarme como una soñadora inagotable que escribe y escribe. Ciertamente, me considero una asidua de la escritura, aunque tampoco me asuste leer. Un día cualquiera aprendí que a los amigos y a los secretos hay que guardarlos bien para evitar que se esfumen, enfríen o volatilicen.
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Pero, muy especialmente, soy un pozo de desmemoria. Tanto es así, que uno de mis mayores temores consistiría en descubrirme un día olvidada de todo y de todos: padecer, llegado el momento, el galope desbocado, inmisericorde y cruel del señor Tiempo temido. Sin duda, ese olvido y abandono cronológicos representarían la peor amenaza y pesadilla, la vivencia misma del horror. Mutatis mutandis, no me desagrada la soledad.
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(Una nota de color: de pequeña solían recogerme el pelo en dos coletas. Siempre despeinada pese a todo, decía mi abuela, divertida, que iba hecha un indio. Desde entonces, me considero profundamente oriental).
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Sería divertido que esbozarais vosotros también vuestro particular retrato...
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domingo, 1 de marzo de 2009

Encadenamiento

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En el instante mismo en que su conciencia se libere del ruido circundante y, sobre todo, de la tristeza que la atenaza, le parece que va a poder hacerlo, que acaso logrará escapar. Así que cierra los ojos de nuevo y se concentra en esa idea fija y la amasa a conciencia hasta la obsesión, convirtiéndola en una plegaria, en alimento. Nunca más bofetadas, nunca más insultos, ni desdenes, ni desprecios, ni humillaciones.
-Nunca, nunca más.
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Enfurruñada, la anciana cabecea y da palmadas en el aire para alejar de sí el peso de un cuerpo ajeno.
-Nunca más, te digo. No quiero.
Y entre tanto llora y patalea en vano, como siempre.
La conciencia es así de caprichosa: traslada a los más débiles al vacío para que agonicen a sus anchas, despacito, con todo el tiempo del mundo por delante. Aquella sombra insiste en no dejarla en paz.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"