-Si aspiráis de veras a conseguir mi beneplácito, deberéis primero ascender a lo más alto de la torre con los ojos vendados, y una vez arriba permanecer encerrado un lustro entero, sin que a ninguna de las damas de mi séquito le llegue un lamento vuestro ni una queja siquiera, comiendo con la frugalidad de los pájaros, y alimentando vuestro espíritu de hombre cabal a fuerza de penalidades. Sólo entonces me hallaréis en condiciones de aceptaros.
-¿Por qué, mi señora, resulta tan difícil ser digno de vuestro favor?
-Allí, en lo alto de la torre, no sólo tendréis tiempo de aprender cuán engañoso es el amor, por tanta dulzura como atesora, sino que también descubriréis la luenga aridez de la vida y sus tropiezos, cuyos embates, siempre molestos, únicamente los espíritus más nobles son capaces de sortear.
-Como vuecencia gustéis.
Y mientras se alejaba dándole apenas su bendición, oyó el muchacho que la princesa le decía a su doncella de confianza:
-Si no tuviera todavía un pie en la infancia y el corazón lleno de miel, os aseguro que no habría podido mostrarme tan severa.
...
Quedo despalabrada, Mega. Es precioso, magnífico, extraordinario, tan tierno, tan reflejo...
ResponderEliminarGracias, dama de las letras.
Un beso
Izaskun
reflexionad bella princesa y retoceded pues en verdad es de gran pena no haber saboreado tan dulce miel.
ResponderEliminarMagnifico relato pero que dificil se lo ponian las doncellas a sus pretendiente en el medievo. Menos mal que hoy en dia los jovenes se lo montan de manera más facil.
ResponderEliminarSalud, República y Socialismo
Hermosa historia.
ResponderEliminarPero qué princesa tan altanera...
Querida Mega, esta princesa, de armas tomar, merecería quedarse virgen para toda la vida, por soberbia y cruel. El Pobrecito a los cinco años será difícil que tenga ganas de nada. Me temo que en pocos días se desenamorará o... ¡Qué mala leche tiene la princesita!
ResponderEliminarSalud y República
Además de un placer al leer el texto, hay una sabiduría que me sobrepasa y no entiendo.
ResponderEliminarClaro que ahí está la gracia y no espero (ni deseo de momento) que me lo expliques.
Qué cambio de registro, Mega. La torre no como lugar de expiación de culpas, sino como camino iniciático para el amor. Yo no creo que la princesa sea tan altanera ni dura, porque al final deja escapar un destello de debilidad. Muy bueno. Besos.
ResponderEliminarIzaskun, no te me despalabres, ¿quieres? Que lo veas tierno me satisface. Que lo veas reflejo (o correspondido) también. Otro beso para ti
ResponderEliminarEva, ya habrá tiempo de gozarlo. ¿Qué es un lustro de desgracia frente a una vida entera de felicidad y dicha plena...?
Antonio, supongo que esa misma dificultad formaría parte del cortejo amoroso, del propio juego de la seducción. Lo cierto es que el caballero intrépido se ha topado esta vez con una doncella muy exigente en materia amorosa, desde luego. Pero tengo para mí que su severidad es inversamente proporcional a su frialdad...
Araceli, tal vez pensó que sólo mostrándose tan altiva como la misma torre que se disponía a escalar el joven, podrían ambos ver cumplidos (y fortalecidos) sus deseos.
Querido Rafa, ¿acaso no existe un amor más allá de la muerte? ¿Qué son, entonces, cinco añitos de hondo penar? Pura nadería. ;-P
Nán, siempre aprecio tu aprecio (valga la redundancia). Dejémoslo entonces sin descubrir aún.
Antonio, es tal como dices. Y qué bien que te haya gustado.
Besos y abrazos
Todavía creía en sueños, y quería que alguien los cumpliese, los ritos iniciáticos, la torre y la conquista. Pero para probar a alguien no hay que encerrarlo. Hay que soltarlo, como a los pájaros. Los que vuelven son los tuyos. Eso dicen, ¿no?
ResponderEliminarBesos, Mega.
Me encanta el tono de cuento, no lo puedo evitar;-)
Dura pena la que impone a este joven amador. Vale para todas las cosas a las que aspiramos en la vida. Un abrazo muy fuerte, guapa.
ResponderEliminarMega, como buen doncello esperé a tener suficientes comentarios, para centrarme en la parte final:
ResponderEliminareste perverso juego del amor, cuando la adolecencia puede jactarse de lozanía y solicitar superar arduas pruebas al pretendiente, para que así, éste pueda lograr la rendición de las murallas.
Si la lozanía ya no es tanta, la severidad se ve menguada y...
Puede ser?
Un abrazo desde mi castillo.
Sergio Astorga
Olga, desde luego que sí. Pero trasladando la situación a la Edad Media, quise imaginarme cómo encajaría un joven caballero, acostumbrado a gozar de libertad plena, un sacrificio por amor de este alcance... Besos
ResponderEliminarIsabel, por eso mismo, precisamente, imaginé que podía tratarse de una prueba decisiva. Yo también lo creo. El sacrificio vale para todo. Un abrazo grande de vuelta
Puede ser y es, Sergio. En el micro el pretendiente es mucho más joven que la señora, y de ahí que ella le exija un sacrificio tan a la medida de su juventud (e ingenuidad). En el fondo, no es sino un modo como cualquier otro de poner a prueba, fortaleciéndolos, sus sentimientos. Beso gordo
La joven, se muestra exigente por su juventud a pesar de su debilidad por él,como se sabe era de mal gusto poner las cosas fáciles a los caballeros amantes de la espada y la conquista;me encanta el tono medieval de la historia.Abrazo.
ResponderEliminarM'agradarà segur!...
ResponderEliminarSG
Qué bueno, Mega, y encierra una gran verdad, esos curiosos mecanismos de compensación.
ResponderEliminarDoña Bambú, ciertamente, de eso mismo se trataba. Aquí, la mujer defiende el encierro del caballero en la torre como un modo de que el joven se percate de las dificultades de toda conquista (acaso la del amor sea la más difícil). Abrazos
ResponderEliminarSara, m'agradaria molt que fos així. Un petó
Bárbara, si no hay dificultad, no hay deseo (o el deseo es menor) y si eso ocurre, tampoco es posible que se dé esa compensación que mencionas. Beso