martes, 23 de diciembre de 2008

Microrrelato de Navidad

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-No sale el sol, mamá.
Se trataba de su primer paseo por el mercadillo navideño. Al girar aquella esquina, el niño, que apenas si levantaba medio metro del suelo, tiró tímidamente del abrigo de la madre para preguntar.
-Mamá-, dijo -¿por qué hay tantos ángeles distintos?
-Porque cada uno de ellos pertenece a un niño diferente, respondió la madre distraída ante la enorme variedad de estímulos visuales, sonoros y olfativos que salían a su encuentro.
-Y el mío, mamá, ¿cuál es?- inquirió de inmediato el niño.
-Cuando lo reconozcas, lo sabrás.
Y aunque pasearon un buen rato por entre ángeles de tamaños, hechuras y colores de toda clase, el pequeño no daba con el suyo.
-¿Y si se ha perdido, mamá?
-Los ángeles no se pierden, vida.
Era el último domingo de adviento cuando lo encontró. Lucía en una esquina de un puestecillo discreto, al final del paseo. De alas cortas y algodonosas, el ángel de aquella tarjeta postal vestía de azul celeste, y le miraba con una carita sonrosada como la suya propia. Los rizos de oro le parecieron verdaderos rayos de sol.
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FELICES FIESTAS,.
.y próspero 2009
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sábado, 20 de diciembre de 2008

Avaricia

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avaricia.
(Del lat. avaritĭa).
1. f. Afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas.
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Fuente: DRAE (2001)


Se miró de frente al espejo buscando encontrar lo que tanto añoraba, pero sólo halló el mismo rictus mezquino y de amargura del día anterior, de la semana pasada, de hacía tantos meses. No contenta con la respuesta que aquel espejo olvidadizo le devolvía insistente, procuró reflejarse en él de nuevo, pero volvió a atisbar en su azogue de azufre la misma ausencia redoblada. Como si esas malditas aguas escondieran, a sabiendas, la memoria de otro rostro, acaso el que alcanzara a tener en otra vida, mucho más dulce y serena. Bastaba un ligero parpadeo para que esa imagen perseguida se desvaneciera en ondas aladas. Pero ella no iba a cejar. Mañana volvería a su empeño, a buscarse con la misma insistencia. Y pasado mañana, y al otro, hasta que lograra vislumbrar, al menos, el alcance de lo perdido.
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miércoles, 17 de diciembre de 2008

Envidia

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envidia.
(Del lat. invidĭa).
1. f. Tristeza o pesar del bien ajeno.
2. f. Emulación, deseo de algo que no se posee.
comerse alguien de ~.
1. loc. verb. coloq. Estar enteramente poseído de ella.
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Fuente: DRAE (2001)

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Cansado de ver cómo languidecían ante la ventana de aquella belleza radiante, el astro rey se emboscó una tarde tras el cristal y cegó para siempre a su fiel cohorte de admiradores.
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martes, 9 de diciembre de 2008

Piel de ángel

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Bastó verla en mitad de la calle apenas un segundo, las mismas alas desplegadas de algodón esponjoso y reluciente que solían arroparlo ya casi todas las noches, para reconocerla de inmediato.
-¿Qué haces aquí, si puede saberse?, dijo él abrumado, mientras en vano trataba de cubrir con el abrigo sus arrebatadoras alas fulgentes.
-Esta madrugada andábamos discutiendo algo crucial, ¿recuerdas?, y de pronto, con los primeros rayos de sol te esfumaste. No vuelvas a hacerlo.
Y aunque él trataba de recordar, más azorado que nunca, por qué absurdo motivo habrían tenido que reñir horas antes, cayó rápidamente en la cuenta de que no había nada que hacer, de que sus sueños no alcanzarían a tener jamás la textura del algodón, pues estaban hechos de otra materia más lábil y putrefacta, compuesta a base de huesos, tendones y venas de grosor distinto. Tras despedirse de ella, emplazándola a un nuevo encuentro aquella misma noche, supo que ya sólo era un hombre abatido más.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Maniquíes

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Mientras aquellas maniquíes le parecían al chico profundamente humanas, a la joven se le antojaban recién salidas de una parada de monstruos.
-¿Pero de veras no ves lo tiesas que están? ¡Si parecen un par de brujas!
-Yo sólo veo su profundo cansancio, dijo él, insistiendo en el asunto.
-A veces me parece que salgo con un tonto de capirote, remachó ella, disgustada, mientras decidía no dirigirle la palabra el resto del día.
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jueves, 4 de diciembre de 2008

El oficinista

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Se levanta, va al cuarto de baño, orina. A continuación, se lava las manos y la cara, se las seca.
Cuando termina, da media vuelta y se dirige a la cocina. Una vez allí, se prepara un desayuno frugal: café con leche de cafetera italiana, de los de verdad, y unas tostadas con mantequilla y mermelada de ciruela. Se sienta, echa azúcar en el café, se ensimisma. De pronto, se espabila.
-¡Uy, qué tarde!
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Se ha hecho, en efecto, muy tarde, así que se mete rápidamente en el cuarto de baño, se descalza y da una ducha. Luego se afeita, peina y refresca. Esta vez no se perfuma. Aunque duda, finalmente se atreve a mirarse en el espejo, un poco de soslayo, eso sí. De inmediato se deprime. No se desespera.
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Ya el maldito tiempo se le ha echado encima por entero, así que se dirige al recibidor y se pone la chaqueta deprisa y corriendo. De nuevo, se atreve a mirarse en el espejo: esta vez, la imagen sesgada de su persona parece haberse recompuesto algo más. Se saluda:
-Buenos días, don Pedro. Precisamente, hace tiempo que quería hablar con usted. Le tenía prometido un aumento de sueldo, ¿lo recuerda? Pásese a las seis por mi despacho; hágame el favor.
Se ríe, jajaja, y abriga. Ahora sí, se dispone a salir: se calza los guantes y el gorro ruso, y tras atusarse los bigotes -también rusos-, se coloca, cuidadoso, la bufanda, que el tiempo es muy traicionero, mientras se encamina feliz al trabajo, convencido de su inminente destino.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"