Incluso siendo inexperta, indagaba en los historiales incansable, intrigada por el inaudito giro que habían adquirido de improviso sus investigaciones. Inés intentaba historiar un hito inconmensurable: la irradiación del intelecto iluminado en los hindús más impuros e infelices. Desde el mismo instante de su ingreso en la India, había sido incapaz de ignorar esa irradiación incesante; incontenible, como digo, en los individuos más indigentes.
¿Y si Dios existía al fin?, se había interrogado a sí misma, inquieta hasta lo indecible. Sus indagaciones iban a significar un inconveniente insoslayable para la Iglesia. Indirectamente, para salir airosa de la lidia, insistía, inquisitiva, en inventariar los intelectos más ignotos, las irradiaciones más interesantes.
Si bien sus inferencias la inclinaban a dilucidar sus inquietudes hacia el sí, finalmente la Iglesia se había interpuesto indiferente, sin impedimento ninguno a su ingente influencia. Tras el litigio, sus ideas serían ignoradas, a juicio de la Diócesis, por irracionales e irrespetuosas, en principio con el fin de insuflar ingratitud en los espíritus más impertinentes. Implacable en su impunidad, la Iglesia se había limitado a identificar las tesis de Inés con ideologías infernales de siglos invictos. En el íncipit del impreso se decía que el obispo del distrito filipino iba a ser investido in partibus infidelium.
martes, 16 de octubre de 2007
miércoles, 10 de octubre de 2007
La vida según el alfabeto: la H
Era Hilario un historiador heterodoxo, harto holgazán y huésped habitual de "La Hacienda". Hace apenas unas horas ha sido ahorcado en La Habana tras husmear sus habitantes en la habitación del hombre, y hallarle un hobby horrible: el susodicho hechizaba al resto de los huéspedes del hostal a base de hierro, hierbabuena y algún hierbajo, además de hipnotizar y hacer hibernar con híbridos de su cosecha al hipocondríaco de la habitación OCHO, un hombre de hechuras hercúleas, en absoluto hosco, de gran humanidad.
Han sido los hombres más humildes quienes, al verlo huir sin huella de honradez, tan deshonestamente, lo han humillado ahorcándolo. Ahora es el hazmerreír de los habaneros.
Han sido los hombres más humildes quienes, al verlo huir sin huella de honradez, tan deshonestamente, lo han humillado ahorcándolo. Ahora es el hazmerreír de los habaneros.
miércoles, 26 de septiembre de 2007
¿Liebre o tortuga?
El día de la carrera las cosas transcurrían según lo previsto: mientras la liebre saboreaba una espléndida mañana de sol tumbada a la bartola, la tortuga avanzaba paso a paso, tozuda y pertinaz.
Al cabo de un rato, al nervioso animal le entraron unas ganas injustificadas de echarse a dormir. "Está visto que, en cualquier caso, tiene que ganarme la tortuga, se dijo entre sueños. Si mi vida es disipada y feliz, la del aburrido ovíparo es esforzada y pesarosa. Sea, pues", sentenció.
Tras despertar de su sueño, y conforme a lo establecido, la liebre se encaminó hacia la meta, donde iba a fallarse el famoso premio, pero algo la distrajo de pronto. En una pradera cercana, le pareció ver a la mismísima tortuga tomando un atajo. ¿Cómo era posible?
Pillada en falta (más de uno pensará que donde menos se espera, salta la liebre), la tortuga se justificaba una y otra vez: "No digas nada, no me delates. Tú sabes que debo ganar para que los niños más lentos tengan futuro. Anda, no me fastidies el día".
Y aunque no estaba previsto que la tortuga actuase con tanta doblez, no pudo evitar compadecerse del anciano reptil. Desde entonces, la liebre concede el triunfo a la tortuga en todas las carreras de fábula en las que coinciden.
Al cabo de un rato, al nervioso animal le entraron unas ganas injustificadas de echarse a dormir. "Está visto que, en cualquier caso, tiene que ganarme la tortuga, se dijo entre sueños. Si mi vida es disipada y feliz, la del aburrido ovíparo es esforzada y pesarosa. Sea, pues", sentenció.
Tras despertar de su sueño, y conforme a lo establecido, la liebre se encaminó hacia la meta, donde iba a fallarse el famoso premio, pero algo la distrajo de pronto. En una pradera cercana, le pareció ver a la mismísima tortuga tomando un atajo. ¿Cómo era posible?
Pillada en falta (más de uno pensará que donde menos se espera, salta la liebre), la tortuga se justificaba una y otra vez: "No digas nada, no me delates. Tú sabes que debo ganar para que los niños más lentos tengan futuro. Anda, no me fastidies el día".
Y aunque no estaba previsto que la tortuga actuase con tanta doblez, no pudo evitar compadecerse del anciano reptil. Desde entonces, la liebre concede el triunfo a la tortuga en todas las carreras de fábula en las que coinciden.
sábado, 22 de septiembre de 2007
Dudas existenciales (M)
Veinte, diecinueve, dieciocho, cuando acabara la cuenta atrás se decidiría de una vez por todas, diecisiete, dieciséis, no podía seguir así, sin saber por qué hacía las cosas, quince, catorce, trece, no iba a dejarse engañar, doce, once, tampoco arriesgaba nada. Diez, nueve, ocho, siete, sintió miedo, seis, cinco, cuatro, dudó, tres, dos, tuvo pánico. Uno, cero, se desmayó.
martes, 18 de septiembre de 2007
El penitente (Mic)
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Después de entrar en su casa todavía nervioso, y dejar el maletín tirado de cualquier modo, pudo quitarse finalmente el abrigo, los guantes y la bufanda. Buscaba aligerar la angustia que lo ahogaba. Sin mediar palabra con su reflejo, pasó a desvestirse a toda prisa hasta quedar en ropa interior frente a un espejo empeñado en burlarse de él. Nada, todo en vano. Desnudo, sentía la misma angustia de antes.
Entonces optó por afeitarse la barba. Pensó que acaso de este modo lograría rebajar un poco esa imagen de ejecutivo agresivo de la que se había sentido tan orgulloso en otro tiempo. Como era previsible, tampoco sirvió de nada.
..
En aquel preciso instante, decidió pasar a la acción. Tras rasurarse la cabeza, el pecho y las piernas, abrió el cajón de la cocina y, cuchillo en mano, empezó a despellejarse con la misma facilidad con que pelaría un plátano maduro. Le sorprendió no sentir dolor más allá de la consabida presión dichosa bajo el pecho. Insistió una y otra vez; tampoco hubo manera.
..
Cuando apenas le quedaba ya una tira de piel bajo el glúteo izquierdo, creyó atisbar en el abismo más profundo de sus adentros una pequeña porción de luz. Por fin comenzaba a sentir un poco de alivio. Pero se equivocaba una vez más. La arremetida feroz de los remordimientos lo empujó a no vacilar en su labor de seguir pelándose como una cebolla. No cejó hasta convertirse en la viva estampa de la muerte.
Después de entrar en su casa todavía nervioso, y dejar el maletín tirado de cualquier modo, pudo quitarse finalmente el abrigo, los guantes y la bufanda. Buscaba aligerar la angustia que lo ahogaba. Sin mediar palabra con su reflejo, pasó a desvestirse a toda prisa hasta quedar en ropa interior frente a un espejo empeñado en burlarse de él. Nada, todo en vano. Desnudo, sentía la misma angustia de antes.
Entonces optó por afeitarse la barba. Pensó que acaso de este modo lograría rebajar un poco esa imagen de ejecutivo agresivo de la que se había sentido tan orgulloso en otro tiempo. Como era previsible, tampoco sirvió de nada.
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En aquel preciso instante, decidió pasar a la acción. Tras rasurarse la cabeza, el pecho y las piernas, abrió el cajón de la cocina y, cuchillo en mano, empezó a despellejarse con la misma facilidad con que pelaría un plátano maduro. Le sorprendió no sentir dolor más allá de la consabida presión dichosa bajo el pecho. Insistió una y otra vez; tampoco hubo manera.
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Cuando apenas le quedaba ya una tira de piel bajo el glúteo izquierdo, creyó atisbar en el abismo más profundo de sus adentros una pequeña porción de luz. Por fin comenzaba a sentir un poco de alivio. Pero se equivocaba una vez más. La arremetida feroz de los remordimientos lo empujó a no vacilar en su labor de seguir pelándose como una cebolla. No cejó hasta convertirse en la viva estampa de la muerte.
En su epitafio, una mano irónica escribió poco después lo siguiente: «El consuelo es la verdadera recompensa de los justos».
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lunes, 17 de septiembre de 2007
Comentario al Quijote de un desocupado lector (Micro)
Para Alberto Blecua
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Al principio, cuando apenas había leído unos cuantos capítulos de la primera parte, el atento lector estaba convencido de que ese ser escuálido y botarate, además de justiciero, capaz de empresas tan disparatadas como tiernas, lograba trascender sus fracasos gracias al espíritu fabuloso con que emprendía cada una de sus acciones.
Al principio, cuando apenas había leído unos cuantos capítulos de la primera parte, el atento lector estaba convencido de que ese ser escuálido y botarate, además de justiciero, capaz de empresas tan disparatadas como tiernas, lograba trascender sus fracasos gracias al espíritu fabuloso con que emprendía cada una de sus acciones.
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Sólo tras haber concluido la lectura del libro, pudo perfilar algo más la idea que le rondaba: en realidad, al caballero le había bastado ser para seducirnos desde el fracaso. Vino, vio y fue vencido, como si de un vulgar emperador se tratara. Y triunfó, cabría añadir, convirtiendo su caída en mito.
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martes, 4 de septiembre de 2007
Rutinas (Microrrelato)
En el acto de planchar su blusa preferida, no podía evitar sentirse repetida por el eco de miles de personas realizando la misma tarea. Cada vez que conducía, se veía multiplicada por los numerosos coches que formaban el atasco. Igual efecto experimentaba al ducharse, cuando andaba por la ciudad o se acostaba con algún hombre. En realidad, nada de lo que hiciera le parecía dotado de sentido, hasta que de pronto se encontraron.
Desde entonces, planchar se ha convertido en un acto rutinario, aunque ineludible, que ella realiza sin chistar para estar más guapa. Tras concluir su jornada de trabajo, conduce con el corazón en un puño sorteando el inevitable atasco para darse cuanto antes una ducha reparadora. Una vez en casa, y si todavía le queda tiempo, sale a comprar al supermercado de la esquina un par de botellas de buen vino.
Aunque no le preocupe demasiado dejar a medias estas obligaciones, no está dispuesta a renunciar a la rutina de acostarse con el mismo hombre.
Desde entonces, planchar se ha convertido en un acto rutinario, aunque ineludible, que ella realiza sin chistar para estar más guapa. Tras concluir su jornada de trabajo, conduce con el corazón en un puño sorteando el inevitable atasco para darse cuanto antes una ducha reparadora. Una vez en casa, y si todavía le queda tiempo, sale a comprar al supermercado de la esquina un par de botellas de buen vino.
Aunque no le preocupe demasiado dejar a medias estas obligaciones, no está dispuesta a renunciar a la rutina de acostarse con el mismo hombre.
sábado, 1 de septiembre de 2007
Ulises (Microrrelato)
Cruza las piernas y, en ese leve movimiento, logra atraer unas cuantas miradas. Ahora se ha puesto en pie para ajustarse mejor la falda. Lleva un escote no muy pronunciado, pero sí lo bastante como para retener la atención del grupo. Acaso haya cosechado algunas miradas más. Tras pasear un rato por el estrecho pasillo sin poder disimular el ligero balanceo de sus caderas, decide volver a su asiento; por supuesto, ninguno de sus admiradores ha dejado un segundo de observarla.
Cierto que, en casos como éste, pasajeros y tripulación suele aprovechar cualquier circunstancia para entretenerse, pero también es justo reconocer que esta mujer tiene algo especial. Sin ser hermosa, es evidente su atractivo. Cuenta con esa edad en que las mujeres se ponen muy guapas. Debe haberse dado cuenta de que, para entonces, éramos legión los que estábamos mirándola, pues enseguida ha decidido poner a salvo su escote.
Pero ya era tarde. De pronto, su público entregado, yo entre ellos, hemos empezado a pedirle, a implorarle casi, que no fuera tan desdeñosa. Por suerte, no se ha hecho de rogar, consintiendo en darse otro paseo. Ya luego, casi de inmediato, ha ocurrido el accidente.
Tras el aterrizaje forzoso, y sólo cuando el avión se hallaba a salvo de las olas, he podido asistir a algunos pasajeros. Algo distraído, me ha parecido apreciar, apenas un instante, el rastro espumoso de una cola de sirena perderse entre las aguas.
Cierto que, en casos como éste, pasajeros y tripulación suele aprovechar cualquier circunstancia para entretenerse, pero también es justo reconocer que esta mujer tiene algo especial. Sin ser hermosa, es evidente su atractivo. Cuenta con esa edad en que las mujeres se ponen muy guapas. Debe haberse dado cuenta de que, para entonces, éramos legión los que estábamos mirándola, pues enseguida ha decidido poner a salvo su escote.
Pero ya era tarde. De pronto, su público entregado, yo entre ellos, hemos empezado a pedirle, a implorarle casi, que no fuera tan desdeñosa. Por suerte, no se ha hecho de rogar, consintiendo en darse otro paseo. Ya luego, casi de inmediato, ha ocurrido el accidente.
Tras el aterrizaje forzoso, y sólo cuando el avión se hallaba a salvo de las olas, he podido asistir a algunos pasajeros. Algo distraído, me ha parecido apreciar, apenas un instante, el rastro espumoso de una cola de sirena perderse entre las aguas.
Leyenda (Microrrelato)
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La joven de largas trenzas miraba arrobada aquel extraño cuadro, perteneciente a una de las colecciones de arte más bellas del lugar. Era la cuarta vez que recorría la misma sala, con la ilusión de desvelar su misterio, sorprendida y hasta temerosa del poderoso influjo que había ejercido desde el principio aquella desconocida pintura, en apariencia de escaso valor, si bien de subyugante fuerza expresiva. Se trataba de una obra compuesta apenas por unas pocas pinceladas de color sobre un fondo simbólico, como si remitiera a otra dimensión.
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En el transcurso de los días, la joven de las trenzas mostró siempre ante la pintura la misma actitud de ensimismamiento. Hacía su aparición en la sala a las siete de la tarde y, acto seguido, apretaba el paso hasta colocarse frente a aquella, no sabría cómo llamarla. Todavía desconocía que aquel cuadro sin título ni referencia alguna iba a ejercer sobre ella la misteriosa atracción de que sólo es capaz la realidad más precisa y rotunda, aun cuando estuviera hecha de ficciones y ensueños.
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Dos días después, cuando la exposición tuvo que seguir el itinerario previsto, la chica enfermó. ¿Podía alguien enamorarse de un cuadro? Desde aquel mismo instante en que ya no pudo tenerlo cerca de sí, su ánimo mudó por completo. A cada rato, suspiraba la joven por la fuerte añoranza que sentía.
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Muchas fueron las exposiciones que se sucederían a lo largo de su vida. En ninguna, sin embargo, logró la mujer de trenzas plateadas hallar de nuevo, con la precisa rotundidad de antaño, los colores tornasolados de aquel paisaje idílico e inalcanzable, lamentablemente de autor anónimo.
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Años más tarde, en su lecho de muerte, la anciana pudo reconocer, en los albores del nuevo día, las brumas de ensueño de aquel paisaje lejano. Cuando las gentes del lugar fueron a amortajarla, no hallaron su cuerpo.
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La joven de largas trenzas miraba arrobada aquel extraño cuadro, perteneciente a una de las colecciones de arte más bellas del lugar. Era la cuarta vez que recorría la misma sala, con la ilusión de desvelar su misterio, sorprendida y hasta temerosa del poderoso influjo que había ejercido desde el principio aquella desconocida pintura, en apariencia de escaso valor, si bien de subyugante fuerza expresiva. Se trataba de una obra compuesta apenas por unas pocas pinceladas de color sobre un fondo simbólico, como si remitiera a otra dimensión.
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En el transcurso de los días, la joven de las trenzas mostró siempre ante la pintura la misma actitud de ensimismamiento. Hacía su aparición en la sala a las siete de la tarde y, acto seguido, apretaba el paso hasta colocarse frente a aquella, no sabría cómo llamarla. Todavía desconocía que aquel cuadro sin título ni referencia alguna iba a ejercer sobre ella la misteriosa atracción de que sólo es capaz la realidad más precisa y rotunda, aun cuando estuviera hecha de ficciones y ensueños.
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Dos días después, cuando la exposición tuvo que seguir el itinerario previsto, la chica enfermó. ¿Podía alguien enamorarse de un cuadro? Desde aquel mismo instante en que ya no pudo tenerlo cerca de sí, su ánimo mudó por completo. A cada rato, suspiraba la joven por la fuerte añoranza que sentía.
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Muchas fueron las exposiciones que se sucederían a lo largo de su vida. En ninguna, sin embargo, logró la mujer de trenzas plateadas hallar de nuevo, con la precisa rotundidad de antaño, los colores tornasolados de aquel paisaje idílico e inalcanzable, lamentablemente de autor anónimo.
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Años más tarde, en su lecho de muerte, la anciana pudo reconocer, en los albores del nuevo día, las brumas de ensueño de aquel paisaje lejano. Cuando las gentes del lugar fueron a amortajarla, no hallaron su cuerpo.
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sábado, 25 de agosto de 2007
Identidades en fuga (Microrrelato)
Cada vez que el autor se dispone a escribir, pacta con el narrador que le representa que interprete sus anhelos, con el fin de dar forma narrativa a cuanto hasta entonces sólo había sido un amasijo de ideas y sentires.
De igual modo, cada vez que el narrador se decide a poner por escrito las ideas dictadas por el otro, no es extraño que sienta su identidad amenazada ante lo que considera un abuso de autoridad, circunstancia que lo fuerza a traicionar a su homólogo, según aprecia y reconoce el mismo autor.
Desde entonces, y en justa correspondencia, los autores han adoptado la sabia costumbre de negar la veracidad de cuanto relatan sus narradores, sin que logren, la mayoría de las veces, conciliar sus respectivos pareceres. Así las cosas, mientras el autor tiene que conformarse con la ficción del reconocimiento público, el narrador logra realizarse tan sólo sobre el papel.
De igual modo, cada vez que el narrador se decide a poner por escrito las ideas dictadas por el otro, no es extraño que sienta su identidad amenazada ante lo que considera un abuso de autoridad, circunstancia que lo fuerza a traicionar a su homólogo, según aprecia y reconoce el mismo autor.
Desde entonces, y en justa correspondencia, los autores han adoptado la sabia costumbre de negar la veracidad de cuanto relatan sus narradores, sin que logren, la mayoría de las veces, conciliar sus respectivos pareceres. Así las cosas, mientras el autor tiene que conformarse con la ficción del reconocimiento público, el narrador logra realizarse tan sólo sobre el papel.
jueves, 9 de agosto de 2007
Lugares comunes (Microrrelato)
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Tras vencer sus últimos recelos, se acercó a ella para decírselo.
–Te quiero desde el primer día en que me miraste con fijeza, le espetó, contrariado por haber recurrido a un tópico que siempre le había parecido ridículo. Si te lo digo así, tan de golpe, casi sin venir a cuento, es porque veo difícil que volvamos a vernos. Y aunque pueda parecerte cruel, necesitaba que lo supieras. En fin, carraspeó sin poder despegar los ojos del suelo, avergonzado por su atrevimiento. Perdóname por haber sido tan torpe. No pretendía molestarte.
Después de unos angustiosos segundos de silencio en que se sintió incapaz de mirarle a la cara, oyó que ella pronunciaba su nombre con ternura.
–No te preocupes, dijo para tranquilizarle. En realidad, lo sabía desde hace tiempo, añadió. ¡Cómo no iba a saberlo si tus ojos me lo decían a cada rato!, dijo por quitarle trascendencia a la situación. Tampoco ella supo prescindir de un lenguaje amoroso lleno de lugares comunes.
–Te recordaré siempre, soltó él por toda respuesta, algo agobiado ante tanta trivialidad.
–También yo, se atrevió a confesarle ella en justa correspondencia.
Y como ya luego sólo les quedaba darse media vuelta y tomar cada cual su camino, prefirieron no decirse nada más, de tan abrumados como estaban. Incluso hubo un momento en que estuvieron a punto de besarse. Les faltó, sin embargo, el valor necesario. O acaso fueran las palabras.
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Tras vencer sus últimos recelos, se acercó a ella para decírselo.
–Te quiero desde el primer día en que me miraste con fijeza, le espetó, contrariado por haber recurrido a un tópico que siempre le había parecido ridículo. Si te lo digo así, tan de golpe, casi sin venir a cuento, es porque veo difícil que volvamos a vernos. Y aunque pueda parecerte cruel, necesitaba que lo supieras. En fin, carraspeó sin poder despegar los ojos del suelo, avergonzado por su atrevimiento. Perdóname por haber sido tan torpe. No pretendía molestarte.
Después de unos angustiosos segundos de silencio en que se sintió incapaz de mirarle a la cara, oyó que ella pronunciaba su nombre con ternura.
–No te preocupes, dijo para tranquilizarle. En realidad, lo sabía desde hace tiempo, añadió. ¡Cómo no iba a saberlo si tus ojos me lo decían a cada rato!, dijo por quitarle trascendencia a la situación. Tampoco ella supo prescindir de un lenguaje amoroso lleno de lugares comunes.
–Te recordaré siempre, soltó él por toda respuesta, algo agobiado ante tanta trivialidad.
–También yo, se atrevió a confesarle ella en justa correspondencia.
Y como ya luego sólo les quedaba darse media vuelta y tomar cada cual su camino, prefirieron no decirse nada más, de tan abrumados como estaban. Incluso hubo un momento en que estuvieron a punto de besarse. Les faltó, sin embargo, el valor necesario. O acaso fueran las palabras.
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sábado, 4 de agosto de 2007
La definición (Microrrelato)
Aun cuando el diccionario se afanara en concretar, con la mayor precisión posible, el término en cuestión, lo cierto es que no conseguía despejar sus dudas. “Que no tiene ni puede tener fin ni término”, revelaba la primera acepción. Tras prescindir de la segunda y de la séptima por ser demasiado inexactas (“Muy numeroso o enorme”, y “Excesivamente, muchísimo”, respectivamente), se detuvo unos instantes en la tercera propuesta: “Lugar impreciso en su lejanía y vaguedad”, aseguraba ésta; y a continuación aparecía el siguiente ejemplo: “La calle se perdía en el infinito”. Aunque al principio estuvo a punto de desecharla, enseguida se dio cuenta de que acaso se trataba de la acepción más certera de todas.
Ya más tranquila, siguió releyendo para sí, pero sus dudas surgieron de nuevo al toparse con las acepciones matemáticas: “Valor mayor que cualquier cantidad asignable.” Y más adelante: “Signo (∞) con que se expresa ese valor”. Así pues, por un lado se afirmaba que el infinito estaba más allá de cualquier cantidad asignable, y por otro que su valor podía expresarse mediante un signo. Tras reflexionar unos minutos más, se dio cuenta de que se hallaba igual de perdida que al inicio.
¿Era tangible, o no, el dichoso infinito?
Ya más tranquila, siguió releyendo para sí, pero sus dudas surgieron de nuevo al toparse con las acepciones matemáticas: “Valor mayor que cualquier cantidad asignable.” Y más adelante: “Signo (∞) con que se expresa ese valor”. Así pues, por un lado se afirmaba que el infinito estaba más allá de cualquier cantidad asignable, y por otro que su valor podía expresarse mediante un signo. Tras reflexionar unos minutos más, se dio cuenta de que se hallaba igual de perdida que al inicio.
¿Era tangible, o no, el dichoso infinito?
miércoles, 11 de julio de 2007
Ocho al cuadrado (Meme)
Como he visto por ahí que es costumbre eso de actualizar los posts, cosa que yo hago constantemente, he creído oportuno reenviar esta actualización sin meme a fustigador y a garib, por si les apeteciera devanarse los sesos. Se trataría de seguir la estructura que aplica una servidora en el meme de más abajo. Al bueno de garib vamos a dejarle que nos haga un meme al cubo; faltaría más... (Si nán tuviera blog, también se lo habría mandado. ¿Tienes?) El resto lo dejo en vuestras manos.
domingo, 8 de julio de 2007
El gigante Enanón (Microrrelato)
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El pequeño gigante se sentía pesaroso y abatido. ¿Cómo iba nadie a temerlo, si ni siquiera era capaz de parecer un gigante de verdad? Por muchas serpientes y conejos que se zampara, seguía sin alcanzar la altura a que lo obligaba su condición, y ¿cómo pretendía asustar a nadie con esas medidas ridículas?
..
Para más inri, el gigante Enanón estaba enamorado. Su padre le había dejado bien claro que, ante todo, debía hacerse fuerte y alto como un roble para poder atemorizar a cuantas princesas lograran subyugar su ímpetu y ferocidad, pero muy pronto no sólo se descubrió a sí mismo enano y cabezón, falto de las debidas proporciones, sino que cometió el lamentable error de enamorarse perdidamente de la princesa Principesa, bella entre las bellas, amén de muy alta.
..
Principesa solía pensar que Enanón no era un gigante de verdad; pero en lugar de sentirse afortunada, lloraba como una niña malcriada a la que le hubieran torcido el gusto. ¡Ella quería para sí un gigante cruel y violento como los había a cientos en fábulas y cuentos! ¿Qué era eso de que a su reino le hubiera correspondido un gigante enano incapaz de raptarla como era debido? ¿Cómo osaba ese trozo de carne con patas privar a una princesa de su alcurnia y condición del ansiado rescate que debía llevar a cabo sin más tardanza el añoradísimo príncipe azul? A decir verdad, es probable que el susodicho estuviera a estas alturas pasándolas moradas, de tanto esperar una ocasión que no acababa de presentársele...
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Pero como no hay pena que cien años dure, un día, cansado de languidecer y de permanecer postrado hasta la exasperación, el gigante Enanón se echó un cubo de pintura azul por encima y, en un alarde de osadía y temeridad, subió al caballo de esa guisa y se encaminó al castillo de la princesa Principesa, su amada y desdeñosa señora.
..
Viendo que un caballero azul pedía audiencia a tan inoportunas horas de la noche, lo hizo pasar de inmediato. Y como era tanta su ansia por ser raptada o salvada, que ya empezaba la pobre a hacerse un lío, cayó rendida ante su halo resplandeciente de caballero recién pintado.
..
Ni que decir tiene que los futuros infantes serían altos como la princesa Principesa y cabezudos como el gigante Enanón. Por supuesto, comieron perdices. Lo de la felicidad es ya otro microrrelato.
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El pequeño gigante se sentía pesaroso y abatido. ¿Cómo iba nadie a temerlo, si ni siquiera era capaz de parecer un gigante de verdad? Por muchas serpientes y conejos que se zampara, seguía sin alcanzar la altura a que lo obligaba su condición, y ¿cómo pretendía asustar a nadie con esas medidas ridículas?
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Para más inri, el gigante Enanón estaba enamorado. Su padre le había dejado bien claro que, ante todo, debía hacerse fuerte y alto como un roble para poder atemorizar a cuantas princesas lograran subyugar su ímpetu y ferocidad, pero muy pronto no sólo se descubrió a sí mismo enano y cabezón, falto de las debidas proporciones, sino que cometió el lamentable error de enamorarse perdidamente de la princesa Principesa, bella entre las bellas, amén de muy alta.
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Principesa solía pensar que Enanón no era un gigante de verdad; pero en lugar de sentirse afortunada, lloraba como una niña malcriada a la que le hubieran torcido el gusto. ¡Ella quería para sí un gigante cruel y violento como los había a cientos en fábulas y cuentos! ¿Qué era eso de que a su reino le hubiera correspondido un gigante enano incapaz de raptarla como era debido? ¿Cómo osaba ese trozo de carne con patas privar a una princesa de su alcurnia y condición del ansiado rescate que debía llevar a cabo sin más tardanza el añoradísimo príncipe azul? A decir verdad, es probable que el susodicho estuviera a estas alturas pasándolas moradas, de tanto esperar una ocasión que no acababa de presentársele...
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Pero como no hay pena que cien años dure, un día, cansado de languidecer y de permanecer postrado hasta la exasperación, el gigante Enanón se echó un cubo de pintura azul por encima y, en un alarde de osadía y temeridad, subió al caballo de esa guisa y se encaminó al castillo de la princesa Principesa, su amada y desdeñosa señora.
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Viendo que un caballero azul pedía audiencia a tan inoportunas horas de la noche, lo hizo pasar de inmediato. Y como era tanta su ansia por ser raptada o salvada, que ya empezaba la pobre a hacerse un lío, cayó rendida ante su halo resplandeciente de caballero recién pintado.
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Ni que decir tiene que los futuros infantes serían altos como la princesa Principesa y cabezudos como el gigante Enanón. Por supuesto, comieron perdices. Lo de la felicidad es ya otro microrrelato.
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viernes, 6 de julio de 2007
El sol del membrillo (Crítica de cine)
Hoy me marco un post vulgar y corriente; nada de microrrelatos... ¿Aceptáis una remomendación? Id corriendo al videoclub más cercano (si es que todavía queda alguno allá por donde viváis), y cogeos El sol del membrillo (1992), de Víctor Erice. Lo mejor es que la veáis solos (aunque también puede uno verla entre amigos, eso sí: siempre y cuando hayáis pactado de antemano guardar silencio durante la misma).
Es una película estupenda por muchas razones: en primer lugar, porque en ella vemos el empeño infructuoso del pintor Antonio López intentando atrapar la luz del sol a una determinada hora del día sobre un membrillero; imagen ésta que el pintor se empeña en traspasar a un óleo sin poder llevarla a cabo. Pero, sobre todo, porque en ella podemos observar en vivo a un artista afanándose en una labor que le da sentido pleno a su vida, y quizá sea esa visión tan desnuda del acto creativo lo que merezca que corráis a ver la peli.
A lo largo de su desarrollo, un documental estupendo, me maravilló sobre todo la tranquilidad del pintor a la hora de resignarse sin más ante la imposibilidad de su proyecto. ¡No se enfadó siquiera!, después de pasarse ya no semanas, sino meses, persiguiendo esa idea sutil de plasmar la luz sobre los membrillos. Así, al principio, tiene que hacer frente a días de tormenta y lluvia en los que apenas si sale el sol, pero después resulta que los frutos están demasiado maduros y arquean las ramas del árbol con su peso, por lo que el pintor se propone "corregir" su cuadro actualizando su pintura como si de una fotografía se tratase.
¿Por qué lo hace?, os preguntaréis. Pues porque busca reflejar la belleza perfecta de la realidad de ese membrillero que plantó él mismo en el jardín de su casa. Nada más y nada menos. Y para no traicionar esa belleza que empieza a decaer pero que no por ello deja de serlo, decide "corregir" su cuadro mientras pueda. Para ello, se vale de la ayuda de unas marcas blancas que traza él mismo sobre los frutos, y que van indicando el sucesivo decolgamiento de cada membrillo... (Increíble, ¿verdad?) Sólo cuando los membrillos empiecen a caer al suelo, abandonará Antonio López el proyecto del óleo para abordar otro distinto.
El segundo proyecto es, por tanto, ya del todo humano: una vez asumida la voluntad implacable de la naturaleza, siempre más fuerte que la del hombre, qué duda cabe; decide trazar ahora al carboncillo un dibujo del árbol con los pocos frutos que aún le quedan, aunque si lo pienso mejor, creo que ni siquiera se trata de un carboncillo, sino de un simple dibujo a lápiz... Toda una poética, la suya, de la vida y del arte, ¿no os parece?
Si tenéis la suerte de no haberla visto todavía, ¡que la disfrutéis!
Es una película estupenda por muchas razones: en primer lugar, porque en ella vemos el empeño infructuoso del pintor Antonio López intentando atrapar la luz del sol a una determinada hora del día sobre un membrillero; imagen ésta que el pintor se empeña en traspasar a un óleo sin poder llevarla a cabo. Pero, sobre todo, porque en ella podemos observar en vivo a un artista afanándose en una labor que le da sentido pleno a su vida, y quizá sea esa visión tan desnuda del acto creativo lo que merezca que corráis a ver la peli.
A lo largo de su desarrollo, un documental estupendo, me maravilló sobre todo la tranquilidad del pintor a la hora de resignarse sin más ante la imposibilidad de su proyecto. ¡No se enfadó siquiera!, después de pasarse ya no semanas, sino meses, persiguiendo esa idea sutil de plasmar la luz sobre los membrillos. Así, al principio, tiene que hacer frente a días de tormenta y lluvia en los que apenas si sale el sol, pero después resulta que los frutos están demasiado maduros y arquean las ramas del árbol con su peso, por lo que el pintor se propone "corregir" su cuadro actualizando su pintura como si de una fotografía se tratase.
¿Por qué lo hace?, os preguntaréis. Pues porque busca reflejar la belleza perfecta de la realidad de ese membrillero que plantó él mismo en el jardín de su casa. Nada más y nada menos. Y para no traicionar esa belleza que empieza a decaer pero que no por ello deja de serlo, decide "corregir" su cuadro mientras pueda. Para ello, se vale de la ayuda de unas marcas blancas que traza él mismo sobre los frutos, y que van indicando el sucesivo decolgamiento de cada membrillo... (Increíble, ¿verdad?) Sólo cuando los membrillos empiecen a caer al suelo, abandonará Antonio López el proyecto del óleo para abordar otro distinto.
El segundo proyecto es, por tanto, ya del todo humano: una vez asumida la voluntad implacable de la naturaleza, siempre más fuerte que la del hombre, qué duda cabe; decide trazar ahora al carboncillo un dibujo del árbol con los pocos frutos que aún le quedan, aunque si lo pienso mejor, creo que ni siquiera se trata de un carboncillo, sino de un simple dibujo a lápiz... Toda una poética, la suya, de la vida y del arte, ¿no os parece?
Si tenéis la suerte de no haberla visto todavía, ¡que la disfrutéis!
jueves, 5 de julio de 2007
Ocho (Meme)
1. Un rasgo de carácter: Aunque tiendo al escepticismo, resulta que en realidad soy más alegre de lo que aparento. (Sin llegar a ser la alegría de la huerta, claro está).
2. Una confesión: Desde Berlín, ciudad en la que resido, me acuerdo mucho de mis sobrinillos (de 6 y 2 años, respectivamente) y de mi abuelo (a punto de cumplir los 91). El caso es que siempre me he llevado muy bien con los niños y los mayores. A lo mejor es porque me gusta su manera de ser: su naturalidad y frescura. Su rotunda sinceridad.
3. Si hablamos de virtudes, la lealtad me define en buena medida. Si de defectos, la tozudez.
4. Un desahogo: Wenn ich ein perfekt Deutsch sprechen könnte, wäre ich total froh...
5. Un secreto: Me encanta escribir (aunque no sé si esto sería más bien un secreto a voces).
6. Un anhelo: (Seguir escribiendo...) ¿Que fuéramos todos más generosos y buenos?
7. Un deseo: No hacer sufrir a nadie. Vivir en paz.
8. Un temor: No conseguir mis anhelos y deseos (ya sé que he hecho trampas...)
Coda final: Besos.
2. Una confesión: Desde Berlín, ciudad en la que resido, me acuerdo mucho de mis sobrinillos (de 6 y 2 años, respectivamente) y de mi abuelo (a punto de cumplir los 91). El caso es que siempre me he llevado muy bien con los niños y los mayores. A lo mejor es porque me gusta su manera de ser: su naturalidad y frescura. Su rotunda sinceridad.
3. Si hablamos de virtudes, la lealtad me define en buena medida. Si de defectos, la tozudez.
4. Un desahogo: Wenn ich ein perfekt Deutsch sprechen könnte, wäre ich total froh...
5. Un secreto: Me encanta escribir (aunque no sé si esto sería más bien un secreto a voces).
6. Un anhelo: (Seguir escribiendo...) ¿Que fuéramos todos más generosos y buenos?
7. Un deseo: No hacer sufrir a nadie. Vivir en paz.
8. Un temor: No conseguir mis anhelos y deseos (ya sé que he hecho trampas...)
Coda final: Besos.
lunes, 2 de julio de 2007
La ducha (Microrrelato)
..
Puso el pie dentro de la bañera y sintió el suelo más helado que de costumbre. Luego metió el otro pie y corrió la cortina para no pasar más frío de lo normal. Era temprano. Abrió el grifo y el agua empezó a caer tras un pequeño borboteo. Primero se quemó, luego se heló y al cabo volvió a quemarse. Hasta que no hubo cerrado y abierto el grifo varias veces no consiguió regular el agua. ..
Mientras ésta caía con fuerza, su cabeza se despejó de toda animadversión. Cada vez que se frotaba con la esponja, sus temores disminuían de modo perceptible, así que cuando terminó parecía haber perdido dos centímetros de miedo y tres kilos de malos presagios. Asombrada por los extraños poderes de la ducha, creyó que la existencia en conjunto, llegado el momento, acaso fuera susceptible de transformarse de forma tan radical y súbita como su cuerpo acababa de hacerlo, pero al salir del baño y ver que la habitación del hotel era la de siempre y que el hombre con el que había pasado la noche, el mismo desconocido de cada noche, su optimismo se evaporó.
..
Tras alcanzar con la mano la toalla y envolver con ella su pelo castaño, fue secándose sin prisa mientras, al otro lado, los ronquidos del intruso iban en aumento.
..
Puso el pie dentro de la bañera y sintió el suelo más helado que de costumbre. Luego metió el otro pie y corrió la cortina para no pasar más frío de lo normal. Era temprano. Abrió el grifo y el agua empezó a caer tras un pequeño borboteo. Primero se quemó, luego se heló y al cabo volvió a quemarse. Hasta que no hubo cerrado y abierto el grifo varias veces no consiguió regular el agua. ..
Mientras ésta caía con fuerza, su cabeza se despejó de toda animadversión. Cada vez que se frotaba con la esponja, sus temores disminuían de modo perceptible, así que cuando terminó parecía haber perdido dos centímetros de miedo y tres kilos de malos presagios. Asombrada por los extraños poderes de la ducha, creyó que la existencia en conjunto, llegado el momento, acaso fuera susceptible de transformarse de forma tan radical y súbita como su cuerpo acababa de hacerlo, pero al salir del baño y ver que la habitación del hotel era la de siempre y que el hombre con el que había pasado la noche, el mismo desconocido de cada noche, su optimismo se evaporó.
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Tras alcanzar con la mano la toalla y envolver con ella su pelo castaño, fue secándose sin prisa mientras, al otro lado, los ronquidos del intruso iban en aumento.
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sábado, 23 de junio de 2007
El lago (Microrrelato)
Se zambulló en el agua con la alegría de haber deseado ese baño toda la mañana. Apenas si había gente en la orilla. Cuando hubo nadado un rato, alcanzó a oír el eco lejano de unas risas infantiles, mientras el sol refulgía en lo alto, amo y señor de ese particular paraíso de arenas semidoradas.
Nadó un buen trecho, adentrándose en aguas más frías todavía. Desde la perspectiva que daba saberse en el centro mismo del lago, los bañistas parecían cabezas de alfiler de colorines correteando de acá para allá. Cansada por el esfuerzo de tener que mover sin parar pies y brazos, se tumbó boca arriba extendiendo su cuerpo sobre la superficie acuosa como si fuera una hoja muerta. Un bello nenúfar flotaba junto a ella, solitario.
Visto desde el epicentro, bordeaba el lago una corona frondosa de árboles silvestres y pájaros. Cerró los ojos para oírlos mejor. También para sentir el calor del sol sobre su piel blanquecina de ninfa.
Poco después, cuando quiso abrirlos de nuevo, ya no pudo. Por sus nervios corría de pronto la savia entera de una vida salvaje y verde. Hasta que el sol pudriera su carne, viviría como la hoja caída que siempre había sido; como una ondina más; como légamo del lago luego.
Nadó un buen trecho, adentrándose en aguas más frías todavía. Desde la perspectiva que daba saberse en el centro mismo del lago, los bañistas parecían cabezas de alfiler de colorines correteando de acá para allá. Cansada por el esfuerzo de tener que mover sin parar pies y brazos, se tumbó boca arriba extendiendo su cuerpo sobre la superficie acuosa como si fuera una hoja muerta. Un bello nenúfar flotaba junto a ella, solitario.
Visto desde el epicentro, bordeaba el lago una corona frondosa de árboles silvestres y pájaros. Cerró los ojos para oírlos mejor. También para sentir el calor del sol sobre su piel blanquecina de ninfa.
Poco después, cuando quiso abrirlos de nuevo, ya no pudo. Por sus nervios corría de pronto la savia entera de una vida salvaje y verde. Hasta que el sol pudriera su carne, viviría como la hoja caída que siempre había sido; como una ondina más; como légamo del lago luego.
viernes, 22 de junio de 2007
Vanitas (Microrrelato)
Todo en él reflejaba una naturaleza brillante y prometedora pese a su probada juventud: así, poseía una altura intelectual poco común, un saber fundado y razonado de las cosas, y una facilidad de palabra que, por lo general, solía servirle para ensalzar su ingenio, aun cuando a menudo la utilizara para proyectarse sobre los demás desde una superioridad cuyo brillo le complacía en extremo. Por supuesto, también solía hacer gala de un humor y una simpatía irresistibles.
Sólo una cosa podía objetársele entre tanto derroche de talento: su insistencia en decir llamarse Albert Einstein.
Sólo una cosa podía objetársele entre tanto derroche de talento: su insistencia en decir llamarse Albert Einstein.
domingo, 3 de junio de 2007
El hogar (Microrrelato)
Mario y María tenían el feliz empeño de vivir juntos desde hacía ya algún tiempo. Tal y como estaba previsto que sucediera, un día decidieron mudarse al piso de Mario con el fin de probar qué tal les iba la vida en común. Por descontado, ambos se habían propuesto mantener sus respectivos hogares por si las moscas; esto es, por si se daba el caso de que el experimento no saliera conforme a sus deseos.
Enseguida se dieron cuenta de que, en lo fundamental, el piso de Mario representaba todo lo contrario del de María. Así, mientras él vivía en una planta baja, ella había preferido habitar un ático; si Mario convivía desde hacía años con un perro, María parecía dispuesta a admitir en su casa únicamente a las moscas aludidas.
Cientos de obstáculos jalonaban la convivencia diaria de la cada vez más infeliz pareja, condenados a entenderse como estaban más allá de la aparente compenetración de sus nombres. Si a Mario le gustaba tomar sopa por las noches, María prefería cenar una ensalada. Y así hasta la exasperación, según es costumbre que ocurra.
Lo más insólito sucedió el día en que, por accidente, tuvieron que pernoctar en casa de María. La cocina de su actual vivienda se había inundado, así que tras llamar al fontanero y cerrar la llave del agua, no les quedó más remedio que mudarse provisionalmente al ático. Por aquel entonces, su relación también hacía aguas, en opinión fundada de sus mismos vecinos.
¡Qué cosa más extraña que encontraran la armonía perdida con sólo cambiar de hogar! Ellos nunca supieron hallarle una explicación, pero el hecho fue que el ático les sentaba mejor que la planta baja, como también les había sentado de maravilla el suelo de parquet en lugar de las baldosas modernistas; o el televisor de pantalla plana en vez del de formato panorámico. Con vistas a prolongar una relación que sabían delicada, decidieron soslayar de mutuo acuerdo aquellos temas peliagudos de los que solían disentir. Tras haber tomado conciencia del misterio o capricho que regía sus vidas, en adelante no cenarían ni sopa ni ensalada. Por si las moscas.
Enseguida se dieron cuenta de que, en lo fundamental, el piso de Mario representaba todo lo contrario del de María. Así, mientras él vivía en una planta baja, ella había preferido habitar un ático; si Mario convivía desde hacía años con un perro, María parecía dispuesta a admitir en su casa únicamente a las moscas aludidas.
Cientos de obstáculos jalonaban la convivencia diaria de la cada vez más infeliz pareja, condenados a entenderse como estaban más allá de la aparente compenetración de sus nombres. Si a Mario le gustaba tomar sopa por las noches, María prefería cenar una ensalada. Y así hasta la exasperación, según es costumbre que ocurra.
Lo más insólito sucedió el día en que, por accidente, tuvieron que pernoctar en casa de María. La cocina de su actual vivienda se había inundado, así que tras llamar al fontanero y cerrar la llave del agua, no les quedó más remedio que mudarse provisionalmente al ático. Por aquel entonces, su relación también hacía aguas, en opinión fundada de sus mismos vecinos.
¡Qué cosa más extraña que encontraran la armonía perdida con sólo cambiar de hogar! Ellos nunca supieron hallarle una explicación, pero el hecho fue que el ático les sentaba mejor que la planta baja, como también les había sentado de maravilla el suelo de parquet en lugar de las baldosas modernistas; o el televisor de pantalla plana en vez del de formato panorámico. Con vistas a prolongar una relación que sabían delicada, decidieron soslayar de mutuo acuerdo aquellos temas peliagudos de los que solían disentir. Tras haber tomado conciencia del misterio o capricho que regía sus vidas, en adelante no cenarían ni sopa ni ensalada. Por si las moscas.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"