Todo en él reflejaba una naturaleza brillante y prometedora pese a su probada juventud: así, poseía una altura intelectual poco común, un saber fundado y razonado de las cosas, y una facilidad de palabra que, por lo general, solía servirle para ensalzar su ingenio, aun cuando a menudo la utilizara para proyectarse sobre los demás desde una superioridad cuyo brillo le complacía en extremo. Por supuesto, también solía hacer gala de un humor y una simpatía irresistibles.
Sólo una cosa podía objetársele entre tanto derroche de talento: su insistencia en decir llamarse Albert Einstein.
¡Anda! No sabía que lo conocieras. Lo has descito de puta madre.
ResponderEliminarYa ves; se le veía a la legua...
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