En el acto de planchar su blusa preferida, no podía evitar sentirse repetida por el eco de miles de personas realizando la misma tarea. Cada vez que conducía, se veía multiplicada por los numerosos coches que formaban el atasco. Igual efecto experimentaba al ducharse, cuando andaba por la ciudad o se acostaba con algún hombre. En realidad, nada de lo que hiciera le parecía dotado de sentido, hasta que de pronto se encontraron.
Desde entonces, planchar se ha convertido en un acto rutinario, aunque ineludible, que ella realiza sin chistar para estar más guapa. Tras concluir su jornada de trabajo, conduce con el corazón en un puño sorteando el inevitable atasco para darse cuanto antes una ducha reparadora. Una vez en casa, y si todavía le queda tiempo, sale a comprar al supermercado de la esquina un par de botellas de buen vino.
Aunque no le preocupe demasiado dejar a medias estas obligaciones, no está dispuesta a renunciar a la rutina de acostarse con el mismo hombre.
Nunca lo había pensado así, que mi permanencia fuera una voluntad de no renunciar a una rutina.
ResponderEliminarEsa perspectiva de acción, ¡me encanta!
(sin planchar, claro).
Bueno, es que yo siempre he sido de la opinión de que hay rutinas buenas (querer a alguien) y rutinas malas (planchar)...
ResponderEliminar;-)
Pues no creas, que a veces me ha parecido que tenía que defender esa rutina de querer a alguien, porque la presentaban como aburrida. Por suerte no llegué a hacerlo, hubiera sido ridículo. Tampoco me parece que lo contrario sea negativo, esas cosas vienen dadas cuando vienen de dentro y son falsas cuando se hace lo que parece que les va a parecer mejor a los demás.
ResponderEliminarPor eso me parece tan acertada la perspectiva de tu escrito.
(ah, soy el anónimo de antes).
Un lacer conocerte,te leo te dejo un beso
ResponderEliminarGracias, mi despertar, por tus palabras amables. También yo te mando un beso.
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