lunes, 23 de agosto de 2010

Siesta supersónica

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Y a cada nuevo paso, ibas haciéndote más y más pequeña, hasta adquirir el tamaño exacto de un diminuto banco avistado al final del camino, aunque cuando lo alcanzabas, enseguida te dabas cuenta de que, más bien, se trataba de un madero de proporciones descomunales, y de que si pretendías sentarte en él, debías entablar primero una lucha contra una plaga de moscas que te zumbaban y enloquecían con su sonsonete estentóreo, como de aviones a reacción.

jueves, 19 de agosto de 2010

Rescoldos

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-De perdidas hojas están los corazones llenos, repuso desairada y enfadosa.
-Y de cenizas, contraatacó el otro con despecho, decidido a cortarle de una vez por todas cualquier posible resuello.
La hojarasca, entre tanto, seguía ardiendo en la pira por su bien; léase el de ambos.
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lunes, 16 de agosto de 2010

Eso

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¿Cuántas veces se precisa pensarlo, escribirlo, sentirlo? ¿Bastarán 110, 99?, ¿sólo 6? ¿Podré algún día recitarlo completo, alterarlo en parte, ignorar fragmentos?; ¿o acaso habré de padecerlo, memorizarlo entero, creerlo después? ¿Cuántas veces tendré que gritar, pelear, pelar, helarme? ¿Cuántas vidas se necesitan, al cabo, para eso?
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* La imagen procede de la bitácora plástico-literaria Antojos, del amigo Sergio Astorga.
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jueves, 12 de agosto de 2010

Perra vida

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Aquella tarde de interminable solana y aburrimiento, Pelayo Osorio corrió la pesada lápida dispuesto a visitar por última vez a quienes habían sido sus seres queridos. Nada más entrar en la casa, tía Engracia soltó un grito mayúsculo que él dejó sin réplica por no tener entonces medios humanos ni fantasmales de hablar con los vivos, sin que esta situación le provocara -la verdad sea dicha- ningún pesar, persuadido como estaba de que intercambiar palabras con algunos no llevaba a ninguna parte; así que pasando de largo frente a ella, se encaminó hacia el salón comedor en busca de tío Eusebio, quien en tiempos le había propinado un porrazo de órdago y, sobre todo, de muerte; y ahora se dedicaba a mojar, apacible e insolente como siempre, bollos de azúcar en el que fuera su respetable y enorme tazón de café con leche, como si las cosas pudieran tomar el rumbo deseado sin que la verdad importara a nadie un ardite. Y ya no digamos un ápice. Contrariamente a lo que espera el lector, de nada sirvieron sus proezas por hacer que se le atragantara el bollo. Tío Eusebio, además de asesino, se había vuelto ciego y sordo, y ya sólo mostraba interés por lo firme y palpable; además de por lo material. Perra vida, en efecto.

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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"