. El mundo va a su maldita bola. ¿Debemos, pues, rasgarnos las vestiduras? ¿Abrirnos las venas? ¿Cerrar la boca para que no entren moscas inoportunas? ¿Acaso deberíamos quitarnos el sombrero, ponernos las botas? La bola del mundo no debería importarnos, pero nos importuna mal que nos pese -y nos pesa mucho-. Cada segundo cientos de almas se estrellan contra el asfalto; contra esta ciénaga que, en realidad, es camposanto.
. Esperanzada, corro a tu encuentro. No me respalda ni la sensatez ni ese futuro incierto que hoy parece, una vez más, dispuesto a perpetuarse. Hablamos toda la tarde sin descanso, entregados al vertiginoso ejercicio de mirarnos. Una risa suelta nos brota a cada rato. El tiempo da implacables dentelladas con gesto distante. No será prudente, pero yo pienso seguir yendo a tu encuentro cada vez que te distinga a lo lejos y vea brillar tus ojos como ascuas, mientras reímos encendidos; compartir contigo, mientras dure, este raro instante. .
. . Hermosa vida que pasó y parece ya no pasar… Desde este instante, ahondo sueños en la memoria: se estremece la eternidad del tiempo allá en el fondo. Y de repente un remolino crece que me arrastra sorbido hacia un trasfondo de sima, donde va, precipitado, para siempre sumiéndose el pasado.