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....Debía contar yo entonces con 9 años. Acabábamos de llegar al pueblo tras el largo invierno, según veníamos haciendo cuando apenas si había dos estaciones, sobre todo para nosotras, niñas de ciudad, y de nuevo me acerqué a la balsa con el empeño de asomarme. Necesitaba saber si podía distinguir alguno de nuestros inquilinos agazapado en el fondo, oculto en las profundidades, así que dejé confiada que medio cuerpo se balanceara sobre el filo de las baldosas que ceñían la balsa, pero como no lograba ver nada, terminé incluso por acceder a que una lengua de agua me lamiera el rostro.
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El último verano había sido diferente. La experiencia de convivir con aquellos vertebrados no había resultado tan gozosa como pensamos, y aunque nos habíamos resignado a compartir con ellos nuestros juegos acuáticos, era evidente que habían dejado de gustarnos. Por no hablar de la complicada operación que suponía tener que limpiar la balsa con los peces dentro, tras renunciar a pescarlos con el agua sucia, tarea que se nos reveló imposible. Uno de nuestros juegos favoritos había consistido, de hecho, en intentar atraparlos buceando. Al principio fracasamos, aunque no tardamos en descubrir que la mejor forma de hacerlo era mareándolos un buen rato. A pesar de la crueldad de nuestras exploraciones, yo me había preguntado si de algún modo serían conscientes de hallarse permanentemente mojados. Supongo que me convencí entonces de que no, y de ahí que empezara a cebarme en ellos cada vez que iniciábamos un juego. Creo que mi maltrato se alargó sólo una temporada, apenas hasta ese día exacto de principios de verano en que perdí pie y salí chorreando agua sucia de la balsa, con las mejillas ardiéndome ya para siempre, y un sol codicioso insolentándome en mitad de la tarde con sus destellos.
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No te había leído nada tan largo, y a pesar de las dificultades de la lectura interrumpida, la sensación final es coherente y única: despereza el recuerdo d los veranos de la infancia, llenos de pequeñas aventuras, experimentos, sensaciones y, al paso del tiempo, revelaciones. Es difícil no conectar con el universo que dibujas, identificarse y disfrutar del profundo placer de una tarde soleada, simplemente. Lástima que esa conciencia nos llegue, a veces, tarde.
ResponderEliminarUn abrazo, Gemma.
Es tan visual que lo vives al leerlo.
ResponderEliminarBesos.
Como te puedes imaginar, estoy disfrutando a fondo de la experiencia de esta memoria de la infancia. La crueldad innecesaria pero hermosa; cómo se cambia a considerar desagradable lo que fue hermoso (y habíamos causado nosotros, descabelladamente). La humillación de la derrota ante los elementos, que deja marca para siempre, sí, pero no nos impedía enfrentarnos al siguiente combate.
ResponderEliminarUn verdadero placer, señora, este regalo de verano.
Gemma, auque ya había leído el primero, lo he releído para luego continuar con el resto. Así mi experiencia ha sido la de ller el elato completo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, la forma (muy bien contado), el fondo (como dice Susana todos tenemos algún estanque en la infancia de un tipo u otro) y como nos ha ido conduciendo a lo largo de esos recuerdos.
Un abrazo
El relato es otro género a tener en cuenta. ;)
Me voy mañana y regreso el 13, hasta pronto.
Susana, el relato lo tenía armado desde hace tiempo en la cabeza, pero había que dar con la voz narradora y nunca me ponía por falta de tiempo. Me dejan muy contenta tus palabras. Un beso
ResponderEliminarIsabel, ¡qué bien! Muchas gracias, doña generosa.
Nano, tú eres cómplice de que me haya animado a contarlo. Siempre he sentido una gran envidia por tus relatos de infancia, tan visuales y vívidos, como dice Isabel. Estoy que no quepo en mí de contenta porque os haya gustado. Me animáis a seguir... Mil gracias!
Rosana, que disfrutes de tus vacaciones entonces. Y a ver si nos vemos pronto en Madrid, con motivo de las Pirañas.
Un beso