sábado, 27 de agosto de 2011

¿Saben los peces que se mojan? (2)

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Luego, según fuimos creciendo, decidimos que la balsa tuviera peces, así que una tarde de verano fuimos a un estanque cercano que había a las afueras del pueblo acompañadas por nuestros vecinos, y nos trajimos varios pescados del embalse, bastante feos a decir verdad, aunque nadie podía negar que se trataba de auténticos peces, con sus escamas resbaladizas y su color parduzco, y esas branquias incomprensibles que no paraban de abrirse y cerrarse como un fuelle feroz. Esos peces repescados pasaron a ser, a partir de entonces, una prueba indiscutible de lo que tomábamos como vida salvaje. Llevarlos de pronto a nuestra charca de tres al cuarto, aunque los mayores nos insistieran en que su lugar de procedencia era, en realidad, otro depósito de agua más, me llenó por un tiempo de vagos remordimientos. Por mucho que dijeran, aquel estanque destinado al riego de la zona era para mí un verdadero océano con su inmensidad a cuestas y, claro, con sus mismas tinieblas y oscuridades, y légamos y monstruos marinos. Y tormentas impredecibles, como las que había visto fuera de la casa, azotando el jardín, pero también adentro; voraces cambios súbitos e incontenibles que no merecía la pena esforzarse por entender.
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Al final volcamos en nuestra balsa la cantidad de ocho o diez peces que habíamos conseguido sacar no sé cómo de sus aguas cenagosas. Su procedencia oscura me recordaría a ratos que el destino de esos pescados no era tan distinto del mío; tampoco ellos alcanzaban a comprender cómo iban a sobrevivir en su nuevo hábitat de agua cambiante: fresca del pozo en verano, llena de mosquitos y podredumbre a partir de otoño.
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(Continuará)
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6 comentarios:

  1. Ni lo saben ni les importa, lo que hacen es vivir. Hay seres así, vividores. Perfectamente equipados de olvido. ¿No has envidiado alguna vez la memoria de los peces?
    Besos, sister, por aquí estamos de nuevo tras el verano. Tal vez me recuerdes...

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  2. ¡Qué bien narrado!

    Creo que, aunque me aplique en aprender, esto no se aprende, se lleva dentro.

    Es un placer leerte.

    Besos.

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  3. Qué diferente del Peces I. Es una escritura poética intensa, que reaviva en cada lector los miedos infantiles. La narradora sabe de la vida casi tan poco como saben los peces repescados: ha sido coloca ahí, en la vida, teniendo que hacer el esfuerzo supremo, inútil muchas veces, de entenderlo todo.

    El relato me produce la agorafobia que tantas veces siento (ese miedo a salir del centro de Madrid y cruzar la M-30).

    (La bañera de la foto, en cambio, es un suspiro de felicidad).

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  4. Un pez no suda ni dobla esquinas; un pez en tu balsa es como Dios pero sin esceneografía (con esa alegre convicción espera, sin saber qué cosa es esperar, la muerte).

    Esa reencarnación la tengo solicitada formalmente desde hace un montón de tiempo (me reconocerás por ser el único pez que llevará gafas y una cámara fotográfica).

    Un pe tó branquial.

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  5. perfectamente equipados de olvido... me quedo ahí, en el centro mismo de esa frase olga... un abrazo

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  6. Olga, pues claro que te recuerdo, mujer. Un besazo y feliz regreso

    Isabel, tus palabras me han hecho sonreír. Gracias por tu generosidad.

    Nano, así avanzamos siempre por ella: con pasos torpes e inexpertos. Muchas gracias por tu lectura atenta.
    PS: La bañera de la foto es en realidad un fregadero que se encuentra en Beceite, Teruel, un pueblo con encanto y buenos alimentos. No sé si lo conoces pero te iba a gustar seguro. Besos

    Josep, jaja. Pues van a ser dos por lo menos los peces de la pecera que lleven gafas. (¿Por qué no? De niña las monjas me decían que Dios estaba en todas partes...) Un petó

    Nuria, equipados de olvido lo estamos todos en mayor o menor medida. O eso creo. Por otro lado, eso de ser pez no debe de resultar tan plácido como parece. Un abrazo

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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"