viernes, 6 de febrero de 2009

Azul

......
Cada mañana la dejaba en aquel puestecito de la calle estrecha, con un atuendo distinto, recostada en el banco de siempre. Que no tuviera manos ni piernas, que fuera apenas un torso vestido, unos brazos sin terminar, no parecía importarle lo más mínimo. Él la cubría siempre con esmero y pudor, de ahí que la gente le preguntase a menudo por sus ropas. A ella todo le sentaba bien.
...
A partir de septiembre, con la llegada del frío, empezó a ponerle alrededor del cuello un pañuelo de color, cada pocos días uno distinto. No siempre conseguía sentarse un rato a su lado, pero si podía, lo hacía. Por entonces, algunos empezaron a murmurar. Yo también. Hasta que me armé de valor y se lo dije. Por toda respuesta, él repuso que si aquello de que le acusaban era capaz de ser tan azul como el pañuelo que lucía ella ese día, tal vez fuera cierto. Ya de regreso a casa, me convencí de que debía de serlo, más allá del absurdo incluso; mi amigo no es de los que mienten.
....

5 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho, Mega. Es pura sugerencia. Qué pefecta relación imagen-relato. Microabrazos.

    ResponderEliminar
  2. Tu micro relato me ha recordado una canción de Serrat, cuyo titulo no recuerdo, de un hombre que se enamora de un maniquí, lo roba y termina en un manicomio.
    Salud, República y Socialismo

    ResponderEliminar
  3. Pues si critican que critiquen, Mega. Tú eres buenísima y si tu amigo no miente será.
    Un beso

    ResponderEliminar
  4. A mí también me ha recordado a la misma canción de Serrat. Si no recuerdo mal:
    "Era la gloria vestida de tul con la mirada lejana y azul, que sonreía en un escaparate, con la
    boquita menuda y granate..."
    No es extraño que alguien se enamore de un maniquí con el exagerado culto a la imagen de estos nuestros tiempos.

    ResponderEliminar
  5. Antonio, muchas gracias. En realidad, se trataba de hablar de lo que habla el texto sin tener que nombrarlo explícitamente, procurando al mismo tiempo que el asunto quedara claro.

    Araceli y Antonio, pues váis a tener razón. Una vez me comentó algo parecido Nán a propósito de otro micro. Puede ser. En cualquier caso, a mí lo que me atrae de todos estos maniquís es su carácter tremendamente humano, como si estuvieran más cerca de la vida que de la inercia, sobre todo en comparación con los que se ven por ahí, en Barcelona por ejemplo, mucho más falsos...

    Izaskun, jaja. Pues entonces ya somos dos. Cuando me topé por primera vez con este maniquí, se encontraba, en efecto, frente a un comercio de ropa de segunda mano en el barrio de Kreuzberg. Lo primero que pensé al verlo fue que, pese a estar desmembrado, desprendía un halo de vitalidad (seguramente se debiera al mimo con que el tendero la vestía)...

    Besos y abrazos

    ResponderEliminar

.
.
Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"