lunes, 19 de enero de 2009

El caracolillo

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Se fue encogiendo primero de espaldas, brazos y piernas, hasta quedar bien prieta, como si fuera un caracolillo empeñado en absorber, de una sola vez, todo el sol que le cupiera sobre las espaldas las raras veces en que salía a pasear. Luego, cuando se le hubieron caído los dientes y el leve pelo ralo que milagrosamente conservaba, fue desprendiéndose poco a poco de los gruesos jerséis de invierno, y de las sucesivas bufandas, gorros, sombreros, orejeras y guantes de lana, para terminar vistiendo un finísimo camisón de seda por todo abrigo, como las antiguas combinaciones que antaño usaban las abuelas, muda que se reveló mucho más benévola ante los implacables cambios de que era objeto su cuerpo, cada vez más comprimido, más necesitado de presteza y agilidad.
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Los años no sólo le habían reducido los huesos, sino también los andares, los gestos y hasta las miradas. De poder hablar con franqueza, diríase que se había convertido en un saquito de carne lleno de protuberancias, de perfil indistinguible. Los pasitos que daba para ir a la tienda de la esquina no sólo eran cortos y audaces como sus pensamientos, sino que incluso los saludos y buenos deseos que repartía eran expresados en forma de pequeñas ráfagas, como si temiera gastarlos de golpe. A decir verdad, resultaba dificilísimo reconocer en aquella pobre anciana a la mujer rotunda que había sido: si bien nunca fue alta del todo, hubo un tiempo en que sus piernas y pestañas fueron largas, y anchas sus caderas, y sus andares, acompasados, además de exhibir sonrisas y saludos calmos y generosos, capaces de enamorar a más de uno y de dos.
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Tras unos breves instantes de duda, al final se ha decidido a cruzar. El coche metalizado no ha tenido tiempo de reparar en aquel caracolillo que se desplazaba por la calle medio a tientas, con la ligereza torpe de un ser espiritual.

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20 comentarios:

  1. Hermoso y triste relato.Muchos ancianos andan en la ciudad desorientados. Deberían los alcaldes replantearse si las ciudades son solo para unos pocos o para todos.Besos.

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  2. Hermosa glosa de aquella canción de Serrat que empezaba así:

    "La despertarà el vent d'un cop als finestrons.
    És tan llarg i ample el llit... I són freds els llençols...
    Amb els ulls mig tancats, buscarà una altra mà
    sense trobar ningú, com ahir, com demà."

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  3. Últimamente no te puedo seguir, porque estás hiperactiva, cuando voy a hacer un comentario ya tienes puesta otra entrada, o a lo mejor es que me estoy haciendo mayor como el personaje de tu relato y cada día tengo menos reflejos.
    Me ha encantado el relato, esa forma de ir describiendo la decadencia de la edad sin que, a la vez, se sienta la decadencia es sencillamente seductora. Pero desgraciadamente el tiempo hace su trabajo y al final se pagan las consecuencias.
    Salud, República y Socialismo

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  4. Mega, la fatalidad es así, como la describes,inesperada, antitética, amoral, fría, disoluta, cruel.
    Felicidades.
    Un abrazo encaracolado.
    Sergio Astorga

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  5. Me he sentido igual a esa pobre
    y vieja mujer, un caracolillo,
    frágil y casi invisible, como se
    ponen todos los viejos.
    Qué hermosa prosa y qué triste y
    conmovedor relato!
    BB

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  6. Por no hablar de la imagen de la vejez que nos convierte en un "caracolillo".

    (congela el alma).

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  7. Ay, la vejez, la merma de todo. Con qué delicadeza llevas a esa anciana al encuentro con su destino. Me ha gustado especialmente el proceso de adelgazamiento, el abandono de todas esas capas superpuestas. Es una excelente metáfora de las adherencias que la vida va dejando en nuestra piel. Un abrazo.

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  8. Hermoso, muy hermoso. Hay lágrimas en esas palabra de vos.

    Besos

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  9. Estupendo cuento, o microrrelato o ficción breve, o fábula moral, que de todo hay un poco. No sé si ando muy desencaminado, pero creo ver aquí, en las transformaciones de la anciana de tu cuento algún eco, más visible de lo que parece, del Gregorio Samsa kafkiano, quien también, después de encogerse y transformarse, tiene una muerte violenta y absurda. Quizá lo mejor sea el final, porque ya no se distingue si el caracolillo lo es metafórico o real, es decir, que la vieja se ha ido encogiendo tanto que ha acabado siendo otro ser, ese caracolillo inerme que un conductor desquiciado ni tan sólo alcanza a ver y que, aunque no se haga explícito, se lleva por delante. Lo dice bien Antonio en su comentario, "la vejez, la merma de todo"; añado, la vejez, la lentitud, la imposibilidad de cruzar a tiempo las calles y verse, de repente, tan indefenso como un humilde caracolillo. Hay que ver, todo esto para decirte que me ha gustado el cuento, o microrrelato, o ficción mínima o fábula extraña y trágica, vete a saber. Un abrazo, Javier.

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  10. La decrepitud es un palo, se mire como se mire.Tu relato, entrañable.

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  11. Pepa, muy cierto. A las ciudades les sobra agresividad, cemento y especulación, sin duda.

    Nán, maravilloso, Serrat. Siempre acierta al describir.

    Antonio, jaja. Prometo ser menos prolífica, aunque reconozco que lo de las frases es una debilidad que tengo, un frenesí...

    Sergio, la fatalidad, sí. Y la vida en general.

    BB, bienvenida. Eso quise justamente: que el lector se identificara por un momento con ese futuro desapacible que nos espera.

    Antonio, la vejez extrema como un anticipo del cese venidero, tan cargado de fragilidad y despojamiento.

    Venus, celebro que te haya gustado. Es algo triste, sí.

    Javier, gracias por tus palabras. Dentro de las cuatro edades del hombre, el salto de la niñez a la adolescencia, por un lado, y de la madurez a la vejez, por otro, esto es, los períodos de cambio de naturaleza, siempre me han parecido de una crueldad y violencia extremas.

    Araceli, cierto. Un mazazo en plena sesera. Gracias.

    Abrazos a todos

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  12. Madre de Dios...pobre abuela...si es que van como locos...a éste/esta (conductor) no sólo hay que quitarle los puntos sino que al talego con él una temporada.
    Me ha emocionado el relato, eso sí...y por más que uno se empeñe en seguir sacando pecho, la vida nos va haciendo, lamentablemente, caracolillos.
    Un abrazo

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  13. Ay. Qué cierto. Pero qué tristes son siempre tus relatos sobre ancianos. Supongo que, de alguna manera, la vejez es triste: nos recuerda lo que una vez fuimos, lo que hemos ido perdiendo. Nos hace replegarnos, como los caracoles.

    Duele este micro, quizá porque muestra una realidad que no nos gustaría tener que admitir.

    El próximo más alegre, ¿vale?...


    besote

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  14. Triste final para esa mujer.
    Lo relatas tan bien que parece que podemos verla avanzar como un caracolillo y también imaginarla en su juventud. ¡Qué pena que el tiempo deteriore tanto nuestro aspecto físico...!
    Una historia con encanto a pesar de la dureza del tema.
    Besos.

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  15. Ay, pobrecita, con el mimo con que la has descrito, tan delicadamente para, acto seguido, estamparla contra un coche.
    Yo alucino con la temeridad con que cruzan muchos ancianos. A mí ni se me ocurre y eso que aún puedo correr.

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  16. "con la ligereza torpe de un ser espiritual."

    Jo, es que cada vez que lo leo encuentro algo que hace que me guste más y más. Claro que los ancianos siempre me han atraído de modo muy especial. Ahora que me voy acercando, lo veo de otra manera.

    Por ejemplo, esta temeridad a la que se refiere Bárbara, ¿no será una especie de ruleta rusa voluntaria? Mi L siempre dice que me acabará matando un coche porque cada vez soy más un viejo cascarrabias. Ejemplo, acepto que la acer es para los peatones, pero si una moto o lo que sea tapa la acera, me otorgo el derecho de ir por la calle sin dignarme mirar hacia atrás aunque oiga que se acerca un coche. ¡Que frenen ellos!, es mi lema.

    En fin, que los viejecitos que no sean "cascarrabias" me producen una ternura especial que he encontrado en este relato.

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  17. Fritus, qué bueno que te haya emocionado. ;-)
    Abrazo grande

    Marina, la verdad es que la vejez, y junto con ella, el paso del tiempo y los estragos que va dejando tras de sí es un tema que me obsesiona, desde luego. Besote de vuelta

    Luisa, gracias. Me pareció interesante plasmar en el texto la realidad olvidada (al menos, desde el presente del micro) de que también el caracolillo fue en otro tiempo una caracola de concha blanca.

    Bárbara, quise, efectivamente, contrastar toda esa fragilidad hecha a base de años de lento despojamiento con la inmediatez de una muerte absurda (por previsible). Besos

    Nán, todos los viejecitos con conciencia y memoria deberían de poder ser, en caso de quererlo, unos benditos cascarrabias. Lo encontraría pero que muy justo. Beso

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  18. No sé qué adjetivo debo usar, Mega, porque me viene sólo decirte que es lindísimo que me parece término cursi para mis hñabitos. Pero es el que me surge. Imagino el caracolillo cruzando casi invisible y quisiera así mi vejez, como saquito con ángulos, encogidita pero autónoma cruzando sola hasta que me llegue la muerte. (¡Me pasé, supongo, pero me ha requeteencantado).
    Abrazo.
    Izaskun

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  19. Mega es hermosa tu descripción de la involución humana. Sabes, yo trabajo con viejos y coincido con aquello que dices que se transforman en seres más espirituales, más despojados, más sencillos y serenos. Al menos muchos de ellos me dan esa sensación, como que están más allá de la vorágine en que vivimos los no-aún-físicamente-viejos. A mí me asombra observar como en la decrepitud y aún la demencia senil no se pierde eso que podríamos llamar “dignidad humana”.Conversar con viejos me hace bien. (Ya veremos qué opino cuando me toque transitar a mí ese despojamiento)
    Bueno, me fui por las ramas, pero la culpa fue tu caracolillo. Saludos

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  20. Izaskun, yo te agradezco tus palabras. Sirva este micro para llamar la atención sobre los ancianos que circulan -mal- por nuestras calles llenas de barullo. Como si también hubieran sido expulsados, hace tiempo, de la realidad civil. Un abrazo

    Martín, sin duda son un ejemplo de vida y de dignidad, desde luego que sí. Un saludo y bienvenido

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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"