Acabo de descubrir por casualidad que alguien aprovecha los blogs que tengo enlazados (y otros) para dejar una ristra de enlaces en vuestras bitácoras que, a su vez, apuntan a diferentes entradas de mi blog.
Si alguno de vosotros ha resultado ser uno de los pacientes damnificados, os ruego que sigáis las siguientes instrucciones para ponerle remedio:
Id al menú "Diseño", pulsad el enlace 'editar' en el cuadro "Entradas del blog", y desactivad la casilla de verificación en "Enlaces a esta entrada".
Creo que eso bastará para que desaparezcan todos los enlaces agregados.
Como no tengo ni idea de en cuántos blogs ajenos más ¿ese motor de búsqueda? ha ido dejando un rastro de lecturas que apuntan a mi blog, he decidido colgar esta entrada como advertencia.
Os agradecería que me avisarais si alguien conocido ha padecido también esta invasión de enlaces a su bitácora. Optaría entonces por eliminar -temporalmente- todos los enlaces que tengo relacionados para evitaros esta injerencia (abusiva en verdad).
El de la gabardina
beige, el más alto de todos, me ha sonreído en el instante en que me colaba en
el ascensor cuando las puertas empezaban a cerrarse. Ninguno de los ancianos
cumplía ochenta años. Me ha hecho gracia que la casualidad nos hiciera
descender a todos en la misma estación. Un par de horas antes, arrellanado en
la butaca del cine, había visto desfilar ante mí sus figuras encorvadas. Los
paseaba una mujer de piel dorada y pelo azabache. «Blancanieves y los cinco
viejitos», me he dicho en el momento en que comenzaba la película. El más
anciano rondaría los noventa, y aunque caminaba apoyándose en el brazo de la
chica, conservaba la coquetería de no usar bastón y lucir una melena de plata.
La pareja que lo seguía avanzaba erguida, a paso ágil: junto al caballero de la
gabardina beige y andares distinguidos, un viejo cabal se había erigido en pastor
del rebaño, ocupado como estaba en reunirlos a todos bajo su regazo. Al terminar la
película, hemos coincidido de nuevo en el vagón. Pese a mis zancadas firmes, yo
había perdido el metro de forma inesperada. El último tren ha circulado, sin embargo,
con el traqueteo de los deseos cumplidos. Cuando salía del ascensor me he
sumado a la feliz comitiva.
. . Hermosa vida que pasó y parece ya no pasar… Desde este instante, ahondo sueños en la memoria: se estremece la eternidad del tiempo allá en el fondo. Y de repente un remolino crece que me arrastra sorbido hacia un trasfondo de sima, donde va, precipitado, para siempre sumiéndose el pasado.