El sol esparcía fragancias vegetales mientras
las luces de aquel encierro embriagaban como sombras de paraíso. La
condensación de oxígeno ascendía por la escalera de caracol de aquel
invernadero de cristal, dentro del cual pugnaban por zafarse
numerosas ramas, con sus nudos, surcos y raíces. Y entonces me supe fuera del
tiempo, a salvo por un instante de tan robusto abrazo.
Qué suerte estar a salvo del tiempo aunque sea por un leve instante.
ResponderEliminarFuera del tiempo y en ese entorno me sugiere una vuelta a los orígenes del mundo.
ResponderEliminarSe ve, se siente y se huele.
Besos
Hola Gemma, me gusta la escalera de caracol que parece ascender imposible hasta ese cielo, el de siempre.
ResponderEliminarUn abrazo y gracias por tus palabras.
María
Sí, algo de útero materno y también de cárcel tiene ese entorno... me causa sensaciones contradictorias, supongo que pronto sería rama pugnando por salir. Sí.
ResponderEliminarLa intemperie y el reloj son la materia de la que está hecha la vida ¿no? No sé...
Buen finde y un beso, Gema.
El humano tiene una Herramienta irremplazable a "la hora" de encontrar y asegurarse su Libertad: la Palabra.
ResponderEliminarLas plantas no tienen la posibilidad de crear puentes simbólicos para cuestionar -y mucho menos cambiar- sus circunstancias pero nosotros podemos concebir una idea -buena o mala-, desarrollarla e influir la realidad en la que nos encontramos...
Hermoso blog, Gemma. Un abrazo.
Mega, la sombra del paraíso se parece a la sombra del árbol y el tiempo parece de otro tiempo.
ResponderEliminarEdifiquemos.
Un abrazo a salvo.
Sergio Astorga
Araceli, ni siquiera en sueños gozamos de esa posibilidad, pues también en ellos existe, inevitablemente, planteamiento, nudo y desenlace; narración en suma. Un beso
ResponderEliminarIsabel, deben de ser contados los momentos en que experimentamos esa sensación de suspensión acompañada por un cierto déjà vu. Aquel lugar poseía el atractivo de lo extraño y, sin embargo, conocido. Besos
María, gracias a ti por pasarte. La foto pertenece al invernadero principal del Zoologische Garten de Berlín, según nos dijo un amigo, el mayor del mundo. Además de contar con un jardín inmenso al aire libre, con lago incluido, posee una cadena de invernaderos conectados por el interior que los convierte en un espacio sumamente extraño, como de película de ciencia ficción. Un abrazo
Olga, yo también lo creo. Estos jardines con especies de árboles y plantas procedentes de todos los extremos del mundo tienen, inevitablemente, un aspecto por completo ajeno. Cada invernadero tenía su propia temperatura, y así no era extraño pasar de uno con ambiente tropical a otro gélido, sin que mediara entre ambos más separación que una puerta corredera... Naturaleza en estado puro (o salvaje), así que no te falta razón: cárcel y paraíso era aquello por igual. Además, en algunos invernaderos se hacía difícil soportar el ambiente cargado por la respiración intensa de las plantas... Un besazo y buen fin de semana para ti también.
Andrés Gustavo,
y a pesar de ello, cuando uno entra en el recinto mayor, con dos secuoyas nada menos, y tantos otras especies vegetales de formas caprichosas y enormes, no puede evitar sentirse tan insignificante como un insecto. Por no hablar de la fuerte impresión de contemplar tanta belleza concentrada... Un abrazo y bienvenido.
Sergio, allí se tenía la impresión de que bajo aquellos árboles primigenios te amparaba la sombra misma del paraíso...
Un beso
Sublime, señorita escritora. ¡Bravo!
ResponderEliminarA veces creo que el abrazo del tiempo (tan inevitable, por lo demás) nos pesa demasiado. Ese paseo por el Jardín botánico de Berlín, con vuelta al origen (como señala Isabel), me permitió comprobar una vez mas cómo ciertos lugares mágicos lo son por el solo hecho de acontecer durante un breve instante, mi sublimada señorita Izaskun. ;-PP
ResponderEliminarBesos
PS: ...lo cual significa que no hay modo humano de librarse de Él...
Si se pudiera, ¿verdad? Si fuera cierto que nos metemos en una oquedad y el tiempo no nos afecta. Si no fuera el veneno lo que nos intoxica y engaña.
ResponderEliminarNano, ¡justo!, el tiempo en sí mismo no es ni bueno ni malo; lo que es terrible es que lo cambie todo por su cuenta, ante nuestro asombro, sin pedir -el insolente- permiso... Que nos cambie (o intoxique) a nosotros también... ¿Existe una crueldad mayor? Y no hablo ahora de la muerte, el único consuelo de la vejez al fin y al cabo... Un abrazo
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