jueves, 10 de julio de 2008

El autómata de campo

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El autómata se decidió a abandonar la vorágine de la ciudad para adentrarse en la misteriosa selva negra. Así, en lugar de engrasar sus delicadas articulaciones a base de aceite y 3 en1, su alimento hasta entonces, empezó a consumir resina, un manjar que solía brindarle el bosque de vez en cuando, colmándole el espíritu de resonancias magnéticas. De igual modo, cuando la ocasión se lo permitía, corría a extraer de ciertos árboles centenarios la más sabrosa ambrosía, verdadero néctar de los dioses.

Tras varios lustros de vida salvaje, en feliz comunión con la madre naturaleza, un día aciago sintió la llamada de la ciudad, así que no le quedó más remedio que regresar. Pero ya no es el mismo. Algunos dicen incluso que el fragor de la selva lo ha transformado para siempre.

De hecho, aun cuando haya dejado de perder grasa por las esquinas, no acaba de ser feliz. Tampoco faltan los juicios de sus congéneres de turno, de mirada lustrosa y boca oxidada, con barrigas orondas de puro desdén. Por todo ello, y también por no haber logrado reconocerse en su vieja ciudad, en sus gentes mezquinas de tanto tragar clavos, ha empezado a inyectarse gasóleo. Nadie se atreve a decírselo, pero él lo ha sabido de todos modos: a ojos de los demás, su lata ya no reluce apenas.
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7 comentarios:

  1. No me extraña que le ocurriera eso al autómata, no es igual comer hamburguesas que jamón ibérico. Ni es lo mismo el estrés de nuestras ciudades que la tranquilad de muchos de nuestros pueblos.
    Es el peaje que tenemos que pagar por la progreso, aunque no debería ser así. Las ciudades se deshumanizan y muchas se convierten en lugares más apropiados para los coches y los grandes centros comerciales que para las personas.
    Salud, República y Socialismo

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  2. Interesante imagen esta del autómata en la selva, rodeado de plantas y alimentándose de resinas, trementinas y demás ambrosías. Consuela algo pensar que el gasóleo que se inyacta es de origen vegetal.

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  3. Este autómata al menos tiene la opción de adentrarse en una selva negra. Dentro de poco, no quedarán selvas ni negras ni de ningún otro color para escapar de esa cosa llamada progreso.

    pd.- enhorabuena por la publicación en Narrativas (compartimos vecindad, ya ves tú).

    Saludos post-vacacionales

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  4. ¿El ruido y la vorágine de la ciudad, donde ha regresado, no le permiten oír la llamada de la Selva Negra, o es su adicción al gasoleo la que se lo impide?

    Un abrazo Mega.

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  5. Antonio, yo también lo creo. Antes las ciudades eran símbolo de progreso y bienestar, de civilización. Hoy, en cambio, parece como si la barbarie asomara su hocico demasiadas veces, y así formas de deshumanización como la intolerancia, la mala educación, el ruido ambiental, ¿el exceso de cemento?..., no consiguen sino hacerlas más desapacibles.

    Antonio, aprecio tu opinión de experto en bosques. ¿Trementinas, dices? Corro a consultar el DRAE de inmediato... ;-)

    Viajero, tristísimo ese divorcio por venir con la naturaleza. Muy pronto los niños aprenderán en los dibujos de sus cuadernos qué cosa es esa abstracción llamada bosque (junto al aprendizaje de la vaca, y la liebre)...
    PS: Felicidades para ti también. Merecido lo tienes. ;-)

    Selma, probablemente lo retenga su adicción al gasóleo... Aquí la llamada de lo salvaje (como bien intuyes) ya no procede del campo o del bosque silvestre, sino de la ciudad, de sus infinitas adicciones y engaños.

    Abrazos generales (y particulares)

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  6. Es como la historia al revés del salvaje al que intentan civilizar y no resiste la tortura de la gran ciudad.
    Me encantan tus relatos, amenos y curiosos. Sigue así.
    Un beso

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  7. Es cierto, Gemma, contamos una historia muy parecida de un modo no muy diferente. La búsqueda de la identidad en el regreso a los orígenes. Tu protagonista toma una decisión mientras el mío aún no lo ha hecho; antes tendrá que deshacerse de la nostalgia y la melancolía y tal vez una ingenua esperanza.

    Besos

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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"