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Cuando hubo terminado de leer El barón rampante, se fue corriendo hasta el bosque más cercano para encaramarse al único árbol sobre el que podría sentirse a gusto durante las próximas horas de la tarde. Le habría encantado poder emular al protagonista y quedarse a vivir en la espesura el resto de sus días, pero tiempo atrás había descubierto, no sin pesar, la insalvable frontera que separaba la ficción de la realidad, y por entonces nadie le había ofrecido siquiera la oportunidad de pasarse al otro lado. Así las cosas, le bastó permanecer allí en lo alto, con el libro en el bolsillo y la luna de compañera, para sentirse a salvo el resto de la tarde.
miércoles, 2 de mayo de 2007
sábado, 14 de abril de 2007
Envite (Meme)
Resulta que mi amigo garib me ha tendido una trampa. Sin creer demasiado en estas cosas (comparto el parecer de fustigador), pensé que igual podía funcionar como juego. Ahí va, pues, el retrato robot de mi persona "deconstruida"...
Si fuera un mes: cualquiera. El tiempo, su bondad, es siempre subjetivo.
Si fuera un día de la semana: ídem.
Si fuera un momento del día: igual.
Si fuera un planeta: mercurio o venus. O la luna, lugar que a veces habito.
Si fuera un animal: una pulga o un elefante, pues me gusta tanto lo minúsculo como lo rotundo.
Si fuera un mueble: una silla.
Si fuera un líquido: un buen whisky con agua o hielo.
Si fuera una fruta: todas las dulces o agridulces: un pomelo, quizás.
Si fuera un instrumento musical: una flauta o un violín.
Si fuera una canción: las que se inventaba mi abuelo cuando era niña.
Si fuera una comida: italiana, japonesa, catalana, aunque también podría ser vasca, castellana, o gallega. Qué sé yo.
Si fuera una parte del cuerpo: los ojos, que todo lo expresan.
Si fuera un objeto: un pisapapeles o una gema.
Si fuera un árbol: un olmo, del que se dice que da buena sombra, o un sauce llorón.
Si fuera una materia de estudio: la literatura.
Si fuera un número: el 8 porque si lo tumbas, es infinito.
Si fuera un coche: ninguno, no me gustan.
Si fuera un color: el verde o el azul.
Si fuera una ciudad: Berlín.
Si fuera un mar: el Mediterráneo mismo.
Si fuera un idioma: el castellano, el catalán, el inglés, el alemán...
Si fuera una flor: la rosa o el tulipán.
Si fuera un verbo: ser.
Si fuera una estación: véanse las tres primeras entradas.
Si fuera una prenda: un pañuelo para el cuello, un guante.
Si fuera un cuadro: Picasso, Miró, Kandinsky...; los dibujos de Lorca.
Si fuera un monumento: artístico.
Si fuera un país: extranjero.
Si fuera un lugar: un locus amoenus.
Si fuera un deporte: la natación.
Si fuera un integrante de un grupo: The Cure, y un poco de Marilyn Manson, por aquello de provocar...
Si fuera un mes: cualquiera. El tiempo, su bondad, es siempre subjetivo.
Si fuera un día de la semana: ídem.
Si fuera un momento del día: igual.
Si fuera un planeta: mercurio o venus. O la luna, lugar que a veces habito.
Si fuera un animal: una pulga o un elefante, pues me gusta tanto lo minúsculo como lo rotundo.
Si fuera un mueble: una silla.
Si fuera un líquido: un buen whisky con agua o hielo.
Si fuera una fruta: todas las dulces o agridulces: un pomelo, quizás.
Si fuera un instrumento musical: una flauta o un violín.
Si fuera una canción: las que se inventaba mi abuelo cuando era niña.
Si fuera una comida: italiana, japonesa, catalana, aunque también podría ser vasca, castellana, o gallega. Qué sé yo.
Si fuera una parte del cuerpo: los ojos, que todo lo expresan.
Si fuera un objeto: un pisapapeles o una gema.
Si fuera un árbol: un olmo, del que se dice que da buena sombra, o un sauce llorón.
Si fuera una materia de estudio: la literatura.
Si fuera un número: el 8 porque si lo tumbas, es infinito.
Si fuera un coche: ninguno, no me gustan.
Si fuera un color: el verde o el azul.
Si fuera una ciudad: Berlín.
Si fuera un mar: el Mediterráneo mismo.
Si fuera un idioma: el castellano, el catalán, el inglés, el alemán...
Si fuera una flor: la rosa o el tulipán.
Si fuera un verbo: ser.
Si fuera una estación: véanse las tres primeras entradas.
Si fuera una prenda: un pañuelo para el cuello, un guante.
Si fuera un cuadro: Picasso, Miró, Kandinsky...; los dibujos de Lorca.
Si fuera un monumento: artístico.
Si fuera un país: extranjero.
Si fuera un lugar: un locus amoenus.
Si fuera un deporte: la natación.
Si fuera un integrante de un grupo: The Cure, y un poco de Marilyn Manson, por aquello de provocar...
lunes, 9 de abril de 2007
La vida según el alfabeto: la G
Corregiría una generación entera de graves Gramáticas Generativas, arguyó, aunque igual consiguiera una grandeza mayor si alguien como él, de una gravedad y gentileza tan exiguas como agrestes, generase algunas Gramáticas Generales para Vagos, garantía segura de un gesto genial, genuinamente generoso para con sus iguales. ¡Agregaré las reglas de todas las gramáticas!, gesticulaba grandilocuente. Guillermo no quería engañarse: para gozar con el cargo, no tenía gana de gobernar a disgusto, sino de dirigir a un grupo de gente que le protegiera y agasajara por igual. Para Guillermo, el halago era el garante de todos los riesgos. Por lo general se guiaba bajo esos argumentos, pero un día perdió el sosiego: Esto de generar gramáticas es un galimatías, se dijo tragándose una galleta. Y mientras se atragantaba, vio cómo se ahogaban sus más graves designios. Desde entonces, ya no genera gramáticas. Tan sólo le enorgullece prolongar con desagrado su disgusto antes que pergeñar algo que le distraiga.
viernes, 6 de abril de 2007
Prosopopeya (Microrrelato)
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Las flores son un buen ejemplo, pensó. Las ves quietas como estatuas, rodeadas de esa extraña belleza hecha de eternidades imposibles, pero en realidad su deterioro interno no descansa un segundo. A fin de cuentas, su secreto es ese precisamente: parecer eternas en plena decadencia, o justo cuando apenas si se manifiestan los primeros signos de un deterioro seguro, de una decrepitud capaz de embriagar como un hechizo.
..
En efecto, cómo no me había dado cuenta antes si en el fondo es algo evidente, siguió barruntando para sí el poeta: el esplendor de que están hechas no puede ignorar la podredumbre que las corroe por dentro. Sólo la eternidad del tiempo en que viven las muestra engañosamente perfectas. Una belleza caduca y frágil, la suya, es cierto. Sólo una apariencia. Un hechizo, su belleza, del todo absurdo; tan caduco, en verdad, como los ojos que lo contemplan, reconoció, para sus adentros, ensimismado.
..
Y acto seguido, cogió el estilete que descansaba encima de su escritorio y se abrió las venas del brazo derecho en un acto de desesperación perfectamente orquestado. ¿Qué futuro podría alcanzar jamás la belleza caduca de unos versos?, había advertido. Y tras pronunciar estas palabras, se dispuso con dignidad a que el sueño de una muerte perfecta lo abrazara al menos para siempre.
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Las flores son un buen ejemplo, pensó. Las ves quietas como estatuas, rodeadas de esa extraña belleza hecha de eternidades imposibles, pero en realidad su deterioro interno no descansa un segundo. A fin de cuentas, su secreto es ese precisamente: parecer eternas en plena decadencia, o justo cuando apenas si se manifiestan los primeros signos de un deterioro seguro, de una decrepitud capaz de embriagar como un hechizo.
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En efecto, cómo no me había dado cuenta antes si en el fondo es algo evidente, siguió barruntando para sí el poeta: el esplendor de que están hechas no puede ignorar la podredumbre que las corroe por dentro. Sólo la eternidad del tiempo en que viven las muestra engañosamente perfectas. Una belleza caduca y frágil, la suya, es cierto. Sólo una apariencia. Un hechizo, su belleza, del todo absurdo; tan caduco, en verdad, como los ojos que lo contemplan, reconoció, para sus adentros, ensimismado.
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Y acto seguido, cogió el estilete que descansaba encima de su escritorio y se abrió las venas del brazo derecho en un acto de desesperación perfectamente orquestado. ¿Qué futuro podría alcanzar jamás la belleza caduca de unos versos?, había advertido. Y tras pronunciar estas palabras, se dispuso con dignidad a que el sueño de una muerte perfecta lo abrazara al menos para siempre.
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sábado, 31 de marzo de 2007
Sueño infantil (Microrrelato)
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Se trataba de un sueño recurrente. No entendía por qué le causaba tanto pavor pero bastaba cerrar los ojos para convocar su terrible amenaza. Tendría nueve años por aquel entonces. Quizás incluso unos cuantos menos. Ahí mismo, justo en medio de la nada que sale a relucir cuando nos dejamos vencer por la pendiente del sueño, aparecía ella de nuevo, desdoblada en una Alicia recién llegada a las profundidades de un cubículo claustrofóbico; encerrada para siempre entre las cuatro paredes de un enorme cuarto oscuro. Nada se veía ni nadie podía permanecer allí, pero a tientas buscaba una salida, e irremisiblemente desembocaba en el centro mismo de la habitación, donde un gran sillón de orejas grandiosas, casi descomunal, como el que tenía su abuelo, reposaba satisfecho de su condición de fuerza centrípeta. Ella se acercaba y acercaba hasta tropezar con el dichoso sillón orejero, según le ocurría cada vez.
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Para poder abrirse paso entre la bruma de la habitación, formada por una atmósfera densa e irrespirable, hecha de muerte y vacío, de ahogo visceral, braceaba con fuerza buscando dispersar esa niebla fría, heladora en realidad. Pero no había escapatoria. El implacable sillón tenía la autoridad de quien se sabe irresistible y conoce todas las triquiñuelas posibles para salirse con la suya, de ahí que la escena fuera la misma una y otra vez, en cada nueva ocasión que se repetía el maldito sueño en que el sillón de orejas enormes terminaba atrapándola como si fuera una vulgar mosca, y se la tragaba.
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A decir verdad, tenía el sillón las orejas tan grandes como las del lobo de Caperucita, si bien Alicia no entendía qué demonios estaba haciendo dentro de aquella historia tan agobiante, cuando lo único que quería era ver el sol, las nubes y los pájaros, poder jugar.
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Se trataba de un sueño recurrente. No entendía por qué le causaba tanto pavor pero bastaba cerrar los ojos para convocar su terrible amenaza. Tendría nueve años por aquel entonces. Quizás incluso unos cuantos menos. Ahí mismo, justo en medio de la nada que sale a relucir cuando nos dejamos vencer por la pendiente del sueño, aparecía ella de nuevo, desdoblada en una Alicia recién llegada a las profundidades de un cubículo claustrofóbico; encerrada para siempre entre las cuatro paredes de un enorme cuarto oscuro. Nada se veía ni nadie podía permanecer allí, pero a tientas buscaba una salida, e irremisiblemente desembocaba en el centro mismo de la habitación, donde un gran sillón de orejas grandiosas, casi descomunal, como el que tenía su abuelo, reposaba satisfecho de su condición de fuerza centrípeta. Ella se acercaba y acercaba hasta tropezar con el dichoso sillón orejero, según le ocurría cada vez.
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Para poder abrirse paso entre la bruma de la habitación, formada por una atmósfera densa e irrespirable, hecha de muerte y vacío, de ahogo visceral, braceaba con fuerza buscando dispersar esa niebla fría, heladora en realidad. Pero no había escapatoria. El implacable sillón tenía la autoridad de quien se sabe irresistible y conoce todas las triquiñuelas posibles para salirse con la suya, de ahí que la escena fuera la misma una y otra vez, en cada nueva ocasión que se repetía el maldito sueño en que el sillón de orejas enormes terminaba atrapándola como si fuera una vulgar mosca, y se la tragaba.
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A decir verdad, tenía el sillón las orejas tan grandes como las del lobo de Caperucita, si bien Alicia no entendía qué demonios estaba haciendo dentro de aquella historia tan agobiante, cuando lo único que quería era ver el sol, las nubes y los pájaros, poder jugar.
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jueves, 29 de marzo de 2007
Blanca y tibia (Microrrelato)
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Por fin la vio a altas horas de la madrugada, cuando el taxi que había llamado por teléfono la había conducido por los aires de la ciudad vacía hasta el hospital en que acababa de morir, hacía menos de una hora. Cuando se quedaron a solas, no supo si le angustiaría la perspectiva de tener que velarla. Los familiares la recogerían más tarde. Sin saber por qué, sintió cómo la abuela le brindaba su compañía de mujer recién muerta, presente aún en la blanca y tibia estancia. Su cuerpo sereno era un indicio clarísimo de que se encontraba allí mismo, en un más allá todavía cercano.
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De pronto, la muerte había convertido su rostro de anciana dormida en una máscara resplandeciente. Tras besarle la frente con labios temblorosos, enseguida se percató de que guardaba la tibieza de lo vivo, apenas un hilo de calor. Poco a poco, la habitación que había sido su cuarto durante tantos días fue convirtiéndose en un velatorio. Una abuela durmiente y su nieta se hacían una vez más compañía. Incluso eso era como siempre.
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Por fin la vio a altas horas de la madrugada, cuando el taxi que había llamado por teléfono la había conducido por los aires de la ciudad vacía hasta el hospital en que acababa de morir, hacía menos de una hora. Cuando se quedaron a solas, no supo si le angustiaría la perspectiva de tener que velarla. Los familiares la recogerían más tarde. Sin saber por qué, sintió cómo la abuela le brindaba su compañía de mujer recién muerta, presente aún en la blanca y tibia estancia. Su cuerpo sereno era un indicio clarísimo de que se encontraba allí mismo, en un más allá todavía cercano.
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De pronto, la muerte había convertido su rostro de anciana dormida en una máscara resplandeciente. Tras besarle la frente con labios temblorosos, enseguida se percató de que guardaba la tibieza de lo vivo, apenas un hilo de calor. Poco a poco, la habitación que había sido su cuarto durante tantos días fue convirtiéndose en un velatorio. Una abuela durmiente y su nieta se hacían una vez más compañía. Incluso eso era como siempre.
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jueves, 4 de enero de 2007
La vida según el alfabeto: la F
Forzándose a ello, fiaba en su furibunda fantasía todo su afán de fenecer como un modo feroz de poner fin a todo aquello, de fiero desfogue ante un fracaso futuro que se figuraba flagrante.
En efecto, si Félix fallecía, hablarían de él fatalmente todas las falsas féminas de fondos falaces con que había fornicado ex profeso, no sólo con el fin de obtener un disfrute manifiesto, falto de formalidades y formalismos; sino con el artificio de fabricar, en cada fusión amorosa, la fonética más fina y fabulosa del alfabeto.
Aun cuando ninguna le hubiera confesado jamás su felicidad, por fuerza habrían de festejar, el día de su fallecimiento, las infinitas fanfarrias en defensa de su franca y diáfana figura, tan de fidalgo esforzado, fieles al fin a una faz desfigurada y fea hasta el infinito, aunque de afable perfil.
En efecto, si Félix fallecía, hablarían de él fatalmente todas las falsas féminas de fondos falaces con que había fornicado ex profeso, no sólo con el fin de obtener un disfrute manifiesto, falto de formalidades y formalismos; sino con el artificio de fabricar, en cada fusión amorosa, la fonética más fina y fabulosa del alfabeto.
Aun cuando ninguna le hubiera confesado jamás su felicidad, por fuerza habrían de festejar, el día de su fallecimiento, las infinitas fanfarrias en defensa de su franca y diáfana figura, tan de fidalgo esforzado, fieles al fin a una faz desfigurada y fea hasta el infinito, aunque de afable perfil.
martes, 18 de julio de 2006
La vida según el alfabeto: la E
Estimada Elisa:
Encontrándome esclerótico y evanescido (es decir, embotado y esfumado), le escribo esto con el empeño de enternecerla. El otro día la entreví en su casa: no estaba usted entonces enfadada sino enfrente del espejo. Estuve espiándola sin esperanzas, por espacio de escasos minutos, enfervorizado por su estilizada esbeltez y su entereza de espíritu y, en general, por esto y aquello. Era emocionante entender que esa experiencia estaba estableciendo por entero el éxito exiguo de estos días tan extraños y etéreos, tan henchidos de esfuerzos espurios...
¿Elisa mía, es que no espera entrar en contacto enseguida conmigo, su entregado esposo?
Entérese bien: estoy enfermo de estrés esperando el envío del escrito en donde usted me exprese su efusión.
Enteramente suyo,
Ernesto
Querido Ernesto:
Con el tiempo me he dado cuenta de que lo nuestro es imposible. Acaso lo mejor sea el divorcio. Si no creo que podamos volver de nuevo, ello se debe -sintiéndolo mucho- a mi absoluta incapacidad de seguir compartiendo mi vida con la E, a quien empiezo a creer que quieres más que a mí.
No me guardes rencor... Yo en ningún momento imaginé que esto podía sucedernos.
Elisa
Encontrándome esclerótico y evanescido (es decir, embotado y esfumado), le escribo esto con el empeño de enternecerla. El otro día la entreví en su casa: no estaba usted entonces enfadada sino enfrente del espejo. Estuve espiándola sin esperanzas, por espacio de escasos minutos, enfervorizado por su estilizada esbeltez y su entereza de espíritu y, en general, por esto y aquello. Era emocionante entender que esa experiencia estaba estableciendo por entero el éxito exiguo de estos días tan extraños y etéreos, tan henchidos de esfuerzos espurios...
¿Elisa mía, es que no espera entrar en contacto enseguida conmigo, su entregado esposo?
Entérese bien: estoy enfermo de estrés esperando el envío del escrito en donde usted me exprese su efusión.
Enteramente suyo,
Ernesto
Querido Ernesto:
Con el tiempo me he dado cuenta de que lo nuestro es imposible. Acaso lo mejor sea el divorcio. Si no creo que podamos volver de nuevo, ello se debe -sintiéndolo mucho- a mi absoluta incapacidad de seguir compartiendo mi vida con la E, a quien empiezo a creer que quieres más que a mí.
No me guardes rencor... Yo en ningún momento imaginé que esto podía sucedernos.
Elisa
martes, 11 de julio de 2006
La vida según el alfabeto: la D de Monterroso
Debatir sobre "el dinosaurio" le resultaba desesperante...
Sin duda, el dichoso dinosaurio de Monterroso se le antojaba de antemano en decadencia. Desde que había sido entronizado por un destino despótico, Demetrio había descubierto una verdad de perogrullo (con perdón por la presencia de la 'p'). La decidida disposición que Dino había demostrado en demorarse más de lo debido (sin que se desvelara demasiado, dicho sea de paso) no designaba más que un decisivo delito: una desidia desestabilizadora, de que hacía gala delante de determinados desiderátums o decentes dignidades deslumbrantes...
Decididamente, cada vez que Désireé, su doctora, le deseaba los buenos días, se descoyuntaba de arriba abajo: el rostro se le desencajaba y, poco después, todo él deambulaba desorientado. Fue de este modo tan deslucido cómo Demetrio había descubierto, después de despertarse, la definitiva debilidad de Dino por ella, su determinación por desaparecer. Por descontado, acabó destapándose que, para empresa tan descomunal, de tamaña dimensión, el susodicho se sentía tan disminuido como decaída era su disposición de ánimo.
Acaso el dibujo de la historia no desmienta lo dicho: después de que Dino le hubiera declarado a Demetrio su desazón por adelantado a la hora de iniciar la desbandada, de darse a la huida como un desgraciado, ambos se habían dado cuenta de que su indisposición desvelaba un desabrimiento determinante e indefectible: el desmedido disgusto de saberse desconsolado y destemplado de todos modos.
Sin duda, el dichoso dinosaurio de Monterroso se le antojaba de antemano en decadencia. Desde que había sido entronizado por un destino despótico, Demetrio había descubierto una verdad de perogrullo (con perdón por la presencia de la 'p'). La decidida disposición que Dino había demostrado en demorarse más de lo debido (sin que se desvelara demasiado, dicho sea de paso) no designaba más que un decisivo delito: una desidia desestabilizadora, de que hacía gala delante de determinados desiderátums o decentes dignidades deslumbrantes...
Decididamente, cada vez que Désireé, su doctora, le deseaba los buenos días, se descoyuntaba de arriba abajo: el rostro se le desencajaba y, poco después, todo él deambulaba desorientado. Fue de este modo tan deslucido cómo Demetrio había descubierto, después de despertarse, la definitiva debilidad de Dino por ella, su determinación por desaparecer. Por descontado, acabó destapándose que, para empresa tan descomunal, de tamaña dimensión, el susodicho se sentía tan disminuido como decaída era su disposición de ánimo.
Acaso el dibujo de la historia no desmienta lo dicho: después de que Dino le hubiera declarado a Demetrio su desazón por adelantado a la hora de iniciar la desbandada, de darse a la huida como un desgraciado, ambos se habían dado cuenta de que su indisposición desvelaba un desabrimiento determinante e indefectible: el desmedido disgusto de saberse desconsolado y destemplado de todos modos.
lunes, 3 de julio de 2006
La vida según el alfabeto: la C
Cada comienzo de curso, Celedonio cedía sus credenciales a Cristina, célebre celadora, con el fin de que ésta calibrara de qué calaña estaba compuesta su clase. En concreto, quería que su celo certificase ciertas categorías (como las de cretinos, cenutrios y calamidades), con que clasificaba al conjunto de incapaces cuyo carácter no había conseguido conquistar; que conciliase criterios o acaso les cambiase su cabeza de chorlito.
Con el calor de su cariño, Cristina concedía cuantos caprichos confabulara Celedonio. Ciertamente, se citaba con él confiando en que sus cargantes recelos contumaces cesaran cualquier día contrariados. Pero concluía la clase, y ella se convencía entonces de que Celedonio sólo se daría cuenta del contenido de su corazón por casualidad.
Con el calor de su cariño, Cristina concedía cuantos caprichos confabulara Celedonio. Ciertamente, se citaba con él confiando en que sus cargantes recelos contumaces cesaran cualquier día contrariados. Pero concluía la clase, y ella se convencía entonces de que Celedonio sólo se daría cuenta del contenido de su corazón por casualidad.
domingo, 2 de julio de 2006
La vida según el alfabeto: la B y la V
Benito barruntó bebiéndose un vaso de vino: -¡Bandido!-. Vivía bajo la verja de Venancio, "el bizco".
Le bastó que el botarate de su vecino vapuleara en el valle a sus bondadosas vacas, para verse vilmente vilipendiado. Si bien solía ser un bendito, veces hubo en que su bravura había brillado valerosa.
Véase, si no, los veinte balazos que verificaron el vencimiento del bizco. Sin visado, le dio el visto bueno. Y Venancio vislumbró la verdad.
Le bastó que el botarate de su vecino vapuleara en el valle a sus bondadosas vacas, para verse vilmente vilipendiado. Si bien solía ser un bendito, veces hubo en que su bravura había brillado valerosa.
Véase, si no, los veinte balazos que verificaron el vencimiento del bizco. Sin visado, le dio el visto bueno. Y Venancio vislumbró la verdad.
La vida según el alfabeto: la A
Ayer apareció Amanda apesadumbrada (¿o acaso fuera anteayer?). Andaba algo arisca y así anduvo, asqueada, hasta el amanecer. Ahora avanza, al fin, ágil como una ardilla, con el alma ardiente aunque alerta por si acaso. A pesar de habérsele anquilosado las articulaciones, se afana aún por aminorar asperezas. Aspira a... ¡respirar!
jueves, 22 de junio de 2006
Resignación (Microrrelato) / Historia de fantasmas
Dicen que la oscuridad es el territorio de los fantasmas. Tú estás absolutamente convencido. Sin duda hay alguien en esa habitación que ahora ocupas sigiloso. Deben de ser las tres o las cuatro de la madrugada cuando ese rumor persistente, apenas audible al principio, empieza a crecer.
Hace frío y tienes mucho miedo.
Con los primeros rayos de sol, los ronquidos del durmiente se vuelven atronadores. Una vez más, te escurres por la chimenea.
Hace frío y tienes mucho miedo.
Con los primeros rayos de sol, los ronquidos del durmiente se vuelven atronadores. Una vez más, te escurres por la chimenea.
miércoles, 31 de mayo de 2006
Tríada
No sabría decirles cuál de los tres casos siguientes me ha producido mayor estupor: si la quema en un cajero de Barcelona de una vagabunda confiada por parte de un grupo de niños bien (descerebrados), un caso evidente de ensañamiento bárbaro según se desprende de las imágenes contenidas en la grabación llevada a cabo por la entidad bancaria (¿recuerdan American Psyco de Bret Easton Ellis, o La naranja mecánica de Kubrick?); si el descubrimiento azaroso por parte del casero del cadáver de una mujer, creo que inglesa, relativamente joven aún, de unos 55 años, debido al impago del alquiler durante tres largos años; o si la muerte por inanición -de nuevo en Barcelona- de una señora de edad semejante a la anterior que fue encontrada en su piso del Raval con apenas 33 kilos de peso.
A propósito del primer fallecimiento, se descubrió luego que esa mujer desvalida -mero objeto de burla y distracción de sus asesinos-, había trabajado como secretaria o administrativa en una empresa; del segundo, se dijo que la señora cuya compañía nadie parecía echar de menos era, por lo visto, una mujer con familia. Aun así, su desaparición no fue denunciada por sus hermanas, ni a nadie escandalizó demasiado que, junto a su cuerpo, yacieran esparcidos por el suelo la bolsa de la compra y unos cuantos regalos navideños, también ellos cadáveres.
El último caso se ha revelado, si cabe, como el más espeluznante: la señora que murió de hambre había sido, durante su juventud, una estrella del porno de cierto renombre, pero además convivía con una madre de 92 años incapaz de valerse por sí misma y con un hermoso hijo de 35, funcionario de la Generalitat. Se trataba de un militante "más o menos conocido" dentro de las filas de ERC que se había significado en diversas reivindicaciones y manifiestos ocasionales, y para cuya lista por la circunscripción de Barcelona aparecía como aspirante a diputado número 70, si no me falla la memoria. Un "adolescente eterno", en palabras certeras de un vecino que lo conocía. En realidad, un "desalmado patriota", por decirlo según su propia lógica.
A propósito del primer fallecimiento, se descubrió luego que esa mujer desvalida -mero objeto de burla y distracción de sus asesinos-, había trabajado como secretaria o administrativa en una empresa; del segundo, se dijo que la señora cuya compañía nadie parecía echar de menos era, por lo visto, una mujer con familia. Aun así, su desaparición no fue denunciada por sus hermanas, ni a nadie escandalizó demasiado que, junto a su cuerpo, yacieran esparcidos por el suelo la bolsa de la compra y unos cuantos regalos navideños, también ellos cadáveres.
El último caso se ha revelado, si cabe, como el más espeluznante: la señora que murió de hambre había sido, durante su juventud, una estrella del porno de cierto renombre, pero además convivía con una madre de 92 años incapaz de valerse por sí misma y con un hermoso hijo de 35, funcionario de la Generalitat. Se trataba de un militante "más o menos conocido" dentro de las filas de ERC que se había significado en diversas reivindicaciones y manifiestos ocasionales, y para cuya lista por la circunscripción de Barcelona aparecía como aspirante a diputado número 70, si no me falla la memoria. Un "adolescente eterno", en palabras certeras de un vecino que lo conocía. En realidad, un "desalmado patriota", por decirlo según su propia lógica.
lunes, 22 de mayo de 2006
Barcelonistas (Microrrelato)
Desde el inicio del partido, creyó que la ciudad se despoblaba a marchas forzadas, que muy pronto nadie en su sano juicio estaría deambulando sin rumbo por sus calles. Un silencio opaco se había apoderado de la urbe. Si te lo proponías, podías incluso llegar a oír el susurro impercepible de los árboles; a decir verdad, un sordo latido, no demasiado audible al principio, empezaba a dejarse sentir cada vez con mayor fuerza.
Recordaba haber cruzado la avenida deprisa, sin fijarse en los semáforos. De los agujeros infectos de algunos bares, se percibía a las claras el rugido atronador de los televisores a todo volumen. Menos mal que, por el momento, el Barça no había marcado todavía. De lo contrario, la ciudad habría empezado a celebrar un éxito apenas esbozado.
Deseó para sus adentros que su equipo perdiera por una vez. Lo deseó con todas sus fuerzas. Al fin y al cabo, la situación empezaba a cobrar unos tintes molestos, anormales incluso. Sus vecinos y conciudadanos, su familia y compañeros de trabajo, todos por igual, parecían enajenados de un tiempo a esta parte. ¿Cómo no se había dado cuenta hasta entonces? Acaso no le creyeran, pero la primera vez que sospechó sobre la naturaleza del fenómeno que se avecinaba, faltaban sólo 24 horas para que se celebrase el encuentro.
¡Qué no debían estar haciendo ahora! -había exclamado poco después, visiblemente sobrecogido, tras marcar el primer tanto el Arsenal (en realidad, no pudo evitar imaginarse a su jefe fuera de sí, berreando como solía hacer ante el balance de resultados de cada mes). Se asustó un poco. Aunque había procurado sonreír, por quitarle hierro al asunto, al fin se decidió y apretó el paso... Y luego, estaba aquello, algo sin duda difícil de entender. ¡Pero cómo explicarlo!
Tras marcar el Barça el primer gol, recordaba que la ciudad había eclosionado en un estallido repleto de violencia y espanto. No fue, sin embargo, hasta el segundo que los barcelonistas más fanáticos habían empezado a disiparse al unísono, a ver que sus propios cuerpos se desvanecían en una nebulosa fantasmal, de tan gaseosos como se revelaron. ¡Caso más extraño no se había visto! Al tiempo que la entregada afición desaparecía sin dejar rastro de su antigua existencia, la ciudad recuperaba el antiguo vigor de sus años más vivaces.
Los supervivientes, felices ciudadanos al fin, decidieron tomarse el fenómeno como si de un aviso para navegantes se tratara. Con la templanza que da saberse los elegidos, optaron sabiamente por correr un tupido velo y no volver jamás a mencionar el caso. En adelante, fue conocido entre los historiadores como "La Terrible Disipación". Ni que decir tiene que el susodicho bautizo se realizó con suma cautela y secreto. Bastó que el tiempo neutralizara los temores desatados, la inevitable alarma social, para recuperar poco a poco la normalidad perdida, alterada ya para siempre.
De proponérselo, aún hoy cualquier investigador curioso podría rescatar de las hemerotecas titulares olvidados como éste: "Barcelona pierde parte de su población. Las autoridades advierten a los temperamentos coléricos de que se abstengan de mudarse a la ciudad condal".
Recordaba haber cruzado la avenida deprisa, sin fijarse en los semáforos. De los agujeros infectos de algunos bares, se percibía a las claras el rugido atronador de los televisores a todo volumen. Menos mal que, por el momento, el Barça no había marcado todavía. De lo contrario, la ciudad habría empezado a celebrar un éxito apenas esbozado.
Deseó para sus adentros que su equipo perdiera por una vez. Lo deseó con todas sus fuerzas. Al fin y al cabo, la situación empezaba a cobrar unos tintes molestos, anormales incluso. Sus vecinos y conciudadanos, su familia y compañeros de trabajo, todos por igual, parecían enajenados de un tiempo a esta parte. ¿Cómo no se había dado cuenta hasta entonces? Acaso no le creyeran, pero la primera vez que sospechó sobre la naturaleza del fenómeno que se avecinaba, faltaban sólo 24 horas para que se celebrase el encuentro.
¡Qué no debían estar haciendo ahora! -había exclamado poco después, visiblemente sobrecogido, tras marcar el primer tanto el Arsenal (en realidad, no pudo evitar imaginarse a su jefe fuera de sí, berreando como solía hacer ante el balance de resultados de cada mes). Se asustó un poco. Aunque había procurado sonreír, por quitarle hierro al asunto, al fin se decidió y apretó el paso... Y luego, estaba aquello, algo sin duda difícil de entender. ¡Pero cómo explicarlo!
Tras marcar el Barça el primer gol, recordaba que la ciudad había eclosionado en un estallido repleto de violencia y espanto. No fue, sin embargo, hasta el segundo que los barcelonistas más fanáticos habían empezado a disiparse al unísono, a ver que sus propios cuerpos se desvanecían en una nebulosa fantasmal, de tan gaseosos como se revelaron. ¡Caso más extraño no se había visto! Al tiempo que la entregada afición desaparecía sin dejar rastro de su antigua existencia, la ciudad recuperaba el antiguo vigor de sus años más vivaces.
Los supervivientes, felices ciudadanos al fin, decidieron tomarse el fenómeno como si de un aviso para navegantes se tratara. Con la templanza que da saberse los elegidos, optaron sabiamente por correr un tupido velo y no volver jamás a mencionar el caso. En adelante, fue conocido entre los historiadores como "La Terrible Disipación". Ni que decir tiene que el susodicho bautizo se realizó con suma cautela y secreto. Bastó que el tiempo neutralizara los temores desatados, la inevitable alarma social, para recuperar poco a poco la normalidad perdida, alterada ya para siempre.
De proponérselo, aún hoy cualquier investigador curioso podría rescatar de las hemerotecas titulares olvidados como éste: "Barcelona pierde parte de su población. Las autoridades advierten a los temperamentos coléricos de que se abstengan de mudarse a la ciudad condal".
lunes, 8 de mayo de 2006
Rashomon (Microrrelato)
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Pepa tenía la fea costumbre de asomar las narices en el correo de su padre cada vez que éste, presumiblemente, recibía misiva puntual de Laura, de quien seguro se habría enamorado como un tonto.
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Laura también espiaba de soslayo a la esposa de su amante, Sofía, buena amiga suya al parecer, con el fin de conocer los entresijos de una vida familiar que a ella le había sido negada; pautada desde antiguo por la costumbre y la serenidad que da saberse a salvo, si bien con algún amago de zozobra de vez en cuando, pero al amparo de un hogar que ardía lo menos doce años atrás.
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Pedro, el amantísimo marido, no sabía por quién desvivirse más: si por su esposa querida, a quien adoraba; o por su bella Laura de ojos oscuros.
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Siendo Sofía objeto de todas las miradas, ¡qué lejos estaba ella de conocer que un día el azar o el inapelable destino, de quererlo, podría trastocar la rutina apacible en que vivía, descoyuntarla de un solo golpe como a una muñeca vieja! Hecha esta salvedad, se consideraba a sí misma una mujer afortunada.
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Pepa tenía la fea costumbre de asomar las narices en el correo de su padre cada vez que éste, presumiblemente, recibía misiva puntual de Laura, de quien seguro se habría enamorado como un tonto.
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Laura también espiaba de soslayo a la esposa de su amante, Sofía, buena amiga suya al parecer, con el fin de conocer los entresijos de una vida familiar que a ella le había sido negada; pautada desde antiguo por la costumbre y la serenidad que da saberse a salvo, si bien con algún amago de zozobra de vez en cuando, pero al amparo de un hogar que ardía lo menos doce años atrás.
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Pedro, el amantísimo marido, no sabía por quién desvivirse más: si por su esposa querida, a quien adoraba; o por su bella Laura de ojos oscuros.
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Siendo Sofía objeto de todas las miradas, ¡qué lejos estaba ella de conocer que un día el azar o el inapelable destino, de quererlo, podría trastocar la rutina apacible en que vivía, descoyuntarla de un solo golpe como a una muñeca vieja! Hecha esta salvedad, se consideraba a sí misma una mujer afortunada.
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viernes, 28 de abril de 2006
Una de bichos (Microrrelato)
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La otra noche tuve un sueño de lo más estrambótico. No recuerdo con detalle el contenido del mismo, ni siquiera si se trataba en verdad de una pesadilla, pero mientras mi familia dormía plácida, yo (no el del sueño, sino el real) me frotaba la oreja incómodo, y no era para menos pues del oído interno de mi ser durmiente surgía un asqueroso bicho que nada tenía que envidiar al hipogrifo o a la quimera. Bajo un cuerpo de caracol y un alma de insecto, venía a ser una especie de artrópodo agazapado en el interior de una cáscara brillante y viscosa.
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"No vas a leer más a Kafka -me dije espantado al despertar-. Ni tampoco a Cortázar. No te conviene. A partir de hoy mismo, sólo lecturas clásicas en donde no aparezcan bichos". Incluso llegué a dudar de la bondad de las fábulas de Monterroso. En realidad, estaba dispuesto a censurarme cualquier lectura que rezumase, no ya un asomo de sobresalto o de disgusto, sino de simple extrañeza. "Te pasa como al Quijote, pero en versión fagocitadora".
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En ningún momento mi yo soñador fue consciente de la imposibilidad del fenómeno. Ni siquiera se cuestionó que contuviera en su interior semejante asquerosidad... Tomando en sueños la lógica fantástica como real, según es costumbre que suceda, sólo al despertar caí en la cuenta de que se trataba de una experiencia aterradora. A saber lo que hubieran dicho de mí Freud o el propio Jung....
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La otra noche tuve un sueño de lo más estrambótico. No recuerdo con detalle el contenido del mismo, ni siquiera si se trataba en verdad de una pesadilla, pero mientras mi familia dormía plácida, yo (no el del sueño, sino el real) me frotaba la oreja incómodo, y no era para menos pues del oído interno de mi ser durmiente surgía un asqueroso bicho que nada tenía que envidiar al hipogrifo o a la quimera. Bajo un cuerpo de caracol y un alma de insecto, venía a ser una especie de artrópodo agazapado en el interior de una cáscara brillante y viscosa.
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"No vas a leer más a Kafka -me dije espantado al despertar-. Ni tampoco a Cortázar. No te conviene. A partir de hoy mismo, sólo lecturas clásicas en donde no aparezcan bichos". Incluso llegué a dudar de la bondad de las fábulas de Monterroso. En realidad, estaba dispuesto a censurarme cualquier lectura que rezumase, no ya un asomo de sobresalto o de disgusto, sino de simple extrañeza. "Te pasa como al Quijote, pero en versión fagocitadora".
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En ningún momento mi yo soñador fue consciente de la imposibilidad del fenómeno. Ni siquiera se cuestionó que contuviera en su interior semejante asquerosidad... Tomando en sueños la lógica fantástica como real, según es costumbre que suceda, sólo al despertar caí en la cuenta de que se trataba de una experiencia aterradora. A saber lo que hubieran dicho de mí Freud o el propio Jung....
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martes, 21 de marzo de 2006
Afán aventurero (Microrrelato)
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Pensó que, con suerte, tardarían unos cuantos días más en descubrir su refugio, que vendría la policía y quizá los bomberos, pero hasta que eso ocurriera, iba a permanecer agazapado el tiempo que hiciera falta. Tenía provisiones de sobra. Por supuesto, no era la primera vez que lo intentaba, si bien en esta ocasión parecía dispuesto de veras a jugarse el todo por el todo, a no desfallecer como le había ocurrido hasta la fecha, echando a perder sus bellos ideales de futuro, malbaratando su afán aventurero y una incipiente fe en sí mismo aún no muy asentada, pero con la fuerza necesaria como para crecer y desarrollarse debidamente. Acaso el peor saldo de sus anteriores intentos -barruntaba el joven- fuera el hecho de haber consumido ante los demás buena parte de su credibilidad, ya de por sí bastante mermada y exigua. Así pues, lo tenía decidido: no pensaba inmutarse.
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A la media hora de haber trazado su vigoroso plan, Felipe, el hermano mayor, descubría el paradero secreto. Delatar a su hermano de ocho años no le generó el más mínimo escrúpulo.
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Pensó que, con suerte, tardarían unos cuantos días más en descubrir su refugio, que vendría la policía y quizá los bomberos, pero hasta que eso ocurriera, iba a permanecer agazapado el tiempo que hiciera falta. Tenía provisiones de sobra. Por supuesto, no era la primera vez que lo intentaba, si bien en esta ocasión parecía dispuesto de veras a jugarse el todo por el todo, a no desfallecer como le había ocurrido hasta la fecha, echando a perder sus bellos ideales de futuro, malbaratando su afán aventurero y una incipiente fe en sí mismo aún no muy asentada, pero con la fuerza necesaria como para crecer y desarrollarse debidamente. Acaso el peor saldo de sus anteriores intentos -barruntaba el joven- fuera el hecho de haber consumido ante los demás buena parte de su credibilidad, ya de por sí bastante mermada y exigua. Así pues, lo tenía decidido: no pensaba inmutarse.
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A la media hora de haber trazado su vigoroso plan, Felipe, el hermano mayor, descubría el paradero secreto. Delatar a su hermano de ocho años no le generó el más mínimo escrúpulo.
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domingo, 19 de marzo de 2006
Sin novedad en el frente
Es un día cualquiera. Me levanto como siempre, y después de llevar a cabo ciertas tareas domésticas, me dispongo a trabajar. No ocurre nada extraordinario; de hecho, mi rutina se rige con el implacable discurrir acostumbrado y, sin embargo, una leve sombra oscurece mi ánimo. "Un día más sin escribir", pienso fugazmente (a veces es más bien algo como "otro día más sin retomar esa lectura tan interesante que tenías entre manos"). El caso es que estos remordimientos apenas si suelen durar una milésima de segundo; no consiento que me afecten demasiado pues, "a fin de cuentas -determino- se trata de un pequeño olvido o, cuando menos, de una renuncia sin mayor importancia". Aun así, no siempre consigo atajar este vago malestar, evitar que de pronto se erija en un sacrificio imperdonable. En contadas ocasiones, incluso llega a constituir la renuncia más cara...
Todo esto tiene lugar en el espacio reducido de mi habitación. Afuera, la vida prosigue su rauda marcha: la tele y los periódicos vierten sin cesar el vómito tóxico de una realidad que sólo sabe de miserias, mientras aquí adentro las faltas, las renuncias (de diversos tamaños y colores) y otras zarandajas campan por sus respetos. (*)
(*) ¿Se acuerda el lector del maravilloso cuento titulado "Casa tomada", de Julio Cortázar?
Todo esto tiene lugar en el espacio reducido de mi habitación. Afuera, la vida prosigue su rauda marcha: la tele y los periódicos vierten sin cesar el vómito tóxico de una realidad que sólo sabe de miserias, mientras aquí adentro las faltas, las renuncias (de diversos tamaños y colores) y otras zarandajas campan por sus respetos. (*)
(*) ¿Se acuerda el lector del maravilloso cuento titulado "Casa tomada", de Julio Cortázar?
jueves, 9 de marzo de 2006
Ich lerne gerade Deutsch
Estoy estudiando alemán y el caso es que he cogido el asunto con gusto. Recibo clases a diario y a diario lo practico en casa para progresar aunque sea un poquito. Pensaba que iba a resultarme bastante pesado pero no. Menos mal. En clase somos un grupo de unas 30 personas y la profe es una mujer enérgica, de lo contrario no podría con nosotros.
Yo tenía ciertas reservas con esto de aprender una lengua a partir de cierta edad (me refiero a una vez superados los 30); que determinadas cosas (entre ellas, los idiomas) se volvían de pronto inaccesibles o, cuando menos, dificultosas... De nuevo me he vuelto a equivocar... En realidad, ya voy viendo que vivir es contradecirse una y otra vez...
Yo tenía ciertas reservas con esto de aprender una lengua a partir de cierta edad (me refiero a una vez superados los 30); que determinadas cosas (entre ellas, los idiomas) se volvían de pronto inaccesibles o, cuando menos, dificultosas... De nuevo me he vuelto a equivocar... En realidad, ya voy viendo que vivir es contradecirse una y otra vez...
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"