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Ese señor con buena
presencia nacido a mediados del siglo pasado de sonrisa arrebatadora, y ello
sin tener que renunciar a dar muestras de carácter siempre que la
situación lo requiera; ese mismo que todas las mañanas saluda al portero de su
casa con gesto amable o a la viejecita del segundo cuando se la cruza, y que
más de una vez ha tenido que sostener la pesada puerta de acceso al edificio
para que el perrito de lanas de la anciana de lanas no sufriera ningún
percance; ese caballero de aspecto corriente y hasta un punto vulgar, de acuerdo con la
segunda acepción del DRAE, esto es, «común
o general, por contraposición a especial o técnico»; ese que justo ahora se rasca la oreja
y se mide el perfil del estómago frente al espejo, con ganas de
meterse en la ducha e irse a trabajar; ese en fin que duda
entre desayunar un pastelillo de cabello de ángel o una taza de café negro con
su correspondiente zumo de naranja, y no ese
otro greñudo y con el ceño fruncido que ha enfilado el pasillo en dirección al
baño dando un portazo, un misterio de hombre ese tipo, acaba de descubrir con
fastidio que no tiene entidad suficiente para convertirse en el
protagonista absoluto de esta historia especial.
...* La ilustración es obra de Veronica Leonetti, de su bitácora La muerte del espejo.
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