lunes, 12 de diciembre de 2011

Puro tecnicismo

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Ese señor con buena presencia nacido a mediados del siglo pasado de sonrisa arrebatadora, y ello sin tener que renunciar a dar muestras de carácter siempre que la situación lo requiera; ese mismo que todas las mañanas saluda al portero de su casa con gesto amable o a la viejecita del segundo cuando se la cruza, y que más de una vez ha tenido que sostener la pesada puerta de acceso al edificio para que el perrito de lanas de la anciana de lanas no sufriera ningún percance; ese caballero de aspecto corriente y hasta un punto vulgar, de acuerdo con la segunda acepción del DRAE, esto es, «común o general, por contraposición a especial técnico»; ese que justo ahora se rasca la oreja y se mide el perfil del estómago frente al espejo, con ganas de meterse en la ducha e irse a trabajar; ese en fin que duda entre desayunar un pastelillo de cabello de ángel o una taza de café negro con su correspondiente zumo de naranja, y no ese otro greñudo y con el ceño fruncido que ha enfilado el pasillo en dirección al baño dando un portazo, un misterio de hombre ese tipo, acaba de descubrir con fastidio que no tiene entidad suficiente para convertirse en el protagonista absoluto de esta historia especial.
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* La ilustración es obra de Veronica Leonetti, de su bitácora La muerte del espejo.
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viernes, 9 de diciembre de 2011

El butacón verde

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Siempre que el señor de zapatillas a cuadros y recortado bigote se sienta en el butacón verde de orejas puntiagudas que hay en la esquina, comprueba cómo una ausencia muy grande lo abraza primero hasta que termina por embargarlo, momento en que una pena de igual tamaño le encoge el ánimo. Entonces suele llorar a moco tendido un rato, aunque al final se duerma acunado en sus propios hipidos. De igual modo, siempre que su esposa cruza el umbral para sentarse en su butacón verde querido, experimenta, ineludiblemente, cómo una alegría enorme va abriéndose paso a la inversa: esto es, de adentro afuera, aunque también de afuera adentro, y le hinche el pecho luego, que, colmado de gozo, tiembla, pues nada la consuela tanto como ver llorar a ese señor de las zapatillas a cuadros, ese hombre descompuesto de bigote recortado, con las orejas en punta y el alma verde de un diablo, ese con sentimientos esquinados de puro falsos. Su asesino amado.
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martes, 6 de diciembre de 2011

Principio de contradicción

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Un hombre sabe que ama a una mujer pero se siente incapaz de declarársele. Esa mujer desafortunada lleva largo tiempo infeliz, aun cuando ella lo atribuya a que no consigue aprobar su carné de conducir, que se ha empeñado en sacar enseguida, más allá de que sienta pavor, y hasta un indudable rechazo, por los coches que circulan impasibles día y noche por delante de su casa. El hombre que ama y desama a la mujer que desea y rechaza el carné de conducir lleva enamorado más de siete meses, sumido en las delicias de su tortura, aunque esta misma mañana ha decidido ponerle fin, no sabemos todavía si a su amor o a su tormento. En cuanto la vea salir del edificio, piensa invitarla a dar un paseo en coche. Hace tan sólo veinte minutos que espera y desespera aparcado frente a su puerta.
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"Ahora podría llamarle una mujer que él ama 
y que no se atreve a amarle si no es con largos intervalos de tortura (...)".
Giorgio Manganelli, "6", Centuria, Cien breves novelas-río, 
Anagrama, Barcelona, 2011, p. 18.
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jueves, 1 de diciembre de 2011

Los empecinados

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Un hombre sueña todas las noches y todos los días sin interrupción durante un mes entero, como si le hubiera picado la mosca tse-tse. De modo que sólo le quedan unas pocas horas de vigilia, durante las cuales permanece con la mirada ausente, absorbido por una especie de duermevela perpetua, tal como si lo hubiesen condenado al sueño más dulce, el de la asepsia.

Al otro lado del tabique, una mujer permanece despierta día y noche sin descanso ni sosiego ni nada que se le parezca. Lleva así los mismos días que el hombre durmiente, pero nadie diría que su falta de sueño se ha cebado en su rostro, que conserva una extraña belleza, ni que vaya a morir de puro desvelada, como en efecto ocurrirá si no encuentra pronto una fórmula que le permita descansar de sí misma y de su empecinamiento monstruoso.


Sucede que ese bello durmiente y ese desvelo de mujer, siempre alerta, se cruzaron un día como hoy hace un mes, de camino al hotel en donde ambos, al parecer, siguen pernoctando todavía, esperemos que por mucho tiempo... Ojalá puedan comerse juntos unas perdices siquiera.
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martes, 29 de noviembre de 2011

Uno

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El pasado es un muerto viviente ávido de recuerdos.
O bien un muerto viviente avieso de recuerdos. 
En último término, tal vez sea un muerto ávido y avieso de vida. 
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* El dibujo a tinta y acrílico es obra de Susana Pozo Romero.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"