sábado, 5 de marzo de 2016

Materia oscura, de Ángel Zapata

.
Indecibles universos paralelos
.

La prosa diáfana que caracteriza el lenguaje claro y sencillo del último libro de narrativa breve de Ángel Zapata esconde, sin embargo, una enorme complejidad, como si hubiera apostado a sabiendas por un lector poco común, dispuesto a aventurarse por el reverso de unas historias de arriesgada y heterodoxa concepción. Ordenadas en cinco partes que guardan equilibrio entre sí, de unas diez páginas cada una, el autor parece brindarnos con ello un material absolutamente libérrimo bajo una envoltura formal, facilitándonos de ese modo su posible recepción. Nada más engañoso, pues esa quíntuple división de los diferentes microrrelatos, cuentos breves, aforismos, poemas en prosa y hasta microensayos que aparecen en sus páginas redunda en una fragmentación del sentido cuya disolución se ha propuesto alcanzar.
.
El relato prólogo que encabeza el volumen, “Cosmogonía”, constituye toda una declaración de intenciones, una especie de poética en donde el narrador protagonista discute con Dios (en realidad, una liebre) sin cortarse un pelo, al afearle el absurdo de todo, ya se trate de la gratuidad del mundo creado, ya del mismo acto creador. Lo que viene a desembocar en la denuncia de nuestros miserables destinos de seres humanos, concebidos dentro de unos cauces demasiado estrechos. «Dios creó el mundo en un pispás porque no es capaz de encajar una crítica. Y lo hizo cabreadísimo, ya digo», afirma trasluciendo buenas dosis de humor que no eluden la crítica social.

.


.
Son textos cuyo sentido discurre por debajo de la superficie, más que nihilistas, que también, de un existencialismo acerado, por el cual diversos personajes andan a la fuga o incluso al tuntún, sin cálculo aparente, aunque al cabo el narrador o el propio personaje entonen una reflexión cargada de simbolismo («Adherido a su piel, como un légamo, lo combatido se reviste de una desnudez nueva, cegadora», p. 63). El autor evita así que nos acerquemos a estos relatos como lo haríamos ante la narración convencional de un suceso, al quedarse demasiadas veces en eso: en mera descripción de unos hechos cuyo efecto suena a hueco, a vivencia rematadamente insulsa o banal. Por el contrario, estas piezas literarias exigen una lectura e interpretación distintas. Las citas de Valéry y Alejandra Pizarnik que preceden el conjunto dejarían ver a las claras el propósito de Zapata. En el lenguaje auténtico la palabra tiene una función que consiste no en representar sino en destruir, afirma sin ambages el primero, mientras la segunda añade: Alguna vez, tal vez, encontraremos refugio en la realidad verdadera. Se trataría, por tanto, de desautomatizar los sentidos configurados que constituyen la realidad circundante, a fin de atisbar algunos destellos de valor. 
.
Grosso modo, las piezas aquí reunidas son textos oníricos, dentro de la esfera del absurdo, más cerca de la sugestión y la evocación poética que de la peripecia narrada y el argumento convencional, al margen de que posean en su mayoría una trama y un desarrollo heterodoxo, a menudo grotesco; cuando no apuestan directamente por la contención poética de un surrealismo lorquiano, próximo al de Poeta en Nueva York. Parece como si Zapata se hubiera propuesto que experimentáramos una revelación, o varias, a partir de la constatación de la imagen metafórica como almacén de sentido, mientras procura desembarazarse, a través del revulsivo de sus letras, de la inapetencia y pasividad general que manifiestan sus personajes, para quienes incluso lo extraño ha pasado a formar parte de la insulsa normalidad.
.
El tono del libro resulta no tanto melancólico como angustiado, a la manera de un canto o poema épico de corte desgarrador. De modo que el humor absurdo rastreable sobre todo al comienzo deriva poco a poco hacia una mordacidad creciente: «A primeros de abril, la estrella de Belén llegará a Stuttgart, en viaje de negocios» (p. 39). Asimismo, los personajes de Zapata van adentrándose en unas historias disparatadas por las que deambulan sin nada que perder, dispuestos a abismarse en lo oscuro, a desasirse de todo lastre cuanto antes. En definitiva, un conjunto narrativo inspirado que bebe de las aguas puras del absurdo y el surrealismo, ambos muy presentes en sus libros de relatos anteriores: Las buenas intenciones y otros cuentos (2001) y La vida ausente (2006). Habrá que ver hacia dónde se encaminan sus pesquisas de escritor atento, consciente de un oficio que cultiva con toda la insatisfacción de que es capaz.
.
.
* Esta reseña ha sido publicada en la revista literaria Quimeranúm. 387, correspondiente al mes de febrero del 2016.

lunes, 22 de febrero de 2016

jueves, 4 de febrero de 2016

Presentación de Maleza viva

.
Es un placer anunciaros que la próxima semana voy a presentar Maleza viva acompañada por mis editores (Jekyll & Jill) y por los escritores Juan José Flores y Robert Saladrigas en Barcelona (miércoles, 10 de febrero, en La Central de la c/ Mallorca, a las 19 h) y por Olga Bernad y Fernando Aínsa en Zaragoza (jueves, 11 de febrero, en la Librería Cálamo a las 19.30 h). Me gustaría mucho que pudierais asistir. Cuelgo las dos tarjetas como recordatorio. (Gracias)
.
.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Orquesta de desaparecidos, de Francisco Javier Irazoki

.
De asombros y maravillas
.            
La obra de Irazoki se ha desarrollado sobre todo en el ámbito de la poesía y, aun así, es notable el valor testimonial y narrativo que transmite. De hecho, eso mismo cabría afirmar de su anterior libro Los hombres intermitentes (2006), un conjunto de memorias en prosa donde daba cuenta de todos los hombres que había sido a lo largo de su existencia, compuesto por enfoques y visiones diversas. También algunas de las creaciones recogidas en este nuevo libro podrían entenderse mejor dentro de la tradición del microrrelato que de la poesía, debido a una concepción narrativa que tras afianzarse empieza a cuestionar su pertenencia al poema en prosa. El volumen se compone de cincuenta y un textos de factura estilizada escritos entre el 2007 y el 2014. El título remite a esas personas que forman parte de sí mismo como si se tratara de una orquesta de voces o de ecos que retiene su conciencia, a quienes, agradecido, les rinde homenaje.

El libro se abre con dos o tres piezas que funcionan como prólogos encadenados con reminiscencias a los días que vivió, de grato recuerdo. En ellas aparece un término que será clave a lo largo de este volumen: la conciencia. “La poesía no es una delicadeza decorativa”, comenta en la primera, titulada «Visitantes» en alusión a los seres que deambulan por estas páginas, “sino una intensidad de la mirada que despierta a la conciencia”. Y en el segundo texto, que hace las veces de poética, tras mencionar a Eloy Sánchez Rosillo, reconoce que en su poesía “percibo un conocimiento que elige la respuesta luminosa”. Sin duda, toda una declaración de intenciones que reclama para sí.

En «Portal 2», el tercer prólogo, con el que propone que nos adentremos en su personal cosmogonía, ensalza su mesa de escritorio, la casa y el barrio de París donde vive, dispuesto a convocar a esa orquesta de desaparecidos que conserva en la memoria, remontándose a la infancia si es preciso para rescatar experiencias que irradien su luz. No en balde, en «Gente que camina en mi mente», se decide a mostrar cómo “la muerte de una persona” ilustra “la desaparición de un paisaje”; lo que comprueba cada vez que visita Lesaka, “una patria [llena] de huecos”, a cuya puerta llamaría el mismísimo Orson Welles, Huelles lo llamaban entonces, tal como se cuenta en «Fracasos de Dios», una de las piezas más narrativas del conjunto.
.
 .
El volumen está armado de forma que vayamos recorriendo la formación de Irazoki: así, en «Ladrón de palabras» nos cuenta el robo perpetrado por el niño que fue de un diccionario que pertenecía a su escuela, el único volumen que hubo durante un tiempo en su casa. “El diccionario envejeció conmigo. No devolví aquella llave de culpa y felicidad”. Tras aludir a la condición descalza de su madre, rendir tributo a la figura paterna, “en una tierra de coleccionistas de lindes, veíamos a pocos hombres con la altura de su serenidad”, y a su tío, enfermo de amor “hasta encontrar descanso en la demencia”, Irazoki pasa a recordar a individuos y tipos humanos que ejercieron sus oficios con una dignidad de otros tiempos, para volver luego en «Último verano» a la memoria de su hermana, fallecida de joven, quien “sabía dónde buscarme las palabras”. Ella introdujo al autor en la lectura de clásicos como Quevedo, Lautréamont, Joyce, Vicente Aleixandre u Octavio Paz. No en vano, “me hizo aprender sin ira el castellano” («Bandada de tijeras») y “me acompañó para que yo supiera estar solo”.

Pero también desfilan por sus páginas carpinteros gozosos, extranjeros “barbirrubios y apacibles”, «El bosque asfaltado» de Madrid, Nueva York y el jazz y, claro, los ciudadanos de París, junto a escritores como Ramiro Pinilla, Leopoldo María Panero o Fernando Aramburu, entre otros. Sin olvidar el símbolo de la casa del padre, que el autor se propone defender “contra la pureza y sus banderas ensangrentadas”. En el texto siguiente, «Sin celdas», con el que forma un bello díptico, Irazoki se plantea dispersar las cenizas de la casa paterna, “a puñados las arrojaré a los lindes de otras tierras”, un acto cargado de sentido. Las últimas piezas son un viaje onírico de tintes surrealistas, plagado de imágenes fulgurantes muy en consonancia con los versos de este hombre tranquilo, coleccionista de asombros y maravillas.
.
.
* Esta reseña ha aparecido en el número 386 de la revista literaria Quimera, correspondiente al mes de enero del 2016. La ilustración de cubierta es de Fernando Martínez.
.

lunes, 1 de febrero de 2016

Trescientos catorce

.
.
(Poética)
Si bien eaforismo se presenta en ocasiones como un pensamiento deforme, esto es, "desproporcionado o irregular en la forma"; otras veces, se revela disforme en el fondo e, incluso, absolutamente disconforme, conforme a su naturaleza rebelde y amorfa. De ahí que todo aforismo sea, de alguna forma, un amorfismo.
.
.
.

lunes, 18 de enero de 2016

Trescientos trece

.
Con los años, el aprecio por lo antiguo deviene en admiración por lo viejo. 
.
.

domingo, 17 de enero de 2016

Trescientos doce

.
.
El desengaño siempre es lúcido, aunque se trate de un conocimiento ácido.
.
.

miércoles, 13 de enero de 2016

Trescientos once

.
La estupidez, pero también el daño, se envuelve a menudo en los ropajes impolutos de la inocencia.
.
.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Trescientos nueve

.
El amor propio sólo se compensa con el ajeno 
(en especial, si es verdadero).
.
.

jueves, 17 de diciembre de 2015

lunes, 14 de diciembre de 2015

Trescientos siete

.
La cuadratura del círculo del ejercicio crítico es aquel formulado con justicia, justeza o justedad, es decir, de forma ajustada siempre, sin tener por ello que caer en el ajusticiamiento de nadie.
.
.


lunes, 7 de diciembre de 2015

Trescientos seis

.
No hay virtudes que valgan sin flaquezas 
que las repunten (o repudien)
.
.

sábado, 5 de diciembre de 2015

viernes, 4 de diciembre de 2015

Trescientos cuatro

.
Avanzamos a ciegas, fulgurantes,
vislumbrando alumbramientos en el ocaso.
.
.




viernes, 27 de noviembre de 2015

Trescientos tres

.
De vacío se llenan los fatuos. Sólo a veces reconocen, en un rapto de lucidez, la necesidad de extinguirse por el bien común, ahítos de puro relleno. 
.
.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Trescientos dos

.
Las verdaderas preguntas no se formulan. Antes bien, brotan y fructifican, e incluso en ocasiones alcanzan a pudrirse sin que hayamos encontrado un asomo de respuesta.
.
.

domingo, 22 de noviembre de 2015

martes, 17 de noviembre de 2015

Trescientos

.
No hay amor ni amistad de valía que no irradie un fulgor secreto.
.
.

.
.
Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"