Se impacienta todo aquel que no tiene aguante ni pretende tenerlo por la cuenta que le trae, que es impacientarse de forma manifiesta (pero también notoria) ante cualquier circunstancia que se precie, abocado como está al estallido y a soltar impertinencias bochornosas, sin matices ni templanzas que valgan, sobre todo en verano, cuando la capacidad de resistencia se halla bajo mínimos, valga la paradoja, mientras los individuos más pacientes asisten a semejante espectáculo sin sobreponerse apenas a su asombro, ni tampoco al asombro ajeno, esa es la verdad, replicándose ambos asombros —el propio y el ajeno— en una especie de continuidad sin fin que, por extraño que parezca, termina por impacientar más si cabe al impaciente de turno del principio, y así hasta la exasperación.
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