y por la calle la gente respira, sonríe, mira, dice. La gloria son 22 grados a la sombra o al sol, tanto da. A lo largo de esta mañana he logrado hacer de un plumazo lo que durante los dos días previos: desayunar, trabajar, comer y dormir. Todo concentrado en un día de escasas horas a 22 grados templados. Ni uno más. Porque la felicidad era llevar calcetines en verano. Poder planchar al fin toda la tarde sin pausa. Merendar de nuevo y olvidarse para siempre de los 38 grados que, justo ayer, martilleaban ufanos su maldito calor. Pura redención.
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