Niños como lagartijas corretean por la calle, gritando y escabulléndose sin importarles nada más que su propio juego, al que se entregan con absoluta seriedad. Las golondrinas chillan y los coches pasan mientras los adultos sestean o, al menos, lo intentan. La tarde parece que transcurra a ratos. Quién sabe. A lo mejor, lo hace.
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