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Siempre que recorro piscinas a nado, hablo contigo en estilo indirecto libre, despiertos los sentidos al relente de unas aguas en apariencia profundas, sumamente quietas sin embargo en esos instantes en que intento prefigurarte; convocar tu abrazo y un beso tuyo a cada brazada, y tu yo en mí en esa tarde de luces turbias y turbios oleajes de destinos anudados. Muy adentro vives ya, como vivirás mañana y pasado mañana. (¡Y cómo nos encanta resucitar en la memoria aquellos momentos de deleite!) El amor, desde luego, lo es; de hecho, a mí me está pareciendo de un tiempo a esta parte un sentimiento de perfección envolvente. Convendrás conmigo en que para enamorarse en serio hay que tener talento dramático, un poco de suerte y capacidad de arrobamiento. Poseer la voluntad firme de ser feliz en el otro; por el otro; gracias al otro. Rendirse a ello con la mayor humildad. ¡Menudo atrevimiento! De modo que eso es lo que hago cada vez que nado: convocarte, mientras acompaso mi respiración al flujo incauto de mi memoria encantada. Estás en mis sueños porque ellos te (a)guardan.
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