miércoles, 4 de octubre de 2017

La quietud, de Ignacio Ferrando

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Tras la tempestad
            
Autor fecundo, con varios libros en su haber, ya se trate de novelas (Un centímetro de mar, 2011) o de cuentos (La piel de los extraños, 2012, Premio Setenil), entre otros, Ignacio Ferrando nos propone en estas páginas un viaje iniciático sembrado de obstáculos, tales como aquellos que surgen durante la adopción en un país extranjero o la asunción de una paternidad de la que Héctor, el narrador protagonista, recela. Este profesor de arquitectura ronda la cuarentena cuando Julia, su exmujer, le pide que la acompañe hasta la Rusia profunda, como si fueran una pareja feliz, para ir a buscar a Dimitri, el niño que les han asignado en adopción cuando aún estaban juntos. Se trata, por tanto, de una propuesta insólita, plagada de fingimientos y acaso determinada por la urgencia de Julia de aprovechar la que quizá represente su última oportunidad de ser madre. Por extraño que pueda parecer, Héctor aceptará viajar con ella hacia lo desconocido, aunque, perplejo ante su propia decisión, se muestre resuelto a averiguar si en el fondo sigue enamorado de su exmujer. Antes, sin embargo, tendrá que revelarle a Ann, su joven novia, una verdad difícil, mientras le escamotea su huida con Julia para no herirla más de la cuenta, lo que supone para su incipiente relación un verdadero revulsivo. Hasta aquí, la exposición del argumento a grandes trazos.
           
A partir de este ambicioso planteamiento, Ignacio Ferrando profundiza en las múltiples complicaciones que trae consigo la adopción, en su mayoría de tipo burocrático, pero también culturales, pues ellos representan a ojos de esas gentes sencillas el feroz capitalismo que los está diezmando como país. En cualquier caso, lo fundamental estriba en el hecho de que Héctor y Julia deberán empezar de cero a fin de poder afrontar juntos una serie de dificultades, mientras encadenan un problema tras otro y sus empeños parecen condenados al fracaso, pues no otra cosa cabe prever de la gélida Rusia en la que se adentran atemorizados, un paisaje que no muestra por ellos –en apariencia − la menor comprensión.
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Por la novela deambulan también otras parejas más o menos estables que acarrean sus mismos sueños, como la compuesta por las italianas Cinzia y Cornelia, dos auténticas luchadoras resueltas a ponerse el mundo por montera; junto con la presencia en la sombra del padre del narrador protagonista, un espejo que le permite a Héctor cuestionarse su futura paternidad, además de su comportamiento como hijo.
           
La novela se lee con fluidez, como si Ignacio Ferrando la hubiera escrito en estado de gracia. El caso es que no se perciben escollos y las diversas subtramas parecen hilarse dándose el relevo en el momento adecuado, ya sea para emerger como acicate del argumento principal, ya para servirle a éste de contrapunto, sin que ningún elemento chirríe. Acaso esté de más decir que la prosa del autor, limpia y torrencial, muy cercana en ocasiones de la revelación o la parábola, llega a hacerse invisible de tan elocuente, pues ya desde el mismo arranque el lector es conducido por distintas peripecias, y a las situaciones a que dan lugar, a través de la cimentación de imágenes de gran fuerza visual, de poderosa seducción.
   
Tras la tempestad llega la calma o la quietud de este libro lleno de sabiduría y buen hacer. Es probable que sea el propio temor al fracaso que persigue con tenacidad a su protagonista, el sentimiento que lo haya empujado a emprender una travesía llena de peligros, de la que sale airoso, y, en especial, a afrontar una paternidad conflictiva y dudosa. Y siendo todo ello así, se trata a su vez de una novela que bucea de manera incansable en los misterios de las relaciones amorosas, en sus pasiones y engaños posibles, a menudo plagados de imprevistos. 
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* Esta reseña salió publicada en la revista de literatura Quimera, núm. 405, el pasado mes de septiembre.

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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"