La fragmentación del
sentido, más que del texto (que debe mostrarse cohesionado), es un ingrediente básico del empleo capital de la elipsis en los géneros más breves.
. Una ballena azul gigante junto a su cría. Eso era. La madre dio un coletazo en mitad del mar para advertirme de su presencia, pero a la cría la vi sólo después, mientras nadaban las dos en paralelo con la línea del horizonte o, por mejor decir, con respecto a mi orilla. Ese mamífero descomunal debía de pesar, como poco, cien toneladas. Qué raro que no varase a tan corta distancia. No me asustó verla emerger. Antes al contrario, me maravilló: su aparición era sin duda un aviso para mí, que me encontraba en mitad de un sueño de argumento guadianesco y afluentes cenagosos; por fin, iba tomando cuerpo lo que presumía toda una revelación. Me sentía feliz, pletórica. El inmenso mar que acogía a este ser pacificador y cercano brillaba bajo un sol hiriente, incapaz sin embargo del menor daño. El día parecía relucir de puro contento. Y entonces abrió su ojo inteligente de mira telescópica y me enfocó. Parecía el mismísimo Neptuno resurgiendo de las aguas. La Más Grande Revelación jamás vista hecha ballena. Respiré por fin. No me importó lo más mínimo pasar el resto de la noche en vilo. .
.. Me subo al artilugio. Lo tengo claro. Hay ascensores que son como ruletas rusas. Norias chirriantes de feria. Ruedas desbocadas para hámsters. Lanzaderas espaciales que se comportan como lanzadoras de bala. Jaulas destinadas a contener a un ejército de grillos, a cuál más grillado, que estorban como grilletes de mazmorra. Submarinos varados en un banco de arena de aspecto plácido que, justo cuando termina el viaje circular que habían previsto, abren sus fauces para dispararte, escupirte o arrojarte al mundo exterior (al exterior más remoto del mundo) en un alunizaje imposible, mientras luce un sol incrédulo y sopla, por lo demás, una brisa placentera. ..
. . Hermosa vida que pasó y parece ya no pasar… Desde este instante, ahondo sueños en la memoria: se estremece la eternidad del tiempo allá en el fondo. Y de repente un remolino crece que me arrastra sorbido hacia un trasfondo de sima, donde va, precipitado, para siempre sumiéndose el pasado.