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Un loco marca las horas y
los segundos al son de un radiocasete de los años noventa, encaramado a un
taburete en mitad de la noche. Ocupa el mismo sitio de siempre, y viste la
falda escocesa de cada vez, con su correspondiente imperdible y esos calcetines
a rombos que deberían cubrirle al menos las pantorrillas, vencidos a la altura
de los tobillos, dejando a la vista una carne translúcida y como de cera; el
cuerpo apenas abrigado con un chaquetón raído. Cuando lo alcanzo calculo que
las calles llevarán desiertas un par de horas. El hombre, más joven que yo
aunque pronto deje de parecerlo, actúa para el público ausente de otras veces,
animado por el soniquete de la única música que le conozco, como si los
movimientos de este autómata humano fueran a durar toda la noche. De pronto
unos jóvenes hermosos, rebosantes de salud, se han acercado al loco por
divertirse, y con la excusa de echarle unas monedas han decidido increparlo,
parodiándolo con gestos simiescos. Les hace mucha gracia gritarle a la cara
para comprobar de inmediato que el loco no se inmuta, situación que los excita
y espolea en sus burlas, redobles y pantomimas, mientras repiten la gracia sin
gracia y aumentan sus risotadas. Cuando los alcanzo y reprendo, compruebo que
pese al jaleo que arman apenas son unos cuantos chicos y chicas de entre 18 y
20 años. Demasiado mayores, pienso para mis adentros. Compruebo también que
están absolutamente sobrios. No tengo intención de moverme, así que me quedo
plantada ahí, con la sangre hirviéndome, sin dejar de gritarles con el mismo
desprecio que ellos han empleado con mi loco. Me miran sorprendidos sin
entender. Sin ver tampoco. Como harían sus abuelos. Cansados de esperar, su
juego se enfría y deciden marcharse. Al autómata y a mí nos tiemblan las
piernas. El frío arrecia.
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Querida Gemma, me gusta mucho este texto. En pocas líneas nos haces sentir la brutalidad y la conmovedora fragilidad. Lo peor y lo mejor de nosotros. Agradecemos aliviados (nos consuela, con ella brota de nuevo nuestra esperanza en el género humano) la presencia solidaria del narrador.
ResponderEliminarTambién esa referencia a la capacidad de ver, muy trágica.
Enhorabuena.
Un abrazo
Como cada loco con su tema (eso es la escritura, ¿no?, una infinitud de lecturas), me quedo de piedra al descubrir en tu relato un sentimiento que he tenido innumerables veces (cada vez más, conforme pasan los años).
ResponderEliminarCuando hago lo que debo (y entiende "debo" en el sentido de "deuda", no de "deber") y me rebelo contra algo y me manifiesto (no estoy hablando de manifestaciones públicas; aunque bastantes veces, también), me parece que estoy haciendo el payaso, el bufón que no produce más que una pequeña risa.
Es tremendo cómo la conciencia del narrador lo convierte en otro autómata (¿alguien le echó una moneda?), en lugar de en un punto de cambio.
El final, es terrible: "El frío arrecia...".
Es de lo más duro y desesperanzado que te he leído.
Hay que felicitarte, claro, porque tú solo cuentas el mundo, no eres responsable de él.
El loco, para los jóvenes insultantemente ¿sanos?, es el narrador. Para el narrador, son los jóvenes. El loco está más alla, la autora un poco más allá, los lectores también. Y al final todos nos hemos juntado en esa calle y también parecen temblarnos las piernas de indignación y frío.
ResponderEliminarEso es cerrar un libro o un relato, volverse cada cual a su nido después de pasear por donde las palabras de otros nos llevan.
Un beso, Gemma. Y felicidades.
María, con los años te das cuenta (bueno, no todo el mundo, por desgracia) de cómo la fragilidad de unos a veces es consecuencia directa de la brutalidad de otros. Al final, siempre son los mismos quienes "soportan" o "sufren" toda esa mala leche gratuita. Visto desde fuera, aquello era un linchamiento feroz... Me ha alegrado mucho que te guste. Un beso
ResponderEliminarNano, le echaron unas monedas los jóvenes descerebrados y nosotros también, para abrirnos paso... Un mismo gesto, el nuestro, pero con dos intenciones opuestas, si te fijas. La sensación que comentas es, en efecto, terrible. Cuando la mayoría se comporta con brutalidad, irremediablemente tú te conviertes -a ojos de esa mayoría que hace bulto y ruido, aunque no le asista la razón-, en otro loco o payaso más. Es así. Más besos
Olga, efectivamente, el título cumple la función que señalas: mostrar la ambivalencia con que son recibidas (juzgadas) ciertas conductas opuestas, en función de si quienes las realizan son mayoría o tan sólo un par de locos. Gracias por sumarte al grupo perdedor. Un fuerte abrazo
Es para temblar...
ResponderEliminarTiemblo.
Muchas gracias, Isabel.
ResponderEliminarUn abrazo
Terrible Gemma.
ResponderEliminarBuscaré el calor de un abrazo, antes de releerlo.
Soberbio final.
Beso.
Gracias, Izaskun. Las temperaturas de por aquí no acompañan mucho, que digamos. Un beso fuerte
ResponderEliminarAlgo parecido me ocurrió hace años. En Barcelona, poco antes que cerraran "La Bodega Bohemia" fuimos unos cuantos a tomar algo. Allí actuaban viejas glorias cantando boleros tangos y demás. Otro grupo de jóvenes habían ido allí claramente para mofar-se de esos ancianos que intentaban sobrevivir de lo que habían sido en otro tiempo. Se quedaron cortados cuando dos de mis compañeros se ofrecieron a salir al escenario a cantar "Soy minerooo"...
ResponderEliminarNo entendieron. Nos tomarían por locos...
No acabo de entender esa brutalidad contra los más frágiles. Da rabia, mucha rabia.
Cierto, el final de tu texto es terrible: “El frío arrecia...”
Besos
Fra Miquel, mucho me temo que la brutalidad ha sido siempre el entretenimiento de los cretinos, con el agravante de que éstos no sólo desconocen su condición, sino también la naturaleza delictiva de sus propios actos...
ResponderEliminarUna abraçada
Estupendo amor hacia ese loco desconocido, que ya forma parte del paisaje cotidiano del protagonista. El frío final como metáfora de la deshumanización. Un abrazo.
ResponderEliminarAntonio, resultaba inevitable sentir empatía por aquel sujeto; de ahí que la acción de aquellos jóvenes se me antojara más cruel si cabe. Un abrazo
ResponderEliminarMaría, si no valiente, al menos indignada, e incluso furiosa. Pero vaya una cosa por la otra.
Un beso y gracias