Se zambulló en el agua con la alegría de haber deseado ese baño toda la mañana. Apenas si había gente en la orilla. Cuando hubo nadado un rato, alcanzó a oír el eco lejano de unas risas infantiles, mientras el sol refulgía en lo alto, amo y señor de ese particular paraíso de arenas semidoradas.
Nadó un buen trecho, adentrándose en aguas más frías todavía. Desde la perspectiva que daba saberse en el centro mismo del lago, los bañistas parecían cabezas de alfiler de colorines correteando de acá para allá. Cansada por el esfuerzo de tener que mover sin parar pies y brazos, se tumbó boca arriba extendiendo su cuerpo sobre la superficie acuosa como si fuera una hoja muerta. Un bello nenúfar flotaba junto a ella, solitario.
Visto desde el epicentro, bordeaba el lago una corona frondosa de árboles silvestres y pájaros. Cerró los ojos para oírlos mejor. También para sentir el calor del sol sobre su piel blanquecina de ninfa.
Poco después, cuando quiso abrirlos de nuevo, ya no pudo. Por sus nervios corría de pronto la savia entera de una vida salvaje y verde. Hasta que el sol pudriera su carne, viviría como la hoja caída que siempre había sido; como una ondina más; como légamo del lago luego.
sábado, 23 de junio de 2007
viernes, 22 de junio de 2007
Vanitas (Microrrelato)
Todo en él reflejaba una naturaleza brillante y prometedora pese a su probada juventud: así, poseía una altura intelectual poco común, un saber fundado y razonado de las cosas, y una facilidad de palabra que, por lo general, solía servirle para ensalzar su ingenio, aun cuando a menudo la utilizara para proyectarse sobre los demás desde una superioridad cuyo brillo le complacía en extremo. Por supuesto, también solía hacer gala de un humor y una simpatía irresistibles.
Sólo una cosa podía objetársele entre tanto derroche de talento: su insistencia en decir llamarse Albert Einstein.
Sólo una cosa podía objetársele entre tanto derroche de talento: su insistencia en decir llamarse Albert Einstein.
domingo, 3 de junio de 2007
El hogar (Microrrelato)
Mario y María tenían el feliz empeño de vivir juntos desde hacía ya algún tiempo. Tal y como estaba previsto que sucediera, un día decidieron mudarse al piso de Mario con el fin de probar qué tal les iba la vida en común. Por descontado, ambos se habían propuesto mantener sus respectivos hogares por si las moscas; esto es, por si se daba el caso de que el experimento no saliera conforme a sus deseos.
Enseguida se dieron cuenta de que, en lo fundamental, el piso de Mario representaba todo lo contrario del de María. Así, mientras él vivía en una planta baja, ella había preferido habitar un ático; si Mario convivía desde hacía años con un perro, María parecía dispuesta a admitir en su casa únicamente a las moscas aludidas.
Cientos de obstáculos jalonaban la convivencia diaria de la cada vez más infeliz pareja, condenados a entenderse como estaban más allá de la aparente compenetración de sus nombres. Si a Mario le gustaba tomar sopa por las noches, María prefería cenar una ensalada. Y así hasta la exasperación, según es costumbre que ocurra.
Lo más insólito sucedió el día en que, por accidente, tuvieron que pernoctar en casa de María. La cocina de su actual vivienda se había inundado, así que tras llamar al fontanero y cerrar la llave del agua, no les quedó más remedio que mudarse provisionalmente al ático. Por aquel entonces, su relación también hacía aguas, en opinión fundada de sus mismos vecinos.
¡Qué cosa más extraña que encontraran la armonía perdida con sólo cambiar de hogar! Ellos nunca supieron hallarle una explicación, pero el hecho fue que el ático les sentaba mejor que la planta baja, como también les había sentado de maravilla el suelo de parquet en lugar de las baldosas modernistas; o el televisor de pantalla plana en vez del de formato panorámico. Con vistas a prolongar una relación que sabían delicada, decidieron soslayar de mutuo acuerdo aquellos temas peliagudos de los que solían disentir. Tras haber tomado conciencia del misterio o capricho que regía sus vidas, en adelante no cenarían ni sopa ni ensalada. Por si las moscas.
Enseguida se dieron cuenta de que, en lo fundamental, el piso de Mario representaba todo lo contrario del de María. Así, mientras él vivía en una planta baja, ella había preferido habitar un ático; si Mario convivía desde hacía años con un perro, María parecía dispuesta a admitir en su casa únicamente a las moscas aludidas.
Cientos de obstáculos jalonaban la convivencia diaria de la cada vez más infeliz pareja, condenados a entenderse como estaban más allá de la aparente compenetración de sus nombres. Si a Mario le gustaba tomar sopa por las noches, María prefería cenar una ensalada. Y así hasta la exasperación, según es costumbre que ocurra.
Lo más insólito sucedió el día en que, por accidente, tuvieron que pernoctar en casa de María. La cocina de su actual vivienda se había inundado, así que tras llamar al fontanero y cerrar la llave del agua, no les quedó más remedio que mudarse provisionalmente al ático. Por aquel entonces, su relación también hacía aguas, en opinión fundada de sus mismos vecinos.
¡Qué cosa más extraña que encontraran la armonía perdida con sólo cambiar de hogar! Ellos nunca supieron hallarle una explicación, pero el hecho fue que el ático les sentaba mejor que la planta baja, como también les había sentado de maravilla el suelo de parquet en lugar de las baldosas modernistas; o el televisor de pantalla plana en vez del de formato panorámico. Con vistas a prolongar una relación que sabían delicada, decidieron soslayar de mutuo acuerdo aquellos temas peliagudos de los que solían disentir. Tras haber tomado conciencia del misterio o capricho que regía sus vidas, en adelante no cenarían ni sopa ni ensalada. Por si las moscas.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"