sábado, 2 de febrero de 2008

Harmonia mundi

..
Se asomó un segundo a la barandilla y no tardó en divisar un amasijo de peces de colores a punto de devorarse los unos a los otros; en absurda lucha por la existencia. No salía de su asombro. Se suponía que aquel estanque estaba allí, en aquel emplazamiento privilegiado a las afueras de la ciudad, para distracción y deleite de ancianos y niños, pero no. En lugar de divisar hermosos peces de colores nadando en armonía, le pareció atisbar, espantado, a sus mismos compañeros de oficina, disputándose la promesa de un ascenso seguro a quien se mostrase más audaz. La visión gelatinosa de esos cuerpos en frenético movimiento terminó por marearlo.

Ser un pez que boquea y se resbala. Estar siempre tropezando con los otros, con sus cuerpos burbujeantes y fríos, impermeables a cuanto no satisfaga sus deseos inmediatos, se dijo. El lunes, a primera hora de la mañana, presentaría su dimisión. De forma irrevocable, además.

martes, 29 de enero de 2008

El desmemoriado, 2

..
En aquel pueblecito costero vivía un señor que un día se había levantado sin recordar apenas nada de su existencia. Pese a todo, cada tarde solía ir al bar de la esquina para reunirse con sus amigos y charlar un rato. Lo más probable es que se acordara del camino porque había celebrado esos encuentros infinidad de veces, casi a diario, desde que fuera un simple muchacho. De joven había viajado a la capital en un par de ocasiones, sin tener jamás verdadera necesidad ni ambición de abandonar su pueblo natal, ni siquiera por motivos de trabajo. Al no tener familia ni parientes cercanos, vivía solo desde hacía algún tiempo, en compañía de sus fantasmas y gatos.

Los médicos le aseguraron que se trataba de un caso insólito de amnesia, muy parecido al que solían experimentar ciertos aventureros y exploradores del XIX en sus largas travesías por el desierto, hecho de olvidos caprichosos e intermitentes, de alucinaciones intensas. Los días en que vislumbraba el contenido volátil de su desmemoria, eran festejados en el bar por sus amigos entre grandes risotadas.

Por extraño que parezca, los frecuentes olvidos no le impedían llevar una existencia de lo más corriente. Además de cocinar y ocuparse de la casa, era capaz de cumplir con sus obligaciones con absoluta normalidad. Huelga decir que solía emprender todas esas actividades de buen grado, incluso con un deje de entusiasmo. Si en cierta ocasión algún malicioso se había atrevido a preguntarle por qué parecía siempre tan contento y relajado, él se encogía de hombros por toda respuesta. De costumbres fijas, cada atardecer podía vérsele en el cenador cruzando inmensas dunas de arena finísima, los ojos soñadores; otras veces recogiendo el desorden de la casa para poner a salvo algunos enseres que habían quedado desperdigados durante la última tormenta.
..

domingo, 27 de enero de 2008

El desmemoriado, 1

Para José María Merino

Aquel hombre andaba por la calle con las manos en los bolsillos; el gesto contrariado y algo pesaroso, la tarde entera por delante sin tener nada que hacer. Pensó que, tal vez, si iba al bar de la plaza, se toparía con su buen amigo de la infancia, que acaso podrían charlar un rato juntos. Pero de pronto cayó en la cuenta de que no recordaba el nombre de aquel amigo tan leal. A decir verdad, tampoco lograba acordarse de cómo se llamaba el bar. A punto estaba de sufrir un ataque de ansiedad cuando se percató de que ni siquiera recordaba su propio nombre. Lo libró del síncope el hecho de olvidar enseguida el comportamiento natural de quienes padecen un acceso agudo de angustia. Antes bien, era la viva estampa de la felicidad. Tranquilo al fin por sentir un peso tan ligero sobre los hombros, en realidad no sabría decir qué clase de carga sobrellevaba, se dirigió, el paso decidido, hacia el lugar donde creía que estaba su casa.

Despido inminente

..
Tras ser expulsado de la empresa, el chico deambulaba de aquí para allá sin ánimo de hacer nada; malhumorado e irritable; sin entender todavía el enfado del director. Que Eva le gustara no lo creía razón suficiente para recibir un castigo tan desmedido, tan sin contemplaciones. En realidad, le parecía injusto y cruel, propio de un alma despiadada, se decía para sí. No lograba comprender por qué su vida había cambiado de forma tan radical por el solo hecho de haber saboreado aquella fruta madura, si al fin y al cabo lo hizo a escondidas, con total discreción. Cierto que en horario de oficina estaba terminantemente prohibido acercarse a las chicas, charlar con ellas y reír, pero él había demostrado hasta la fecha una capacidad de trabajo, una fidelidad y obediencia, un respeto, en suma, que de pronto veía despreciados y pisoteados sin la menor consideración. No tenía sentido... A menos que, ahora caía en la cuenta, al jefe le gustara Eva tanto como a él.
..
Resignado, cogió la chaqueta y, sin más preámbulos, se encaminó hacia la puerta de atrás de los grandes almacenes, abandonando para siempre El Paraíso.
..

miércoles, 23 de enero de 2008

El escritor novel

.

El afanoso escritor se afanaba por evitar las repeticiones sin lograr evitarlas. Con el paso de los años y el aumento de sus desvelos, creyó que podría mejorar su estilo si conseguía pulirlo. En adelante, escribiría con la sobriedad, sencillez y precisión de la lengua clásica, pensó, con su misma propiedad. Quería llegar a un público amplio. Años después, y viendo que los lectores seguían sin acercarse a su obra, decidió cambiar de estrategia. A lo mejor, se dijo, bastaba guiarse por la excelencia, emparentar sus escritos con el mejor estilo áureo español, con su bella y preciada retórica. Hizo dedos componiendo sonetos a la manera de Quevedo y de Góngora, aunque pronto tuvo que abandonar ese estilo alambicado, impropio de un talento mudable como el suyo.

Rondaría los cuarenta el día en que renunció al delicado arte de la poesía para dedicarse a la prosa poética. Tampoco resultó extraño que al cumplir los sesenta abandonara, por falta de fuerzas, el cultivo del teatro y del ensayo, tan estimados en otros tiempos, cuando seguía siendo un joven prometedor. A los ochenta se limitaba a esbozar algún que otro aforismo. Cinco años antes había desechado, por demasiado extensa y digresiva, la novela.

En la actualidad sólo escribe de vez en cuando breves párrafos, seducido por esa distancia media que supone garabatear unas pocas líneas. La duda y la incertidumbre rigen por entero su vida de escritor. Algunos aseguran que ha empezado a conquistar el difícil arte del microrrelato.
..
.
.
Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"