Saberse infalible perjudica seriamente el alcance de cualquier logro.
No confundir lo que las cosas son en este instante repentino en que suceden —y ya no digamos determinadas gentes y países, los paisajes que habitan y las situaciones que viven aquí y ahora—, con aquello otro que querríamos que fueran o que acaso acabarán siendo mañana, pasado mañana; cuando nuestro indecible anhelo se dé de bruces, por enésima vez, contra semejante carga.
Parece como si, de un tiempo a esta parte, la gente no alcanzara a entender lo que se le dice, ya sea positivo, negativo o neutro, sino tan sólo aquello que desearía que se le hubiera dicho. Cada vez nos comprendemos menos.
De repente, no importa tanto que las cosas hayan sucedido como que se diga o sostenga que lo han hecho. Hemos dejado de comprobarlas, para volver a creerlo todo a pies juntillas.
Hay silencios farragosos como una cansina perorata; pero también los hay necesarios como una mirada sucinta de reconocimiento.