...
«Resulta molesto que esta niña pase siempre tan cerca
y no me diga nada. Finge ir a lo suyo pero me mira por el rabillo del ojo cada
vez».
Lleva el mismo sombrero de ala de entonces, de 30 años
atrás. ¿Cómo es posible que todavía me acuerde de él? Vivía donde mis padres.
«Oye, tú. Sí, tú. Ven, que te quiero decir una cosa. Ven,
bonita, que seguro que nunca has visto una como esta. Te la voy a enseñar si te
acercas, vente a mi lado y siéntate conmigo».
Sigue igual: sombrero de ala ancha como si fuera un
vaquero desahuciado, con su botella de litro y los pantalones raídos. Claro que ahora parece inofensivo.
«Ven, te digo. Corre, siéntate conmigo. ¿Cuántos
años tienes? ¿12? ¿Has visto alguna vez una como esta? No tengas miedo,
cógela».
Y yo lo veo ahora y me sigo acordando. El mismo tipo
borracho sentado en un banco. De nuevo a tiro para mejor tropezarse.
«Imbécil. Es usted un cerdo, un maldito idiota imbécil».
Mudo por fin.