sábado, 29 de diciembre de 2007

Poética

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Aquella mañana Microrrelato se sentía deprimido. Tras despertar, comprobó ante el espejo con disgusto que su nombre era demasiado largo para una naturaleza tan concentrada y compacta como la suya. Sin duda le habría ido mucho mejor si sus padres le hubieran llamado Micro desde el principio. Estaba convencido de que, con ello, se habría evitado buena parte de los malentendidos que seguían dándose de forma recurrente en su fantasiosa y libresca vida, tan literaria por lo demás.

Microrrelato se sentía, desde hacía ya algún tiempo, desconcertado y confuso. ¿De dónde sacaba el común esa manía de querer confundirlo, cada vez que hacía su aparición en público, con un chiste dudoso y vulgar? Otras veces, en cambio, preferían tomarlo por cualquier ocurrencia que la gente tuviera a bien referir; sin detenerse a pensar un minuto si con ello ofendían su sensibilidad extrema.

Microrrelato se sentía, según era previsible que ocurriera, profundamente dolido. Estaba cansado de gritarle al mundo que él no era en absoluto ni un cuento ni mucho menos un poema en prosa, aunque por supuesto guardaba ciertas características comunes con aquéllos, tales como la revelación del primero y la intensidad del segundo. Le ponía furioso que lo trataran como si fuera un género menor. Tampoco le gustaba que lo considerasen un maldito haikú.

Micro se sentía, en fin, tan pesaroso ese día, que se convenció de que acaso lo más sensato fuera esperar la llegada de la primavera antes de volver a salir a la calle. Así, y con el objetivo secreto de proteger su integridad, aquella misma tarde decidió emboscarse entre las páginas de un libro todavía en proceso de elaboración.

Horas después, mientras la joven que escribía a diario exhibía sobre el papel, sin el más mínimo pudor, su naturaleza desnuda, hecha de hibrideces y mixturas de todo tipo, Micro no pudo menos que reconocer la solemne tontería de haber querido mantenerse sano y salvo a toda costa. Como si la vida no terminara por colarse siempre.

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domingo, 16 de diciembre de 2007

Sísifo

Llega a casa, se descalza deprisa y empieza a desvestirse con la impaciencia de quien hace rato que desea apearse del trajín de un día complicado en la oficina. Las prendas de su traje de ejecutiva van quedando esparcidas sin orden ni concierto por las diversas habitaciones del piso. Luego, se desmaquilla frente al espejo -el rostro desencajado, el cuerpo tenso todavía-, con la misma profesionalidad con que lo haría un payaso tras la función. Cuando por fin se ha desnudado, se encamina hacia el baño y se da una ducha.

Inmediatamente después, y con el ánimo algo más recompuesto, se dirige aprisa a su cuarto para emprender de nuevo la difícil tarea de levantar, de apuntalar incluso, el desbaratado edificio de su identidad: primero se calza las zapatillas de dormir y, a continuación, se pone el pijama. Antes de acostarse, se prepara una cena frugal.

A medianoche, cuando el silencio se vea interrumpido tan sólo por los latidos de su corazón, soñará una vez más que vuela alto y lejos, como un maldito pájaro, igual de pertinaz.

martes, 11 de diciembre de 2007

La depuradora

Sabe que mientras se mantenga consciente, no tiene nada que temer. De eso está seguro. Además, basta probar de qué somos capaces para ver hasta qué punto un hombre, una mujer, pueden resistir bajo condiciones adversas. Luego, intuye, ya sólo queda esperar, descubrir en qué momento, de existir ese momento, empieza la deshumanización, el desmayo. Hoy mismo le han asegurado que iban a quitarle el alma. Será cuestión de segundos, le han dicho. La máquina se encarga de todo. Ella sola aspira en un santiamén toda la porquería que haya podido almacenar durante los últimos decenios, con la confianza de devolvérsela, tras los reajustes necesarios, limpia y reluciente. Así pues, en cuanto acaben, se la devuelven; sólo necesita, en realidad, unos pequeños retoques. Unos segundos de nada, le han dicho.

Ya empieza a sentir los primeros síntomas. El cable al que permanece conectado lleva chupándole la sangre varios minutos, o eso diría, con la precisión implacable de que sólo es capaz una sanguijuela mecánica. También diría que empieza a nublársele la vista y a sentir mucha sed; a nublársele también el entendimiento y la memoria. A lo mejor le falla la memoria. Siente hambre, miedo y sueño, y de nuevo hambre. Tal vez más hambre de la que pueda sentir jamás. Lo más probable es que no pueda soportarlo, o eso habría dicho si pudiera. En realidad, el proceso está a punto de completarse; no ha ido del todo mal, pero ¿qué pasará cuando dejen de administrarle el suero? ¿Cómo creen que soportará el dolor, la vida, un alma pura? Él no se atrevería a jurarlo, pero lo cierto es que lo han engañado. Sin memoria, me moriría, habría dicho si pudiera.

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(sE LO EnDOso a fREia. Puedes ver las instrucciones de este meme en casa de Leg, Maripuchi, Frilanser o Scout.)

sábado, 8 de diciembre de 2007

Al abrigo de las letras

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El escritor esforzado se escondía tras la retórica hueca de las palabras. Así, en lugar de decir "ese día el sol brillaba como nunca", optaba por "los rayos esplendorosos bañaban el ínclito día como si fuera la primera vez". Estaba convencido de embellecer con ello la realidad. De igual modo, creía que cuanto más adornados aparecieran sus escritos, mayores éxitos literarios obtendrían.
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Por su parte, el lector cursi era un gran admirador del escritor mencionado. En esencia, no sólo se refugiaba en los textos de su autor preferido como una forma de hallar consuelo, sino que además los creía capaces de mejorar el mundo circundante, de perfeccionar al mismo ser humano. Acaso no sea preciso decir que amaba la oratoria, la dialéctica y los versos esdrújulos.
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Un buen día el azar quiso que los pasos del animoso escritor se encontraran con los del lector trasnochado. No lograron reconocerse sin embargo. La coincidencia de pasear por la misma calle, a la misma hora, les pareció un dato demasiado vulgar para ser tenido en cuenta. Por otro lado, que pudiera existir una correspondencia perfecta como la que les unía iba a servirles de bien poco. Cuando tuvo lugar el tropiezo, y antes de seguir su camino como si tal cosa, ambos intercambiaron unas breves palabras:
-Imbécil, le dijo el poeta.
-Desgraciado, le contestó su lector más fiel.
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sábado, 1 de diciembre de 2007

La disolución

Aquella mujer todavía hermosa permanecía a su lado con la esperanza de que la vida se enderezara de una puñetera vez, deseando, temiendo, que el presente en que se les había embarrancado la existencia tuviera, no pudiera tener, los días contados.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"