miércoles, 26 de septiembre de 2007

¿Liebre o tortuga?

El día de la carrera las cosas transcurrían según lo previsto: mientras la liebre saboreaba una espléndida mañana de sol tumbada a la bartola, la tortuga avanzaba paso a paso, tozuda y pertinaz.

Al cabo de un rato, al nervioso animal le entraron unas ganas injustificadas de echarse a dormir. "Está visto que, en cualquier caso, tiene que ganarme la tortuga, se dijo entre sueños. Si mi vida es disipada y feliz, la del aburrido ovíparo es esforzada y pesarosa. Sea, pues", sentenció.

Tras despertar de su sueño, y conforme a lo establecido, la liebre se encaminó hacia la meta, donde iba a fallarse el famoso premio, pero algo la distrajo de pronto. En una pradera cercana, le pareció ver a la mismísima tortuga tomando un atajo. ¿Cómo era posible?

Pillada en falta (más de uno pensará que donde menos se espera, salta la liebre), la tortuga se justificaba una y otra vez: "No digas nada, no me delates. Tú sabes que debo ganar para que los niños más lentos tengan futuro. Anda, no me fastidies el día".

Y aunque no estaba previsto que la tortuga actuase con tanta doblez, no pudo evitar compadecerse del anciano reptil. Desde entonces, la liebre concede el triunfo a la tortuga en todas las carreras de fábula en las que coinciden.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Dudas existenciales (M)

Veinte, diecinueve, dieciocho, cuando acabara la cuenta atrás se decidiría de una vez por todas, diecisiete, dieciséis, no podía seguir así, sin saber por qué hacía las cosas, quince, catorce, trece, no iba a dejarse engañar, doce, once, tampoco arriesgaba nada. Diez, nueve, ocho, siete, sintió miedo, seis, cinco, cuatro, dudó, tres, dos, tuvo pánico. Uno, cero, se desmayó.

martes, 18 de septiembre de 2007

El penitente (Mic)

..
Después de entrar en su casa todavía nervioso, y dejar el maletín tirado de cualquier modo, pudo quitarse finalmente el abrigo, los guantes y la bufanda. Buscaba aligerar la angustia que lo ahogaba. Sin mediar palabra con su reflejo, pasó a desvestirse a toda prisa hasta quedar en ropa interior frente a un espejo empeñado en burlarse de él. Nada, todo en vano. Desnudo, sentía la misma angustia de antes.

Entonces optó por afeitarse la barba. Pensó que acaso de este modo lograría rebajar un poco esa imagen de ejecutivo agresivo de la que se había sentido tan orgulloso en otro tiempo. Como era previsible, tampoco sirvió de nada.
..
En aquel preciso instante, decidió pasar a la acción. Tras rasurarse la cabeza, el pecho y las piernas, abrió el cajón de la cocina y, cuchillo en mano, empezó a despellejarse con la misma facilidad con que pelaría un plátano maduro. Le sorprendió no sentir dolor más allá de la consabida presión dichosa bajo el pecho. Insistió una y otra vez; tampoco hubo manera.
..
Cuando apenas le quedaba ya una tira de piel bajo el glúteo izquierdo, creyó atisbar en el abismo más profundo de sus adentros una pequeña porción de luz. Por fin comenzaba a sentir un poco de alivio. Pero se equivocaba una vez más. La arremetida feroz de los remordimientos lo empujó a no vacilar en su labor de seguir pelándose como una cebolla. No cejó hasta convertirse en la viva estampa de la muerte.

En su epitafio, una mano irónica escribió poco después lo siguiente: «El consuelo es la verdadera recompensa de los justos».
..

lunes, 17 de septiembre de 2007

Comentario al Quijote de un desocupado lector (Micro)

Para Alberto Blecua
..
Al principio, cuando apenas había leído unos cuantos capítulos de la primera parte, el atento lector estaba convencido de que ese ser escuálido y botarate, además de justiciero, capaz de empresas tan disparatadas como tiernas, lograba trascender sus fracasos gracias al espíritu fabuloso con que emprendía cada una de sus acciones.
..
Sólo tras haber concluido la lectura del libro, pudo perfilar algo más la idea que le rondaba: en realidad, al caballero le había bastado ser para seducirnos desde el fracaso. Vino, vio y fue vencido, como si de un vulgar emperador se tratara. Y triunfó, cabría añadir, convirtiendo su caída en mito.
..

martes, 4 de septiembre de 2007

Rutinas (Microrrelato)

En el acto de planchar su blusa preferida, no podía evitar sentirse repetida por el eco de miles de personas realizando la misma tarea. Cada vez que conducía, se veía multiplicada por los numerosos coches que formaban el atasco. Igual efecto experimentaba al ducharse, cuando andaba por la ciudad o se acostaba con algún hombre. En realidad, nada de lo que hiciera le parecía dotado de sentido, hasta que de pronto se encontraron.

Desde entonces, planchar se ha convertido en un acto rutinario, aunque ineludible, que ella realiza sin chistar para estar más guapa. Tras concluir su jornada de trabajo, conduce con el corazón en un puño sorteando el inevitable atasco para darse cuanto antes una ducha reparadora. Una vez en casa, y si todavía le queda tiempo, sale a comprar al supermercado de la esquina un par de botellas de buen vino.

Aunque no le preocupe demasiado dejar a medias estas obligaciones, no está dispuesta a renunciar a la rutina de acostarse con el mismo hombre.
.
.
Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"