martes, 11 de marzo de 2008

Sujeto a la tierra

Aquel eremita vivía retirado del mundanal ruido, que diría Fray Luis de León; dispuesto a purgar las pasiones del mundo que lo mantenían sujeto a la tierra, con el fin de poder ascender a un estado superior de comunicación con Dios, fuera de toda carnalidad perentoria y ruin.

Una pequeña lacra obstaculizaba, sin embargo, la consecución de tan ansiado logro: el pobre ermitaño no aparentaba ser ni especialmente joven ni especialmente viejo, ni muy alto ni muy bajo, ni demasiado gordo ni demasiado flaco. En puridad, tanta medianía empezaba a resultar un verdadero fastidio.

De natural contentadizo, al tercer mes de purgación se dio por vencido. No le quedó más remedio. El mismo Dios en persona no vacilaría en desahuciarlo cuando le llegase su hora. Y todo, por falta de ambición.

jueves, 6 de marzo de 2008

Volatineros

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Cuando el payaso se decidió por fin e hizo acopio de todas sus fuerzas para dedicarle una tímida sonrisa a Gilda, la bella amazona, ésta se la devolvió por cortesía, como era natural que ocurriera, pero sin dejar de tener puestos sus pensamientos en el trapecista; fascinada como estaba ante aquel doble salto mortal que su amado solía ejecutar cada tarde, hubiera o no función.
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El acróbata, por su parte, sólo tenía ojos para los saltos y cabriolas de "La niña del trapecio", según él, "ligera como un ángel", aunque es preciso decir que, por aquel entonces, ignoraba la costumbre de la joven de visitar tras los ensayos, y por espacio de media hora, al domador de leones, un austríaco de largos bigotes enroscados, seducido hasta la médula por el bueno de Pierrot, quien andaba, a la sazón, enamorado perdido de la Luna.
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De este modo, mientras los habitantes del Circo "La Gran Ilusión" muestran cada noche bajo la carpa sus diferentes habilidades y ejercicios, harto complicados; la rueda de la fortuna que es la pista permite a estos saltimbanquis alimentar sus propios anhelos en los ojos esperanzadores de los niños, quienes, desde tiempos inmemoriales, abarrotan las gradas a cambio de unas risotadas.

jueves, 28 de febrero de 2008

El desmemoriado, 4

De pequeño podía vérsele, cada mañana a la hora del desayuno, pintando con sus lápices Alpino hermosos paisajes de horizontes infinitos, para orgullo de su madre. Hacia los siete u ocho años de edad, se acostumbró a salir todos los veranos a primera hora de la tarde a cazar mariposas con sus amigos o a lanzar piedras en el estanque, con el secreto afán de creerse invencible por un día.

Allá por la adolescencia, cuando alcanzó por fin los catorce, se enamoró perdidamente de su profesora de literatura. A los dieciséis le ocurrió lo mismo con su profesora de matemáticas. A los diecisiete, le tocó el turno a María, una jovencita del lugar de ojos rasgados y hermosa cola de caballo. Su especialidad eran las risas.

Ya de mayor, tras convertirse en un respetable contable y eficiente tecnócrata que ocupa sus horas en recibir a sus compañeros de juegos y hasta, en alguna ocasión, a su antigua profesora de matemáticas, no puede dejar de preguntarse cuándo fue que la vida dejó de rasgar el viento con su cola de caballo; por qué motivo las mariposas fueron apedreadas de forma tan risueña; cómo llegó a perderse el infinito, la promesa de un atardecer de colores Alpino.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"