La niña que fue no comprendía por qué los vecinos habían decidido cortar el único ciprés que, junto al campanario, definía el skyline de aquel pueblecito de su infancia.
La niña que fue deseó que todos los seres queridos se sintieran, por el solo hecho de serlo, amados a perpetuidad, sin que fueran necesarios los gestos ni demás actuaciones sociales; vanas puestas en escena para un corazón solitario como el que albergaba entonces.
La niña que fue quiso, desde muy niña, que sus compañeros la dejaran en paz, fundirse con el entorno como veía hacer a los pájaros, a los caracoles incluso. Crecer a salvo contra el mundo entero y, en especial, contra ese mundo.
La mujer que hoy es se acuerda de la niña que fue y que, acaso con un poco de suerte, pueda seguir siendo.
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