martes, 17 de noviembre de 2015

Trescientos

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No hay amor ni amistad de valía que no irradie un fulgor secreto.
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viernes, 6 de noviembre de 2015

En la bitácora de Antón Castro

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De nuevo en la bitácora 
velador y valedor 
de escrituras 
y escritores 
(sin olvidar nunca a
los de narrativa breve). 
Agradecida.
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martes, 3 de noviembre de 2015

La pecera, de Juan Gracia Armendáriz

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La sombra de Miguel

Esta novela empieza con las expectativas de un western y concluye con la intriga y el misterio propios del género policíaco, aunque se nutre en mayor medida de la novela autobiográfica que Jack London escribiera sobre los efectos del alcohol, titulada John Barleycorn, en alusión al cereal empleado en la fabricación de bebidas como la cerveza o el whisky. Pero en calidad de escritor consciente que observa la realidad, se alimenta sobre todo de la concepción de esa lógica blanca propiciada por la lucidez que le concede a su protagonista la ingestión de cierta dosis de alcohol. El título de la novela que nos ocupa remitiría a esa clase de distorsión amplificada, como si se tratara de una lupa de aumento, que su consumo asiduo favorece en el personaje, además de referirse al encierro en la jaula en que se halla el narrador protagonista.

Tras la publicación de su Trilogía de la enfermedad, formada por una novela (La línea Plimsoll) y dos diarios (Diario del hombre pálido y Piel roja), el autor regresa a la ficción para mostrarnos a un hombre desamparado, mientras intercala el relato de su caída en desgracia con el testimonio de otros personajes semejantes, destacándolos en capítulos aparte escritos en cursiva, como si fueran cuentos breves (así ocurre en los episodios 3, 7, 10 y 14, de un total de 30), a sabiendas de que su lectura multiplicará el desvalimiento en que se encuentra el narrador principal. 

Miguel Quer, el protagonista, es un profesor de Literatura adicto al alcohol y desengañado de las bondades de la materia que enseña. Un día conoce a Ana Ferrer, una diseñadora de éxito de la que se enamora enseguida. A ella también le gusta beber, pero a diferencia de Miguel consigue desengancharse de su adicción poco después de haberse mudado juntos a la sierra de Madrid, produciéndose al cabo la ruptura de la pareja. La trama empieza en este punto: con Miguel vencido tras la marcha de Ana y la huida hacia delante que inicia el narrador, entregado a la bebida para mitigar el sufrimiento. Así, mediante continuos saltos hacia atrás a fin de recomponer el puzle de su desgracia, va ahogándose progresivamente en la pecera en que transcurre su existencia. 



Al margen de hallarnos ante un argumento más o menos conocido, lo que sostiene la escritura de Gracia Armendáriz es el relato en primera persona sobre el paulatino alejamiento del protagonista de la vida y del amor, de la realidad objetiva, para adentrarse poco a poco en esa otra realidad distorsionada por el alcohol, hasta adquirir todas las trazas de la pesadilla, echando mano de potentes dosis de humor ácido cuando la situación lo requiere. Desde el inicio, asistimos a los sucesivos desdoblamientos de Miguel en Johnny Walker, tal como ocurre en la novela de London, quien pasa a dialogar primero con el profesor y, luego, a suplantarlo debido a esa distancia distorsionada que le brinda el alcohol, como si se tratara de su sombra, de su lado oscuro. En los momentos más delirantes, llega a valerse de tres personajes: de Johnny, de su sombra y del pez mismo que representa su borrachera, metáfora amable de toda esa ristra de alimañas que lo asedian, en un relato que se descompone en varios prismas para mejor proyectar una percepción surrealista de la realidad circundante. 

Si bien la prosa y el estilo de Gracia Armendáriz se muestran muy cuidados en los diversos registros que utiliza, creo que uno de sus mayores aciertos estriba en el hecho de que todo cuanto nos es referido por este lúcido narrador borracho posee una ambigüedad indescifrable, de modo que casi siempre le corresponde al lector interpretar o cuestionar las versiones sesgadas que nos llegan de una historia o peripecia cualquiera para recomponer su verdad. Así, por ejemplo, cuando se ríe de la fe súbita que Ana ha abrazado para redimirse de su pecado alcohólico entregándose, en cuerpo y alma, a esa nueva secta que representan para el narrador, movido por la rabia y el abandono, las sesiones de Alcohólicos Anónimos, a las que asiste con devoción su expareja; o cuando el lector empieza a temer que el propio Miguel esté a punto de convertirse en el exmarido violento de Ana, si es que no lo ha hecho ya… Y sin embargo, ya se trate de las discusiones que entabla al principio con Ana, ya del recuerdo borroso de ciertas escenas que han tenido lugar en la universidad donde trabaja, a menudo nos sentimos solidarios, en la visión y el punto de vista, con este narrador cuestionado. El insólito desenlace con el que se resuelve el embrollo de su existencia, terminará por concienciar a este personaje alcohólico y afortunado, dispuesto, ahora sí, a renunciar de una vez por todas a Johnny.

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* Esta reseña ha sido publicada en el número 393 de octubre de Quimera.

domingo, 1 de noviembre de 2015

jueves, 29 de octubre de 2015

Doscientos noventa y ocho

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La búsqueda de señales por doquier
nos condena a la ceguera de los crédulos.
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domingo, 25 de octubre de 2015

martes, 20 de octubre de 2015

Brevilla, ¡qué maravilla!

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Mi agradecimiento a Lilian Elphick, Sergio Astorga y Patricia Nasello por invitarme a publicar en su página de breverías. 
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lunes, 19 de octubre de 2015

Amanece la noche

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Unas notas de piano
se filtran despacio
por la ventana
mientras el trinar destemplado  
de un pájaro 
repica al son de la campana
del Templo de la Sagrada Familia.
Acompasa sus gorjeos
arrítmicos un viento 
gélido, que se desvanece
entre sábanas blancas.
De pronto, 
el taconeo 
de una vecina 
tumultuosa
ha querido fundirse 
con el rugir de una moto.
Van a dar las ocho
cuando crepita una persiana
y cede ante la noche,
que amanece.
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Unas notas de piano se filtran despacio por la ventana mientras el trinar destemplado de un pájaro repica al son de la campana del Templo de la Sagrada Familia. Acompasa sus gorjeos arrítmicos un viento gélido, que se desvanece entre sábanas blancas. De pronto, el taconeo de una vecina tumultuosa ha querido fundirse con el rugir de una moto. Van a dar las ocho cuando crepita una persiana y cede ante la noche, que amanece.
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sábado, 17 de octubre de 2015

Doscientos noventa y seis

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¿De veras
hace falta
buscar trascendencia
a nuestras vidas 
en la sinrazón política
de estos días?
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viernes, 16 de octubre de 2015

jueves, 8 de octubre de 2015

Doscientos noventa y cuatro

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A veces lo trivial es capaz de desbaratar
 nuestras apacentadas rutinas.
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martes, 6 de octubre de 2015

Doscientos noventa y tres

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Me admira la presunción de ciertos jóvenes; tan persuadidos de su valía respecto de la ajena, que consideran maltrecha. Orgullosamente ufanos de un poder que no les cabe en el cuerpo ni apenas en sus cabezas. Hambrientos y a la espera. Convencidos de sí mismos y enfrentados a todos; al frente de nadie.
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jueves, 1 de octubre de 2015

miércoles, 30 de septiembre de 2015

domingo, 27 de septiembre de 2015

Doscientos ochenta y nueve

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El microrrelato es una glosa. 
(¿Y qué literatura no lo es?)
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Malas palabras, de Cristina Morales

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Empresas, amores y razones
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La nueva novela de Cristina Morales (Granada, 1985) confirma lo que algunos sospechábamos: que es uno de los escritores jóvenes, de los nuevos nombres, más prometedores. Ya tenía en su haber un libro de relatos, La merienda de las niñas (2008) y otra novela, Los combatientes (2013), en donde reflexionaba sobre movimientos sociales como el 15-M. Ahora, un encargo con motivo del quinto centenario de Santa Teresa de Jesús (1515-1582), nacida como Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, ha sido el acicate y punto de partida para componer estas Malas palabras.


La historia transcurre durante el período en que la monja escribe el Libro de la vida, acaso la primera obra autobiográfica de verdadero mérito en nuestras letras, mientras se hospeda en casa de doña Luisa de la Cerda y vive bajo su protección. Seis años después de la muerte de Teresa de Jesús, Fray Luis de León rescata el manuscrito y lo edita en 1588. De hecho su versión es la que nos ha llegado, tal como nos recuerda Cristina Morales en el epílogo. Así, la novela adopta la forma de una autobiografía puesta en boca de la monja, pues la voz narradora asume su personalidad desde el mismo arranque, alternando la primera persona con la segunda las veces en que intenta hacer examen de conciencia en soledad. No se trata, en consecuencia, de una obra apócrifa, sino de un palimpsesto que persigue completar las motivaciones que llevaron a Teresa de Ávila a escribir, siendo aborrecida y amada por ello.
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Es bien sabido que fue criticada por leer en romance la Biblia y por interpretar las Sagradas Escrituras, práctica prohibida a las mujeres, además de desoír la obligación de leer en voz alta y defender el rezo en silencio. Asimismo, Teresa Sánchez funda la Orden de las Carmelitas Descalzas, una rama que procede de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo, cuya regla se cifraba en la vida contemplativa, la meditación de la Sagrada Escritura y el trabajo. La novela se presenta como el texto que la monja jamás se atrevió a escribir, pero que podría haber compuesto en caso de haber gozado de una libertad que no tuvo. Ante el mandato del fraile dominico que la confiesa de que ponga por escrito sus experiencias, decide escribir unas Memorias que, de tan verdaderas, no se atreve a entregarle a su confesor (se trata de estas Malas palabras), dándole a cambio otras aptas para su publicación, las que formarían su Libro de la vida. Por tanto, puede afirmarse que Cristina Morales escribe para reinterpretar la trascendencia de Teresa de Jesús en su condición de mujer, escritora y religiosa. Aun cuando la autora nos advierta de que la Iglesia habría rechazado estas malas palabras, sostiene que cabría tachar también de tales las que sí escribiera, habida cuenta de que, al componer su obra, faltó a la humildad a que estaba obligada. Para ahondar en esta idea de mujer de carácter fuerte y ambiciosa, la novela nos muestra a una religiosa no tan santa, consciente de que, con 47 años, sigue siendo casi tan vanidosa y orgullosa como cuando era niña, y jugaba entonces con su hermano y su primo a ser mártires, en tanto martirizaba de amor al segundo.


Pero la novela es también una confesión de por qué compadeció la niña Teresa, y quiso tanto, a su madre, cristiana vieja, muerta a los treinta y pocos años tras numerosos partos no deseados, impuestos por un marido comerciante y converso, que, si bien les permitía leer a escondidas, llevó a la tumba a su esposa tras humillarla y someterla con cada nuevo embarazo. Y es además un relato sobre el valor de la amistad entre mujeres, así la que entablan la monja y la dueña que la hospeda. Hacia el final, la propia autora, Cristina viene de cristiana, de seguidora de Cristo, mientras imposta la voz de Teresa de Ávila, juega también a cuestionarse sus verdaderas motivaciones de escritora, para lo cual contrapone con malicia las de una Teresa cristinizada a las de un fray Juan de Bonilla, asceta franciscano autor del Breve Tratado donde se declara cuán necesaria sea la paz del Alma, y cómo se puede alcanzar. Mientras nos cuenta esta biografía tan llena de accidentes, al lector le queda la impresión de haber realizado un viaje por el pasado y por la vida de la monja de gran profundidad y alcance, no exento de dosis de humor y causticidad, sobre todo en los diálogos que entabla la monja con quienes pretenden reprenderla, de los que sale siempre airosa.

* Esta reseña ha sido publicada en el número 382 de septiembre de la revista Quimera. La cubierta es de Laia Tarruella.




martes, 22 de septiembre de 2015

Doscientos ochenta y ocho

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Utilizar la lengua como arma arrojadiza, no ya para integrarsegún creen algunos, sino para escindir, amputar y mermar (evitando, así, todo posible contagio); al más puro estilo integrista.
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martes, 15 de septiembre de 2015

lunes, 14 de septiembre de 2015

Doscientos ochenta y seis

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El nacionalismo de masas (de cualquier signo, en realidad) 
cuando no amansa, amasa.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"