martes, 6 de octubre de 2015

Doscientos noventa y tres

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Me admira la presunción de ciertos jóvenes; tan persuadidos de su valía respecto de la ajena, que consideran maltrecha. Orgullosamente ufanos de un poder que no les cabe en el cuerpo ni apenas en sus cabezas. Hambrientos y a la espera. Convencidos de sí mismos y enfrentados a todos; al frente de nadie.
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jueves, 1 de octubre de 2015

miércoles, 30 de septiembre de 2015

domingo, 27 de septiembre de 2015

Doscientos ochenta y nueve

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El microrrelato es una glosa. 
(¿Y qué literatura no lo es?)
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Malas palabras, de Cristina Morales

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Empresas, amores y razones
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La nueva novela de Cristina Morales (Granada, 1985) confirma lo que algunos sospechábamos: que es uno de los escritores jóvenes, de los nuevos nombres, más prometedores. Ya tenía en su haber un libro de relatos, La merienda de las niñas (2008) y otra novela, Los combatientes (2013), en donde reflexionaba sobre movimientos sociales como el 15-M. Ahora, un encargo con motivo del quinto centenario de Santa Teresa de Jesús (1515-1582), nacida como Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, ha sido el acicate y punto de partida para componer estas Malas palabras.


La historia transcurre durante el período en que la monja escribe el Libro de la vida, acaso la primera obra autobiográfica de verdadero mérito en nuestras letras, mientras se hospeda en casa de doña Luisa de la Cerda y vive bajo su protección. Seis años después de la muerte de Teresa de Jesús, Fray Luis de León rescata el manuscrito y lo edita en 1588. De hecho su versión es la que nos ha llegado, tal como nos recuerda Cristina Morales en el epílogo. Así, la novela adopta la forma de una autobiografía puesta en boca de la monja, pues la voz narradora asume su personalidad desde el mismo arranque, alternando la primera persona con la segunda las veces en que intenta hacer examen de conciencia en soledad. No se trata, en consecuencia, de una obra apócrifa, sino de un palimpsesto que persigue completar las motivaciones que llevaron a Teresa de Ávila a escribir, siendo aborrecida y amada por ello.
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Es bien sabido que fue criticada por leer en romance la Biblia y por interpretar las Sagradas Escrituras, práctica prohibida a las mujeres, además de desoír la obligación de leer en voz alta y defender el rezo en silencio. Asimismo, Teresa Sánchez funda la Orden de las Carmelitas Descalzas, una rama que procede de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo, cuya regla se cifraba en la vida contemplativa, la meditación de la Sagrada Escritura y el trabajo. La novela se presenta como el texto que la monja jamás se atrevió a escribir, pero que podría haber compuesto en caso de haber gozado de una libertad que no tuvo. Ante el mandato del fraile dominico que la confiesa de que ponga por escrito sus experiencias, decide escribir unas Memorias que, de tan verdaderas, no se atreve a entregarle a su confesor (se trata de estas Malas palabras), dándole a cambio otras aptas para su publicación, las que formarían su Libro de la vida. Por tanto, puede afirmarse que Cristina Morales escribe para reinterpretar la trascendencia de Teresa de Jesús en su condición de mujer, escritora y religiosa. Aun cuando la autora nos advierta de que la Iglesia habría rechazado estas malas palabras, sostiene que cabría tachar también de tales las que sí escribiera, habida cuenta de que, al componer su obra, faltó a la humildad a que estaba obligada. Para ahondar en esta idea de mujer de carácter fuerte y ambiciosa, la novela nos muestra a una religiosa no tan santa, consciente de que, con 47 años, sigue siendo casi tan vanidosa y orgullosa como cuando era niña, y jugaba entonces con su hermano y su primo a ser mártires, en tanto martirizaba de amor al segundo.


Pero la novela es también una confesión de por qué compadeció la niña Teresa, y quiso tanto, a su madre, cristiana vieja, muerta a los treinta y pocos años tras numerosos partos no deseados, impuestos por un marido comerciante y converso, que, si bien les permitía leer a escondidas, llevó a la tumba a su esposa tras humillarla y someterla con cada nuevo embarazo. Y es además un relato sobre el valor de la amistad entre mujeres, así la que entablan la monja y la dueña que la hospeda. Hacia el final, la propia autora, Cristina viene de cristiana, de seguidora de Cristo, mientras imposta la voz de Teresa de Ávila, juega también a cuestionarse sus verdaderas motivaciones de escritora, para lo cual contrapone con malicia las de una Teresa cristinizada a las de un fray Juan de Bonilla, asceta franciscano autor del Breve Tratado donde se declara cuán necesaria sea la paz del Alma, y cómo se puede alcanzar. Mientras nos cuenta esta biografía tan llena de accidentes, al lector le queda la impresión de haber realizado un viaje por el pasado y por la vida de la monja de gran profundidad y alcance, no exento de dosis de humor y causticidad, sobre todo en los diálogos que entabla la monja con quienes pretenden reprenderla, de los que sale siempre airosa.

* Esta reseña ha sido publicada en el número 382 de septiembre de la revista Quimera. La cubierta es de Laia Tarruella.




martes, 22 de septiembre de 2015

Doscientos ochenta y ocho

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Utilizar la lengua como arma arrojadiza, no ya para integrarsegún creen algunos, sino para escindir, amputar y mermar (evitando, así, todo posible contagio); al más puro estilo integrista.
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martes, 15 de septiembre de 2015

lunes, 14 de septiembre de 2015

Doscientos ochenta y seis

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El nacionalismo de masas (de cualquier signo, en realidad) 
cuando no amansa, amasa.
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miércoles, 9 de septiembre de 2015

Doscientos ochenta y cinco

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No habría que confundir la expresión hacer de la necesidad, virtud con la creencia de que la necesidad nos haga virtuosos. 
Lo primero es una aspiración. Lo segundo, apenas un logro. 
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viernes, 4 de septiembre de 2015

lunes, 31 de agosto de 2015

miércoles, 26 de agosto de 2015

Doscientos ochenta y dos

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En Internet la amabilidad (y buenas formas) se ha vuelto un bien tan escaso que hasta resulta revolucionario.
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domingo, 23 de agosto de 2015

Doscientos ochenta y uno

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De los sueños a las verdades se llega en dos zancadas 
(y por accidente).
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lunes, 17 de agosto de 2015

Doscientos ochenta

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Habría que poder evitar que los desengaños moldeasen nuestras certezas en mayor medida que las ilusiones. 
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domingo, 9 de agosto de 2015

sábado, 8 de agosto de 2015

Doscientos setenta y ocho

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La locuacidad también es un defecto común 
entre los tímidos más cautos.

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sábado, 1 de agosto de 2015

jueves, 30 de julio de 2015

miércoles, 29 de julio de 2015

Ni puedo ni quiero, de Lydia Davis

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Una maestra del microrrelato en inglés

Después de la publicación de sus Cuentos completos (Seix Barral, 2011), en traducción del escritor Justo Navarro, una recopilación de 700 páginas que reunía doscientas narraciones breves de unas pocas líneas a las cuatro páginas, nos llega ahora un nuevo libro de microrrelatos y cuentos mordaces de Lydia Davis, tras un lapso de siete años en el cual se ha dedicado a traducir En busca del tiempo perdido y Madame Bovary.

Ni puedo ni quiero se compone de 122 relatos, traducidos al español de la Argentina, en los que la autora ha reconocido experimentar con deleite con las formas narrativas. Lydia Davis juega no sólo con el lenguaje destilado cuya mordacidad promueve el género del microrrelato, alcanzando cotas mayores en sus piezas más depuradas, sino también con el registro de su escritura, de ahí que sus textos hagan gala de una asombrosa variedad de modalidades literarias.

En esta recopilación procedente de publicaciones periódicas –a veces, tras ser corregidas–, sus microrrelatos recurren a formas genéricas tan diversas como la misiva, escrita normalmente con propósito de queja o de enmienda, casi siempre desde un humor que mueve a irrisión. Por ejemplo, en “Carta a un director de marketing”, “Carta a la compañía de caramelos de menta” y sobre todo, en el cuento “La carta a la Fundación”, la pieza más extensa del volumen, pues abarca 33 páginas, emparentada con la Carta al padre, de Kafka: no en vano, en ella se confiesa la narradora hasta desnudar su pensamiento, sin flaquear ni dar muestra de pudor alguno; o la menos tirante y más irónica “Carta al presidente del Instituto Biográfico de los Estados Unidos, INC” [en España, S.A.].
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Pero también recurre con una libertad envidiable al esbozo o apunte en “Notas durante una larga conversación telefónica con mi madre”, un texto que adopta la forma del caligrama sobre la hoja que garabatea supuestamente mientras charla con su madre, buscando tejer el vestido que piensa comprarle para el verano, de modo que la palabra algodón acaba componiendo, mediante diversos anagramas, un caleidoscopio cambiante de su relación con ella. Otras veces se sirve de las listas de cosas, o más bien, de pensamientos que elabora en “Estoy bastante cómoda, pero podría estar un poco más cómoda”, con frases lacónicas del tipo: “Estoy cansada” o “Nos sentaron demasiado cerca de la cocina”, además de la expresada en el mismo título, de la que las restantes dan cumplida fe; todo lo cual contribuye a esbozar un estado de ánimo de profundo malestar. O bien sus piezas se basan en sueños, cuya materia imaginaria se halla ligada a la esencia misma de la ficción, de ahí que se dedique a transcribir, y tal vez a reelaborar literariamente, los argumentos soñados.

Acaso la novedad mayor en medio de este sinfín de formas literarias que abarca el microrrelato sea la utilización de series: en especial, la que escribe bajo el membrete de relato de Flaubert, un ejercicio de estilo compuesto a partir de las cartas del autor francés dirigidas a su amante Louise Colet, que su traductora no ha dudado en reproducir y barajar, hasta obtener un texto propio que no traicionara, sin embargo, el espíritu del escritor. Pura intertextualidad postmoderna. E incluso llega a cultivar formas carentes de literatura como el silogismo hipotético (en “Contingencia vs. Necesidad”), la expresión burocrática (en “El lenguaje de la compañía telefónica”) o el palique en “Breve conversación (en la sala de espera del aeropuerto)”. En fin, todo un florilegio de representaciones verbales que van del perfil clásico al formato aséptico, pero que Lydia Davis logra siempre literaturizar.

Entre mis preferidos están “Vacas” o “En el tren”, por citar dos ejemplos de distinta extensión escritos a partir de unos pocos párrafos aislados, como simples brochazos de sentido. En las diferentes piezas la autora se diluye en la narradora protagonista, una voz en primera persona cuyas opiniones y afectos sospechamos que guardan estrecha relación con la singular personalidad de la señora Davis. “Estos días, prefiero los libros que tienen algo real, o algo que el autor al menos creyó que era real. No quiero aburrirme con la imaginación de otra persona”, confiesa en un texto. Sabemos ya mucho del microrrelato español, del hispánico en general, pero poco o casi nada de lo que se cuece en el resto del mundo, que quizá no sea demasiado, pero sí a veces muy valioso, como ocurre en este libro en que Lydia Davis se muestra como un pilar fundamental del nuevo género.
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* Esta reseña ha aparecido publicada en el número doble 380-381 de julio-agosto de Quimera.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"